Viernes, 29 de marzo de 2024

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Los "otros defensores" de Belchite

por Angel David Martín Rubio

 

Siempre me resultaron sorprendentes unas palabras pronunciadas por el Generalísimo Franco en su discurso de inauguración del Pueblo Nuevo construido junto a las gloriosas ruinas de Belchite. Era el 13 de octubre de 1954 y, después de evocar cómo el sacrificio de esta población aragonesa resultó vital para el dispositivo general de Aragón en los combates de 1937, se refirió a la falta de capacidad de quienes habían ocupado Belchite para mantener su conquista y a las purgas a que fueron sometidos por el aparato del Partido Comunista aquéllos que no habían querido (o no habían podido) convertirse en los “otros defensores” de Belchite:

«Por esto la batalla de Belchite tiene un puesto de honor en la historia de nuestra Cruzada. La victoria momentánea del enemigo fue una victoria sin alas, más una victoria del heroísmo de los defensores que de las muy superiores huestes comunistas que lo ocuparon. Belchite fue, por otra parte, la piedra de toque del comunismo español y en él naufragó para siempre. Hoy se sabe por los relatos escritos por los rojos extranjeros que el comunismo internacional enroló en las filas rojas, que para la defensa de Belchite hubo un plan mandado desde Moscú y que pregonaba supervisado por Stalin, plan en que el comunismo internacional había depositado su confianza. Sin embargo, todo aquel sistema defensivo cayó al suelo derrumbado en la batalla de la reconquista de Belchite. Y tan grave fue el estrago moral en aquellas filas, tal la soberbia y pasión de sus capitostes, que hicieron pagar con su vida a los jefes defensores de esta plaza, quienes después de extremada resistencia y de haber agotado sus esfuerzos, porque alguien tenía que ser el victorioso y Dios le da la victoria a los mejores; y al obtener nosotros la victoria, como digo, los jefes principales de aquellos batallones fueron conducidos a Valencia; y en Valencia, sumariados y ejecutados. Y aquellos defraudados españoles murieron bravamente -hemos de reconocerlo-, con el puño cerrado, dando vivas a Stalin, fusilados por los propios rojos […] Y en la ejecución de aquellos desgraciados; de aquellos pobres soldados valientes, pero errados en su pensamiento, en la ejecución de ellos pesaron extraordinariamente unos votos, el de la Pasionaria, esa bestia inhumana sin sentimientos, y el del actual jefe del comunismo italiano. Por eso en este solar no podemos menos de recordarlo».

El episodio evocado por Franco había ocurrido en el contexto de las trágicas purgas llevadas a cabo por el Partido Comunista en España y había sido revelado por Eudocio Ravines en sus memorias publicadas por primera vez en español con el título “La gran estafa” en 1952. Ravines procedía de la élite del aparato soviético, y había sido responsable de la organización de los movimientos comunistas en España, Chile, Argentina y Perú. Al servició de Moscú estuvo en España entre 1937 y 1938 pero impresionado por las purgas stalinistas, la conducta de los dirigentes del partido y la situación en Rusia abandona el comunismo dedicándose a una activa campaña en pro de la libertad que, después de costarle reiteradas amenazas y ataques físicos y morales, le lleva a ser asesinado en Méjico el 23 de noviembre de 1978.

Según este autor, las fortificaciones de Belchite, consideradas por el Comité Central del Partido Comunista como inexpugnables por estar construidas por ingenieros soviéticos, no resistieron al fuego de las artillerías pero con el fin de no disminuir el prestigio de sus técnicos y, sobre todo, para no irritar a Stalin que había aprobado los proyectos de dichas fortificaciones se atribuyó la culpa del fracaso a las tropas que, sin embargo, se batieron bien como fue lealmente reconocido por el mismo Estado Mayor de Franco.

El episodio acabó desembocando en el fusilamiento ordenado por los miembros del Politburó español de aquellos combatientes del Ejército Popular acusados injustamente de traición. Los supervivientes fueron enviados a un cuartel en las afueras de Valencia en calidad de prisioneros. El propio Líster firmó la acusación contra el comandante, oficiales y soldados del batallón que habían abandonado aquellas “inexpugnables fortificaciones”. En la reunión del Comité Central del Partido Comunista en la cual se decidió la suerte de los rendidos, Marcucci, un joven militante comunista italiano integrado en las Brigadas Internacionales, intentó en vano defender a los acusados que al día siguiente fueron fusilados. Precisamente, la peripecia vital de Marcucci influye decisivamente en la evolución de Ravines: una noche, en un hotel de Madrid, Marcucci —después de escuchar en la radio las noticias de que el Comité Central del Partido había ordenado matanzas a quienes operaban en el mercado negro en Rusia y sus satélites— le habla largamente, muy desilusionado y angustiado sobre como  había entregado su vida al sistema comunista al que se refiere como “la gran estafa” (nombre que mucho después Ravines utilizó para escribir sus memorias). Esa noche, Eudocio Ravines escucha un disparo proveniente de la habitación contigua y encuentra que su amigo se había suicidado.

Poco después, en 1961, “Il Secolo d´Italia” publicaba un extenso artículo firmado por Umberto Simini sobre las atrocidades cometidas por el dirigente comunista italiano Togliatti durante la guerra de España y su responsabilidad para imponer la política stalinista en España. A él deben atribuirse, en última instancia, los crímenes cometidos por los jefes comunistas españoles que actuaban bajo su control. Además de los conocidos episodios de la liquidación del POUM, de las trágicas jornadas de Barcelona y de la depuración de las Brigadas Internacionales se aludía a la responsabilidad en la masacre de los fallidos defensores de Belchite.

