Jueves, 28 de marzo de 2024

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La Cripta de los Mártires de Orgaz (y 4)

por Victor in vínculis

Estos son los otros sacerdotes que, o yacen en la Cripta, o son naturales de Orgaz.

JESÚS MORALES SÁNCHEZ
 
La reseña que presentamos fue elaborada por don Antonio Lorente Morales, familiar del Siervo de Dios, para la revista “El Rollo” (nº 21, diciembre de 1998) que se publicaba en Guadamur.
 
Jesús nació en Guadamur (Toledo) el 19 de diciembre de 1884. Sus padres, también guadamurenses, se llamaban Eustaquio y Soledad. Durante el parto, mientras Soledad daba a luz al último de sus hijos, Eustaquio expiraba en el lecho aquejado de una grave enfermedad intestinal. Del matrimonio nacieron cinco hijos: Santiago, Francisca, Amalia, Felisa y Jesús. Soledad siempre repetía con gran orgullo del benjamín: “Éste será el báculo de mi vejez”.


 
En cuanto tuvo ocasión, y disfrutando de una beca costeada por los Condes de Cedillo, se marchó al Seminario de Toledo, para poder ser sacerdote. Jesús creció muy delgado, pero bajo esta apariencia de debilidad física, se escondía una fortaleza espiritual, de la que hizo gala a lo largo de su vida sacerdotal.
 
Recibió la ordenación sacerdotal el 19 de febrero de 1910. Tan pronto como celebró su primera Misa, contó con los cuidados de su madre y después con los de sus sobrinos, por lo que cariñosamente le decían en cuantos pueblos ejerció su ministerio que era “el cura de los sobrinos”. Primero fue destinado como coadjutor a Villarrobledo (Albacete). Más tarde desempeñó el mismo puesto en la parroquia de San Nicolás de Guadalajara. Al poco tiempo fue nombrado ecónomo de Argés (Toledo) y después de Villaseca de la Sagra (Toledo). De allí pasó a San Martín de Montalbán (Toledo).
 
Mediante concurso de méritos obtuvo la parroquia de Orgaz (Toledo) y Arisgotas  (Toledo). En este destino se hallaba cuando nuestro Padre Dios le eligió para entrar en la gloria de los mártires.Su humildad y bondad a lo largo de una vida ejemplarísima, quedó truncada al ser martirizado por el sólo delito de ser sacerdote y nada más que por ello.
 
El 18 de julio de 1936, don Jesús, estaba en su parroquia de Santo Tomás. El comité se adueñó de ella y le prohibió entrar, a pesar de los ruegos, para consumir las Sagradas Formas del Sagrario. La inseguridad existente le llevó a refugiarse en Arisgotas, en casa de una familia muy religiosa, que no dudó en admitirle. Todo ello con conocimiento del comité de Orgaz.
 
El párroco de Orgaz siempre se distinguió por sus afanes caritativos. Tenía por norma después de celebrar su misa diaria, visitar a los enfermos y desvalidos para consolarles y dejar debajo de sus almohadas una ayuda.  Por este afán caritativo, se sabe que no poseía al morir riquezas materiales, antes bien esta práctica caritativa le hizo contraer deudas.
 
El entonces notario de Orgaz, una vez terminada la guerra, presentó a sus sobrinos un recibo acreditativo, por un préstamo por valor de varios miles de pesetas, que el notario había hecho a don Jesús. El referido notario no quiso cobrar ni un céntimo de dicha deuda, seguro del destino de ese dinero en obras de caridad y en presencia de todos rompió el recibo.

Los orgaceños eran impotentes para oponerse a las frecuentes visitas de las milicias de Mora. El 6 de agosto de 1936, una nueva partida de milicianos de Mora, en unión del comité de Orgaz, se presentó en Arisgotas buscando al párroco. Los de Orgaz sabían la casa donde estaba escondido don Jesús y se encargaron de registrar dicha casa “para no verle”. Los pocos días que estuvo refugiado en Arisgotas, práctico un ayuno voluntario a pan y agua.
 
En vista del cariz que tomaban los acontecimientos, don Jesús se presentó a la familia que le tenía acogido y les dijo: “Presiento que el Señor me llama al martirio y yo no puedo desoír su llamada. Esta noche (la del 7 al 8 de agosto) me marcharé agradecido por su hospitalidad, para llegar a campo a través hasta Guadamur, mi pueblo; con el fin de dar un beso a mi hermana y sobrinos y despedirme de ellos”. Y así lo hizo, sin oír los ruegos de aquella buena familia,  para que no saliera.
 
