Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Así nos arrollará el voto irlandés


La gran mayoría de las personas casadas creerá que nada ha cambiado el día después de la aprobación del matrimonio o de las uniones homosexuales, pero no se dará cuenta de que el vínculo que las unía ha sido disuelto y sustituido por uno completamente distinto.

por Renzo Puccetti

Opinión

En un artículo agudo y bien documentado en La Nuova Bussola Quotidiana (pincha aquí), Massimo Introvigne ha resaltado con claridad el truco ideado por la leadership política irlandesa para envenenar los pozos del acuartelamiento en favor de la familia. Si es verdad que la mayoría está contra el matrimonio homosexual porque implica la adopción homosexual y la fecundación heteróloga (que es, de hecho, una fabricación con compra y venta de niños), entonces no se debe hacer otra cosa más que seguir la técnica de la rana hervida calentando lentamente el agua para que no salte fuera de la olla: primero han legislado introduciendo las uniones civiles homosexuales; después han establecido que los miembros de dichas uniones pueden adoptar y, por último, han hecho votar a los ciudadanos para que todo esto pudiera ser llamado matrimonio.

El referéndum irlandés ha confirmado, con una amplia mayoría, que los irlandeses están de acuerdo: en su Constitución el matrimonio no deberá ser sólo entre un hombre y una mujer. Mensaje claro para nosotros: «Si no se quieren los ”matrimonios” y las adopciones es necesario detener las uniones civiles. Después será demasiado tarde. En Italia el proyecto de ley Cirinnà [sobre las uniones civiles, ndt] hay que detenerlo ahora», escribe Introvigne.

Con humildad, suscribo esto plenamente. En honor de la verdad tampoco podemos dejar de ver que los actores de un diseño tan perverso no son alienígenas llegados de Marte, sino que han sido elegidos por el pueblo. Y no se puede dejar de lado el hecho de que a partir de 2010, año en que fueron introducidas las uniones civiles homosexuales, no se han tenido noticias de un movimiento de proporciones equivalentes que sea contrario a las mismas. La ley sobre las uniones civiles, denominada Civil Partnership and Certain Rights and Obligations of Cohabitants Act, fue aprobada en el Congreso sin tan siquiera la necesidad de un voto formal y pasó al Senado el 8 de julio de 2010 con una aplastante mayoría de 48 a 4; tanto es así, que el ministro de Justicia de la época habló de un «nivel sin precedentes de unidad y apoyo en ambas Cámaras».

Sobre una población total de cuatro millones y medio de irlandeses, los católicos son tres millones ochocientos mil. De los más de tres millones doscientos mil que tenían derecho al voto sólo el 60,52% ha votado de manera válida; de estos, a favor del matrimonio homosexual han votado 1.201.607, equivalente al 62,07% de los votantes y el 37,3% de los electores. ¿Qué nos dice, por lo tanto, un proceso de este alcance? Creo que la primerísima y amarga conclusión es la siguiente: Irlanda es hoy una nación en la que, de hecho, difunde la herejía (no estoy en posición de decir herejía formal, pero al menos sí material).

Si, efectivamente, «se ha de creer con fe divina y católica todo aquello que se contiene en la palabra de Dios escrita o transmitida por tradición» (Can. 750n - §1), si «se deben también firmemente acoger y considerar todas y cada una de las cosas que son propuestas definitivamente por el magisterio de la Iglesia sobre la doctrina de la fe y las costumbres» (Can. 750n - §2) y si, por último, «se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma» (Can. 751), entonces no consigo concretar una razón por la que negar que «hombre y mujer los creó» y negar que «ni los afeminados, ni los homosexuales heredarán el reino de Dios», afirmando en cambio que el matrimonio puede ser también entre hombre y hombre y mujer y mujer, no reduzca técnicamente a la condición de hereje. Obviamente, no puedo más que desear de todo corazón estar equivocado al sacar conclusiones de este tipo de un hecho que es, a pesar de todo, moralmente de enorme gravedad.

La segunda consideración es la siguiente: ¿cómo han podido perder los pastores una parte tan importante de su grey? Al ser yo solamente una de las ovejas no me atañe a mí dar la respuesta, pero cualquier pastor querrá concederme el derecho de estar asustado y de ofrecer mi humilde sugerencia: me parecería más sensato empezar por una inspección general del recinto para tapar todas las grietas y un examen minucioso del pelo de cada una de las cabezas para distinguir, concretar y expulsar a los lobos que han entrado desde los abismos, más que por destruir todo el recinto y declarar que ovejas y lobos son lo mismo. Ser desgarrado por un lobo disfrazado de cordero no hace que la cosa sea, de hecho, menos dolorosa. Como humilde oveja desearía que del próximo Sínodo ordinario sobre la familia partiera, precisamente, una intervención de restauración y saneamiento.