Años más tarde, el conocido escritor Ramón J.Sender también evocaría la memoria de lo ocurrido a los implicados en la derrota de Belchite en una durísima requisitoria contra Líster publicada en el diario “ABC” (21-noviembre-1974):

«Hubo comandantes de talento como Modesto y verdaderos héroes populares como Valentín González y Cipriano Mera, pero aunque todos hemos corrido alguna vez —hasta Don Quijote en la aventura del rebuzno— nadie corrió tanto ni tan bien como Líster desde Toledo a los Pirineos. Lo malo era que para justificarse, después de cada carrera hacía fusilar a una docena de oficiales. Con esto creía seguir el ejemplo de Stalin. Yo fui jefe de Estado Mayor de la primera brigada mixta con él, entre Pinto y Valdemoro (lo que no deja de tener gracia). Menos gracia tenía que quisiera fusilar a los mejores de mis amigos oficiales cuando la culpa del fracaso de la operación era de él. Yo salvé entonces sus vidas (alguno fue fusilado por él, más tarde, en lo de Belchite)».

El episodio fue relatado con detalle por Justo Martínez Amutio en ese mismo año en el libro titulado “Chantaje a un pueblo” y más recientemente, en 2007, se alude a estas purgas stalinistas en un artículo escrito por J.J. Sánchez Arévalo para quien «Independientemente de la opinión de los lectores, independientemente de los méritos de Líster como figura militar consagrada a la lucha antifascista, estos hechos deben ser también narrados e incorporarse a la tan manida y en ocasiones tan selectiva "memoria histórica"» (http://www.farodevigo.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2999_5_137656__Opinion-Sobre-Lister-Ferrin).

La entidad del episodio, aclara la razón de que Franco dedicara un espacio tan importante de su discurso no solamente a exaltar el heroísmo de los defensores de Belchite en septiembre de 1937 sino también a exponer el significado de estos episodios que ayudan a comprender la íntima entraña del comunismo al que se combatió en la guerra de España. En la tragedia de aquellos hombres ejecutados en las propias filas a las que habían servido para que no pudieran ser obstáculo de la propaganda stalinista se descubre la falta de consideración a todo valor humano propia del comunismo: «Y de eso es de lo que se salvó España y en ese servicio tiene conquistado Belchite un puesto de honor. Se ofrece el paraíso y la justicia, se piden servicios y sacrificios, y bajo el terrorismo rojo se convierte a las naciones en unas enormes cárceles donde ni la libertad ni los sentimientos humanos tienen cabida, sino sólo la esclavitud y el terrorismo como no se ha conocido jamás en los siglos».

Un acontecimiento significativo en el frente aragonés durante el verano de 1937 había sido la presencia de las Brigadas Internacionales XI y XV entre las fuerzas atacantes. En 1967 se desarrollaría en el mismo escenario —cerca de Belchite— la operación de gran maniobra militar “Pathfinder Express” en la que intervinieron fuerzas combinadas del ejército de los Estados Unidos y del español. Treinta años antes, un batallón norteamericano (el “Abraham Lincoln”) combatía en el mismo escenario al ejército de Franco. El cambio no se había producido en la esencia del Régimen nacido del Alzamiento sino en el escenario político que, en los años de la contienda española y de la Guerra Mundial, nos presentaba a la democracia liberal en alianza con la revolución mundial comunista y al capitalismo mundial apoyado en el poderío soviético para destruir a un enemigo común. Era la dinámica en la que había desembocado la táctica promovida desde Moscú de los Frentes Populares y de la construcción del “antifascismo”, verdadera falsificación ideológica, como frente político mundial.

Como afirma Jesús Fueyo: «La virtualidad de sentido de la obra de Franco se resume en dos trayectorias indiscutibles de su proceso político: nunca capituló ante el comunismo ni con sus alianzas ni derivaciones, y nunca, en lo esencial, se dejó sugestionar por el fascismo en sus efímeros resplandores, evitando así ser arrastrado en su aventura y en su liquidación histórica. Tan pronto como el mundo occidental recuperó su rumbo hacia la libertad sin la hipoteca de la revolución, lo siguió según el propio ritmo de posibilidades de la realidad española». Merece resaltarse que el discurso de Belchite se sitúa justo en el momento en que empezaba a consolidarse esa transición que era necesario asegurar frente a la vigencia internacional del peligro comunista. Y, concluye Jesús Fueyo: «finalmente, el dar cauce institucional a su difícil sucesión al frente del Estado y de sus instituciones, abrió el futuro a una normalidad en la que pudieran sintetizarse la unidad de España en la Monarquía y las libertades públicas, sobre la base de un desarrollo social y económico que hiciera viable el funcionamiento de la democracia. Como lo hayan gestionado otros, es algo que no forma parte ya de su mundo histórico».

Todo esto se dice ahora en dos palabras, pero costó sacrificios enormes y muchos años de tenaces esfuerzos que, probablemente, resultan muy difíciles de captar a las nuevas generaciones que, a pesar de las caídas de tantos muros, respiran en un magma ideológico, síntesis de liberalismo y de comunismo. Pero desde la inmensa tragedia de odios y destrucción que el comunismo, en sus diversas formas, deja tras de sí, el sereno análisis histórico viene a dar la razón a las más hondas intuiciones de quienes vivieron aquellos acontecimientos y obliga a reconocer que los verdaderos defensores de la libertad no se encontraban, como se nos quiere hacer creer, ni en las Brigadas Internacionales ni entre los miembros de un Ejército Popular subordinado a las estrategias de Moscú sino entre las filas de quienes sostuvieron la defensa de lugares como Quinto, Codo y Belchite.

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