Toda la noche se la pasó caminando por aquellos parajes que él recordaba de sus paseos de seminarista. A mediodía del 8 de agosto, cuando ya casi daba vista a Guadamur, a causa sin duda del desfallecimiento, se consideró desorientado y preguntó a un labriego que encontró, si estaba muy distante de Guadamur.
 
El labriego tras indicarle, se dirigió a una casa de labor cercana, donde había una cuadrilla de milicianos y les dijo: “Por ahí va un cura, vestido con un mono azul”. Los milicianos salieron a su encuentro y cuando ya don Jesús casi divisaba el castillo, le detuvieron y le llevaron a Casasbuenas. Allí le sometieron a burlas y escarnios y llegaron a proponerle: “Si blasfemas te dejamos en libertad”, a lo que él respondió: “¿Cómo queréis que blasfeme contra Dios del que tantos beneficios he recibido?”
 
Al atardecer del 8 de agosto fue conducido a Toledo y murió martirizado ante la iglesia de la Virgen del Tránsito. Su cadáver fue llevado a enterrar a Argés, su primera parroquia y allí le sepultaron en una fosa común, porque no se podía acceder al cementerio de Toledo, pues el camino estaba batido por el fuego de los defensores del Alcázar. El enterrador que dio sepultura, fue casualmente su sacristán, cuando él fue párroco de Argés y al reconocerlo, se lo dijo con todo detalle a una hija de dicho sacristán, gracias a cuyas noticias se le pudo situar e identificarle al momento de su exhumación. Hoy sus restos descansan en el cementerio de Guadamur.
 
 
JOSÉ DORADO ORTIZ
 
Nació en Consuegra (Toledo) el 27 de agosto de 1902. Recibió la ordenación sacerdotal el 3 de marzo de 1927. Enseguida lo encontramos ejerciendo su ministerio como coadjutor de la parroquia del pueblo toledano de Orgaz.
 
El 3 de agosto de 1936 decide dirigirse a su domicilio familiar en Consuegra. Llegó a campo traviesa con los pies sangrando; y ya, durante la travesía, hubo un intento de acabar con él por parte de unos segadores. Más poco después de su llegada era detenido, y conducido aquella misma noche por la carretera de Andalucía, bajado del coche y fusilado.


JACINTO GARCÍA ASENJO Y GUERRA
 
Jacinto había nacido en Orgaz (Toledo) en 1907. Tras su paso por el Seminario recibió las Sagradas Órdenes el 19 de diciembre de 1931. Después de varios destinos es nombrado párroco de Lucillos (Toledo). El 5 de septiembre de 1935 aparece su nombramiento en las páginas de “El Castellano”. Según se sabe el término "Lucillos" sería el plural del romance lucillo que significa sepulcro. Esta palabra se deriva del latín vulgar LOCELLVM, 'cofrecillo' y según nuestro historiador Fernando Jiménez de Gregorio el nombre se toma de Val de Lucillos, 'valle de los sepulcros'. Con todo un ministerio aún por desarrollar nuestro joven sacerdote encontraría aquí el lugar de su sepulcro. Sus restos han sido siempre venerados por la gente del lugar reconociendo en él al mártir de Jesucristo.
 
Vivía con sus padres en la casa rectoral. Apenas iniciada la guerra, el día 24 de julio de 1936, unos milicianos vinieron a verle para pedirle las llaves del templo, con la excusa de colocar una bandera roja en la torre. Al terminar, hacia las dos de la tarde, se personaron nuevamente en la casa, y delante de sus padres en un pequeño jardín de la vivienda, sin más dispararon a quemarropa sobre Don Jacinto.
 
Acabada la contienda se supo que su otro hermano, tras alistarse con los nacionales cayó muerto en el campo de batalla, dejando a sus padres en triste soledad. A éstos, algunos años después de acabada la guerra, y en atención a los dos hijos muertos, el gobierno del General Franco les concedió una pensión, para que entraran en los días de su ancianidad sin preocupación ninguna por el porvenir. Pero ellos, a pesar de verse delicados de salud, destinaron todo el dinero de esta pensión a cubrir los gastos de un estudiante en el seminario de Toledo, para que otro joven llegase a ser sacerdote, y “predique -decían- de parte de nuestro hijo, que ya no puede predicar” (esta anécdota la recoge el P. José Julio Martínez, SJ en su obra “Todo y,… cantando”, Pág. 170).
 
