Viernes, 19 de abril de 2024

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Ser dulce fruto de la voluntad de Dios. Juan Taulero #Marref

Ser dulce fruto de la voluntad de Dios. Juan Taulero #Marref

por La divina proporción

¿Quién, hoy en día, quiere ser fruto de la Voluntad de Dios? Pocos en estos momentos, ya que pensamos que debemos ser frutos de nosotros mismos. Queremos que los demás crean que somos consecuencia de lo que queremos ser y de nuestra voluntad. Nos encanta dar la apariencia de ser personas que se han construido a sí mismas, pero tenemos un miedo terrible a que se profundice en lo que realmente somos. Por desgracia, la postmodernidad nos está llevando a ser productos de marketing, todo apariencia y campaña de publicidad, pero vacíos por dentro. Seres incapaces de juzgar, discernir, pero con gran capacidad de aparentar. 



Esto se puede generalizar y darnos cuenta que toda la sociedad se mueve por apariencias, por simulacros que aceptamos, aunque sabemos que son falsos. La política es una de esas apariencias que todos sabemos que está vacía, pero nos aferramos a ella como si fuera la salvación personal y colectiva. Nos aferramos al activismo que busca aparentar y crear opinión, pero olvidamos que en la guerra de apariencias el cristianismo tiene todas la de perder. 

Nuestra vida debe ser fruto de la Voluntad de Dios y no apariencias que vender a los demás. Todos conocemos esas manzanas rojas, espléndidas,  apetitosas, que cuando se muerden están amargas y secas por dentro. Dios no quiere que quedemos en simples apariencias, quiere que nuestro ser sea un fruto dulce y lleno de beneficios para los demás. 

Los pies de la vid se ligan, se escalonan, se doblan los sarmientos de arriba abajo, se les ata a algo sólido para sostenerlos. Por ahí se puede comprender la dulce y santa vida y la pasión de Nuestro Señor Jesucristo que, en todo, debe ser el sostén del hombre de bien. El hombre debe ser curvado, lo que en él hay de más alto debe ser abajado, y debe abismarse en una verdadera y humilde sumisión, desde lo profundo de su alma. Todas nuestras facultades, interiores y exteriores, tanto las de la sensibilidad y de la avidez como nuestras facultades racionales, deben ser ligadas, cada una en su lugar, en una verdadera sumisión a la voluntad de Dios. 

Seguidamente se remueve la tierra alrededor de los pies de la vid y se escardan las malas hierbas. También el hombre debe escardarse, profundamente atento a lo que pudiera haber todavía por arrancar en el fondo de su ser, para que el Divino Sol pueda acercársele más inmediatamente y brillar en él. Si tú, entonces, dejas hacer que la fuerza de lo alto haga su obra, el sol aspira la humedad escondida en la tierra, en la fuerza vital del tronco y los racimos crecen magníficos. Después el sol, por su calor, actúa sobre los racimos y hace que se desarrollen las flores. Y estas flores tienen un perfume noble y benéfico... Entonces, el fruto llega a ser indeciblemente dulce. Que esta realidad nos sea dada a todos. (Juan Taulero. Llegar a ser una vid que dé fruto) 

Juan Taulero, fraile dominico del siglo XIV, denominado Doctor Iluminado, fue un teólogo, predicador y escritor místico alsaciano, discípulo del maestro Eckhart. Se le considera fundador de la mística alemana. Que lejos aquella mística profunda de la Iglesia Alemana actual. Cuanto tendrían que releer a Juan Taulero los prelados alemanes que intentan cambiar, actualmente, el sentido de los sacramentos. 

En interesante como Juan Taulero nos señala la base de la fraternidad cristiana, con sencillez y belleza: “Todas nuestras facultades, interiores y exteriores, tanto las de la sensibilidad y de la avidez como nuestras facultades racionales, deben ser ligadas, cada una en su lugar, en una verdadera sumisión a la voluntad de Dios”. Lo que cada uno es, es obra de Dios y por lo tanto, los dones que llevamos con nosotros deben estar sometidos a la Voluntad de su Creador. Cada don, debe de ser herramienta que dé gloria al Señor y ayude a quienes tienen otros dones diferentes. Pero para entrar de lleno en la mística de la fraternidad, hay que curvarse, doblegarse, negarse a aprovecharnos egoístamente de lo dones que Dios nos ha dado. El diablo, el gran separador, desea una Iglesia dividida en islas mono carismáticas que sea incapaz de dar testimonio coherente al mundo. Una Iglesia en la que cada cual entienda la materia sagrada a su manera y viva su vida cotidiana sin referencias sólidas. 

Una Iglesia dividida que no es capaz de hablar a los católicos y dar consejos para que participen en la sociedad de forma coherente y decisiva. Una Iglesia que calla cuando se pregunta a las personas si desean crear leyes que destruyan el orden natural deseado por Dios. En estos momentos pienso en el referéndum para legalizar el matrimonio homosexual en Irlanda y la terrible indiferencia que ha encontrado en la Iglesia. Por no entrar a juzgar a las personas, aparcamos el juicio de las circunstancias y de las consecuencias. Parece que a nuestros pastores no les importe que se llame matrimonio a una pareja de personas del mismo sexo y que estas tengan iguales o más derechos, que los verdaderos matrimonios sacramentales. En muchos países, estar casado sacramentalmente es cada vez menos frecuente. 

En este contexto, tengo que señalar que el Cardenal Pietro Parolín, Actualmente secretario de estado del Vaticano, ha sido de lo poquísimos miembros de la curia vaticana que se ha atrevido a señalar la derrota social y moral que conlleva aceptar sin más que el matrimonio deje de tener sentido y solidez en la sociedad. La postmodernidad nos lleva a perder la capacidad de juzgar, no a las personas, sino las circunstancias y las consecuencias de nuestras acciones. Nos quedamos en la cómoda y tibia ausencia de juicio que nos permite salir en las portadas de las más famosas revistas. Preferimos las apariencias, el simulacro, a la Verdad que lleva de la mano a la realidad que vivimos. 

Seguramente pronto nadie pueda hablar sobre estos temas, ya que las autoridades civiles se ocuparan de multarnos o llevarnos a prisión. Son los signos de los tiempos. Signos que ensalzan las apariencias y denigran la Verdad, dentro y fuera de la Iglesia. 

También el hombre debe escardarse, profundamente atento a lo que pudiera haber todavía por arrancar en el fondo de su ser, para que el Divino Sol pueda acercársele más inmediatamente y brillar en él. 

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