Sábado, 04 de mayo de 2024

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Contemplación

por Juan del Carmelo

Pues bien se equivocan de cabo a rabo, todos tenemos en nuestra lucha ascética personal la obligación de avanzar, porque en la vida espiritual, no avanzar es retroceder y podemos y debemos de luchar por alcanzar la contemplación.

El Señor nos dejó dicho: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48). Ateniéndonos a este mandato del Señor, que es mandato de fuerte expresión imperativa y no es una recomendación, hemos de tener presente que para el Señor, no es más perfecto el que se comporta de un modo irreprochable, el que cumple cuidadosamente de cumplimentar sus ordenadas practicas de piedad, sino aquel que más ama. Y esto por la sencilla razón de que Dios es amor y nada más que amor, Él quiere nuestro amor, lo busca desesperadamente y cuando un alma se lo ofrece, ella pasa a ser su predilecta, su elegida. Santa Teresa de Lisieux escribía: “Solo el amor es fuente de crecimiento; solo él es fecundo; sólo el amor purifica profundamente el pecado. El fuego del amor purifica más que el fuego del purgatorio”. “¡Que importan las obras!  -exclamaba la santa carmelita de Lisieux- El amor puede suplir una larga vida. Jesús no mira el tiempo, porque es eterno. Solo mira el amor”. Y la lucha, el anhelo de conseguir la contemplación, que es el vértice la cúspide de la pirámide oracional, es la más pura expresión de amor que podemos ofrecerle al Señor.

La oración contemplativa, es la más pura expresión del amor del alma humana al Señor, es el medio de alcanzar la contemplación. Nosotros estamos obligados a luchar para obtener el estado de contemplación, y este es imposible alcanzarlo, si no es por medio de la práctica de la oración contemplativa. Nunca podremos obtener la contemplación, si previamente hemos renunciado a luchar por obtener la oración contemplativa. Por lo tanto hemos de luchar para obtener la oración contemplativa y dadas sus dificultades, no estamos autorizados para tirar la toalla, diciendo: Como es un don que Dios da, no me lo querrá dar a mí, no seré digno de ese preciado don: Dios termina dando siempre lo que reiteradamente se le pide en el orden espiritual, y sino ahí tenemos el ejemplo de la parábola del juez inicuo. (Lc 18,1-8).

¿Pero que es la contemplación? Es el más perfecto estado de unión de amor con Dios que un alma puede alcanzar en esta vida. Para San Juan de la Cruz, contemplar es sumergirse en la mayor profundidad de sí mismo y ahí encontrarse con Dios. El alma en contemplación es, para el santo Doctor, como el pez inmerso en las aguas del espíritu, dejándose envolver por las tinieblas para penetrar en el abismo de la fe. Se trata de reducir al silencio, al hombre sensorial y racional para que uno pueda realmente vivenciar la fe en Dios presente, de modo que el supremo acto de fe, de esperanza y de amor se confundiría con el supremo acto de contemplación. En el sentido estricto de la palabra, -según Thomas Merton- la contemplación es un amor sobrenatural y un conocimiento de Dios sencillo y oscuro, infundido por Él en lo más elevado del alma, de modo que le proporciona un contacto directo y experimental con Él.

Más de una vez, a la contemplación -escriben Francis Kelly Nemeck y María Teresa Coombs- se la compara equivocadamente con una especie de “euforia espiritual” donde uno adquiere un conocimiento exacto de quién es Dios, acompañado de una sensación clara de su presencia inmediata. Esto no es correcto, Dios no puede ser abarcado por nada sensible o intelectual. La contemplación es ese salto en la fe por el que encontramos a Dios más allá de todo lo perceptible y por su misma naturaleza es purificante. En la contemplación permanecemos en el misterio siempre disponible a ser llevados por Dios a través de caminos que no conocemos

La contemplación, es una experiencia que no se puede enseñar. Ni siquiera se puede explicar claramente. Solo puede ser indicada, sugerida, evocada, expresada con símbolos. Cuanto más se intenta analizarla objetiva y científicamente, tanto más se la vacía de su contenido real, ya que esta experiencia está más allá del alcance de las palabras y los razonamientos           

           El rezo y concretamente la oración contemplativa es la que nos transportará a la contemplación. Salvo el caso del don de la contemplación infusa, en la generalidad de las almas, estas solo llegan a la contemplación por medio del paso previo de la meditación. Pero no pensemos que un alma que ha alcanzado la oración contemplativa ya no ora vocal o mentalmente, no muchísimo menos, nunca se abandonan los demás medios de oración, no se trata de una escala  excluyente, todo lo que nos lleve al amor del Señor no debemos de desaprovecharlo. En la oración vocal empleamos para rezar la palabra,  en la oración mental o meditación, empleamos la mente y en la oración contemplativa empleamos el corazón, y es el Señor el que pone todo lo demás. Para muchos cristianos occidentales, rezar consiste en ocuparse con atención de ciertos pensamientos piadosos. Para el oriental rezar no es pensar o reflexionar, sino sentir, experimentar interiormente, vivir una realidad espiritual.

El camino que lleva a la oración contemplativa es arduo y, por lo general, bastante largo. Recorrerlo con perseverancia exige esfuerzo y puede cansar. Son pocos los que logran alcanzar la cumbre de la contemplación. Pero más reducido aún es el número de los que llegan a disfrutar en plenitud la maravillosa experiencia de una profunda e íntima unión con Dios. Para alcanzar este estado espiritual, el silencio juega un papel fundamental, silencio exterior y silencio interior de nosotros mismos. Dios nos hablará siempre en el ruido del silencio y difícilmente se nos manifestará, dentro de una oración discursiva, sea esta vocal o mental, máxime cuando en la mayoría de las veces la oración discursiva es mecánica pues no ponemos atención en lo que rezamos. Cuanto más denso sea el silencio interior tanto más fácil es penetrar en nuestra profundidad donde mora Dios. Aquí radica la exigencia de callar, mirar y escuchar con un creciente deseo de amor. El amable semblante del Señor, está oculto en la más profunda intimidad del corazón. Hay que sumergirse en esa hondura. Solo a quien logra llegar al fondo se le puede revelar el Señor. Si quieres encontrar un modelo contemplativo, -escribe Jean Lafrance- ponte al lado de tu perro; te aseguro que te iluminará de manera sencilla, sobre lo que Dios espera de tí en la oración.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga. 

 

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