Viernes, 19 de abril de 2024

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Justicia e hipocresía. San Agustín

Justicia e hipocresía. San Agustín

por La divina proporción

El Evangelio de hoy domingo es muy adecuado a la realidad que vivimos. Las apariencias son las que resplandecen y el ser se oculta porque no de damos valor. La justicia de Dios se desprecia y se critica como algo que hemos creado los seres humanos. Justicia que es Su Ley, su Voluntad, su Reino. Justicia que se hace presente en nosotros cuando abrimos el corazón a la Gracia de Dios. 



Andamos de pelea para ver qué apariencias son las que se imponen, como si no supiéramos que las apariencias sólo ocultan la hipocresía que Cristo tanto criticó en los fariseos. Ojo, que nos suelen decir que lo que Cristo criticaba a los fariseos era su rigorismo, pero el Evangelio de hoy de las cosas claras: “Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos,…” (Mc 7:18-23) 

No se trata de repudiar la coherencia sino de ponerla en el centro de nuestra vida. Cristo nos pide que demos valor al ser que nuestra apariencia sea coherente en todo momento. Cristo dijo sobre los fariseos: “De modo que haced y observad todo lo que os digan [los fariseos]; pero no hagáis conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen” (Mt 23, 3). Cristo no repudia la justicia, sino que quiere que sea algo real que salga de nuestros corazones. Sabe que nuestra naturaleza no es capaz de llegar hasta donde el quisiera y por eso no ofrece su Gracia. 

Anuncié tu justicia en la gran Iglesia. […] No prohibiré a mis labios; Señor, tú lo sabes. Una cosa oye el hombre y otra sabe Dios. Para que el anuncio no estuviese sólo en nuestros labios y se dijera de nosotros: Haced lo que os dicen [los fariseos], mas no hagáis lo que hacen; o también para que no se dijera al mismo pueblo que alababa con la boca a Dios, más no con el corazón: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí; pronuncia, pues, con los labios, no alaba con el corazón. Con el corazón se cree en orden a justicia y con la boca se confiesa en orden a salud. Tal fue hallado aquel ladrón que, pendiendo de la cruz-con el Señor, reconoció al Señor en la cruz. Cuando obraba milagros no le conocieron otros; éste le reconoció pendiente de la cruz. (San Agustín. Comentario al Salmo 39,15) 

¿Por qué tenemos que hacer lo que los fariseos dicen? Porque la ley de Dios era enunciada de forma correcta y evidente. ¿Por qué no debemos hacer lo que ellos hacen? Por dos razones: la primera porque cumplen en apariencia, hipócritamente y llenos de soberbia. La segunda, porque exigen su cumplimiento con ignorancia de las razones que hay detrás. Sólo buscan evidenciar que son mejores que los demás y despreciarlos. 

Hoy en día tendemos incumplir la ley de Dios por las mismas razones: La primera porque incumplir nos hace parecer superiores a quienes cumplen con obediencia. La segunda es por ignorancia. Se estima que ser libre es elegir contra los deseos de Dios y la naturaleza, sin darse cuenta que la ignorancia sólo nos lleva a la esclavitud. Ambas razones evidencian que no creemos en la Gracia de Dios y preferimos quedarnos con nuestras fuerzas humanas. Sin duda es más fácil la indiferencia que el compromiso. 

La justicia de Dios, Su Ley, se interpreta como imposición y no como amorosa indicación para nuestro bien. La misericordia no se interpreta como el don que Dios nos da para cumplir Su Voluntad, sino como un cheque en blanco para hacer lo que nos parece más adecuado. 

No andamos muy lejos de los fariseos de tiempos de Jesús, pero lo que sí hemos cambiado la exigencia ignorante por la indiferencia ignorante. El maligno sabe actuar de forma precisa para confundirnos

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