Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

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De esa interesante Santa Marta que hemos celebrado ayer

por En cuerpo y alma

 
 
            El precioso nombre Marta es la traslación al latín del griego Μάρθα, que a su vez es la traslación al griego del arameo Martâ (מַרְתָּא), con el significado de “la Señora”. La forma aramea nos la encontramos en una inscripción del año 5 d. C. hallada en Puteoli (actual Pozzuoli), hoy en el Museo de Nápoles.
 
            En el personaje evangélico de Marta se da una circunstancia que recae sobre muy pocos personajes de los que aparecen en los cuatro libros que narran el ministerio de Jesús: la de aparecer en el Evangelio de Juan y en uno solo de los evangelios sinópticos, el de Lucas. Este le dedica una breve entrada:
 
            “Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Al fin, se paró y dijo: ‘Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude’. Le respondió el Señor: ‘Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada’” (Lc. 10, 38-42).
 
            La de Juan es mucho más larga, cuarenta y cuatro versículos que recogen la que, en términos evangélicos, hemos de definir como extensa y detallada narración de la resurrección de Lázaro (pinche aquí para conocer mejor a este interesante personaje evangélico), un Lázaro al que Juan presenta como hermano de Marta, pero al que Lucas, sin embargo, no cita en todo su evangelio.
 
            Varias circunstancias invitan a pensar que la Marta lucana y la Marta joanesca son el mismo personaje. En primer lugar, el propio nombre no excesivamente frecuente en el registro hebreo de la época ya lo hace. Todavía más, el hecho de que ambas martas tengan una hermana llamada María, una María a la que por cierto, se ha tendido a identificar con María Magdalena (pinche aquí si desea conocer un poco más sobre la confusa identificación de tan importante personaje evangélico). Y por último, algún rasgo de su carácter, del que los dos evangelistas se hacen eco, al que nos vamos a referir más abajo.
 
            Otras, en cambio, invitan a rechazar dicha identificación. Así, la Marta lucana reside en Galilea, donde Jesús se la encuentra, en tanto que la Marta joanesca reside en Betania, en Judea, donde Jesús resucita a Lázaro, lo que bien se podría resolver desde luego con una cambio de residencia o hasta con una residencia doble, lo que convertiría a nuestra Marta en persona de un cierto poderío. No deja de llamar la atención también que Lucas no mencione la relación fraternal que une a Marta con Lázaro, un personaje de vital importancia en la biografía de Jesús, del que Juan menciona hasta tres veces el amor que el Maestro le profesa (Jn. 11, 3; 11, 5; 11, 36) y sobre el que éste opera el más importante de los milagros realizados por él, nada menos que toda una resurrección cuando, para mayor mérito del mismo, el finado llevaba ya cuatro días criando malvas (Jn. 11, 39).
 
            Personalmente me inclino a pensar que, efectivamente, una marta y otra son el mismo personaje. No estoy tan seguro de que la maría que es su hermana sea también María Magdalena.

 

Marta regaña a María por su vanidad. Guido Cganacci (1660).

            En cualquier caso, de un relato y de otro, el de Lucas y el de Juan, se extrae un personaje muy frecuente, el de una mujer entregada a las cosas del hogar y muy hacendosa y responsable, de una cierta rigidez en su comportamiento y personalidad muy acorde con el significado de su nombre “la Señora” y que, indudablemente, rivaliza con su hermana María en la devoción por el maestro, hasta incurrir en algún tipo de celos: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude”, le vemos decir en Lucas (Lc. 10, 40), mientras en Juan la vemos abandonar la casa que comparte con María sin decirle nada a su hermana precipitándose para recibir ella sola a Jesús (Jn. 11, 20). Curiosamente, en ambos episodios el Maestro se empeña en decepcionar a su devota admiradora. En el primero respondiéndole:
 
            “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada” (Lc. 10, 42).
 
            En el segundo apresurándose a pedir que vaya a buscar a su hermana.
 
            “Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: ‘El Maestro está ahí y te llama’” (Jn. 11, 28).
 
            De imaginar la decepción de la celosa Marta ante estas respuestas. Y poco más, porque poco más dicen los Evangelios sobre Marta –llamativa la ausencia de la celosa admiradora al pie de la cruz-, aunque eso sí, sea mucho lo que la tradición afirme sobre sus días. Pero eso queda ya para otro día queridos amigos, que por hoy, me despido de Vds. una vez más, no sin felicitar, aunque con un poco de retraso, a cuantas portan el precioso nombre de Marta, ni desearles a todos que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana, D.m., por aquí estaremos. ¿Me acompañan?
 
 
 
            ©L.A.
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