 
BENITO ABEL de la CRUZ DÍAZ-DELGADO
 
El Siervo de Dios Benito Abel de la Cruz y Díaz-Delgado nació el 21 de abril de 1893 en la localidad toledana de Orgaz. Se ordenó el 24 de marzo de 1917 y dos días después cantaba misa en el toledano convento de la Reina. Fue destinado a Novés, primero como coadjutor (1917) y después como ecónomo (1919); capellán de las Damas Catequistas de la beata Dolores Sopeña, en 1922. Coadjutor de la parroquia de Santiago del Arrabal en Toledo (1929) y, en octubre de 1935, lo será de San Martín y de Santo Tomé. Estaba adscrito como sacerdote de la Catedral con el cargo de Vara de plata, que hacía de supervisor de todos los empleados seglares de la Catedral. También era profesor del Seminario.
 
Don Benito vivía cuidando de sus ancianos padres. Las milicias rojas fueron a su encuentro. Como presagiaba un desenlace semejante, días antes había hecho una confesión general a sus padres y a uno de sus hermanos, llamado Mariano, para que estuvieran todos preparados por si se avecinaba la hora de la muerte. Los izquierdistas lo tenían marcado pues era director espiritual de destacados dirigentes de derechas, trabajos que ellos denominaban «actividades facciosas».
 
El 27 de julio de 1936 se produjo la detención y se lo llevaron junto con su hermano Mariano, a quien a golpes separaron de su madre. Mariano fue uno de los promotores de la Mutualidad «Solíss» de accidentes de trabajo, que tanto socorro mutuo y tanta ayuda había facilitado a los operarios y empleados de Toledo. Se llevaban a un protector social.
 
Al salir, don Benito se despidió de su anciana madre con estas palabras: “Madre, no se apure usted; nos van a matar, pero vamos al cielo. ¡Qué a gusto vamos a estar allí!”. Los condujeron por el Paseo de San Cristóbal, donde comenzó un macabro escarnio contra los dos hermanos, quienes, al final y tras una deliberada crueldad por parte de sus ejecutores, fueron eliminados simultáneamente en el Paseo del Tránsito.
 
VICENTE MORENO DE LA E.
 
Nació en Orgaz (Toledo) el 27 de febrero de 1874. Se ordenó de sacerdote el 5 de marzo de 1898. Fue nombrado como ecónomo de Cabañas de la Sagra. Ese mismo año, de 1898, fue trasladado como coadjutor a la parroquia de Olías del Rey. Dos años después llegó a la ciudad de Toledo, como coadjutor de la parroquia de Santiago.

            A finales de los años veinte ejerce el ministerio como coadjutor de la parroquia de San Pedro y como capellán de San José.
 
A sus 62 años se encontraba gravemente aquejado de una úlcera de estómago. Ya el 2 de agosto y tres o cuatro veces más a lo largo del mes, quisieron los milicianos llevárselo para matarle. Pero un jefecillo de milicias, toledano, a quien Don Vicente enseñó a leer y a escribir cuando era niño, lo impidió. No obstante, le robaron casi todo. A últimos de agosto el miliciano que le defendía siempre es trasladado a Valencia.
 
Y el 1 de septiembre, los milicianos vinieron para llevárselo, con el consabido pretexto: a declarar. Un niño, conocido de la familia, seguía de lejos al grupo, que casi en volandas llevaba al cura, que andaba dificultosamente. Cuando el niño observó que el camino que tomaban era el del Paseo del Tránsito y no el del comité, volvió a decírselo a la sobrina, la cual salió en su búsqueda. Don Vicente también sabía dónde le llevaban y les rogaba una y otra vez que no le hicieran sufrir más y lo mataran en cualquier calleja. Con dificultad llegaron al Tránsito. Le exigieron que gritara Viva Lenin; pero él extendió los brazos en cruz y dijo con entereza ¡Viva Cristo Rey! Un solo disparo acabó con su vida. Los familiares lograron el permiso para recoger el cadáver y enterrarlo.
 
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