Tercera consideración: si desde una nación que fue catolicísima vuelve a surgir el antiguo vellocino de oro, si con una X en un referéndum se lleva a cabo un descarrilamiento tan grave de la razón y una herejía material, entonces no consigo no pensar en las palabras del Evangelio de Lucas: «Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc 18, 8).

Cuarto pensamiento dirigido a los cantores católicos de la legalidad y de la democracia: las porquerías decididas por mayoría siguen siendo porquerías. Cambiad de registro y volved a buscar la justicia, no la legalidad, porque creo que en el Evangelio además también se habla de justicia. El primer Papa, la roca, cuando respondió a la autoridad que «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29) tenía que tener aún muy vívido el recuerdo de la decisión "democrática" de salvar a Barrabás y condenar al Señor.

Me gustaría, por último, dirigir un pensamiento a los que se tragan la historia de que ofrecer el matrimonio también a las personas homosexuales no quita nada a los otros: quisiera dirigirme, por tanto, a todos los que creen que se trata únicamente de dar la posibilidad a todos de gozar de los mismos derechos. Queridos amigos, la bebida aromática de «más derechos para todos» que hoy bebéis nos envenenará a todos: a vosotros, a mí, a nuestros hijos y a las generaciones futuras que, justamente, maldecirán vuestra locura de hoy. Esta es la advertencia que desde algunos años nos hace el profesor Robert P. George, docente de derecho de la Universidad de Princeton, y su ex alumno, Ryan T. Anderson, director de la revista Public Discourse e investigador de la fundación Heritage. ¿Qué otra cosa significa, de hecho, permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo sino redefinir mediante la fuerza de la ley el matrimonio mismo? Hoy, el matrimonio que nos une a mi mujer y a mí es la institución que une entre ellos a un hombre y a una mujer como esposo y esposa para ser padre y madre de sus hijos, está fundado sobre la realidad antropológica de la complementariedad del hombre y de la mujer, protege la exigencia humana de cada hijo de tener un padre y una madre y cumple con el bien social de tutelar el interés del hijo.

Con la llegada del matrimonio homosexual y con su disfraz temporal y astuto de las uniones civiles homosexuales, el vínculo que nos une a mi mujer y a mí será transformado en una unión afectiva centrada en el deseo y el interés de los adultos aprobada por el gobierno y que el mismo gobierno puede plasmar a placer. La gran mayoría de las personas casadas creerá que nada ha cambiado el día después de la aprobación del matrimonio o de las uniones homosexuales (que son prodrómicas al matrimonio), pero no se dará cuenta de que el vínculo que las unía ha sido disuelto y sustituido por uno completamente distinto. Y estas personas no se darán cuenta de que ese vínculo que las unía, precisamente porque ya no existe, ya no estará disponible ni siquiera para sus hijos o los hijos de sus hijos.

Ese día no pensarán que la maquinaría del Estado está poniendo en marcha cada uno de sus tentáculos para imponer las nuevas reglas a nivel educativo a su progenie, a nivel cultural en la sociedad y para prevenir y reprimir toda posible transgresión. No creerán que anónimos burócratas de un Estado que deja marchitar en la India durante años a sus servidores de uniforme [el autor se refiere al caso de la controversia internacional entre Italia e India surgida tras el arresto, por parte de la policía india, de dos fusileros de la marina italiana, embarcados en la petrolera italiana Enrica Lexie como protección militar y acusados de haber asesinado, el 15 de febrero de 2012 en las costas de Kerala -estado de la India sudoccidental-, a dos pescadores embarcados en un pesquero indio, ndt], que libera a los peores delincuentes y asesinos, que hace que sus fronteras marítimas sean un colador pseudo-humanitario, serán capaces de imponer, con gran eficiencia, lecciones obligatorias de la denominada "igualdad de género" a sus hijos y nietos. No se imaginarán que cuando afirmen que un niño necesita un padre y una padre esto bastará para que se les considere retrógrados, incultos, gentes que hay que reeducar y que los primeros que los señalarán con el dedo como tales serán precisamente sus hijos y nietos que, a causa de una fuerte imposición, serán cogidos por la fuerza por el Estado que los confiará a la escuela y que ahora estarán listos para desarrollar el papel de perfectos censores domésticos de sus ideas nostálgicas. No pensarán que el ser católicos estará considerado equivalente a pertenecer a una secta de insidiosos subversivos del nuevo orden. No imaginarán que tendrán que tener mucho cuidado y no exteriorizar nada que pueda ser interpretado como minimamente crítico hacia la conducta homosexual, para no ser así objeto de atención por parte del aparato judicial y carcelario.

Esos obispos y sacerdotes indecisos -tal vez en algún caso a causa de un chantaje- no pensarán que su silencio los condenará a un provisional silencio tumbal y después a la aprobación con bendición de las homoparejas o del poliamor o, como alternativa y tal como ha predicho el cardenal George, el próximo martirio. No, no se imaginarán todo esto, pensarán únicamente que han sido más buenos que los otros; algunos incluso creerán que han sido más cristianos, pero no se necesitará mucho tiempo para que los hechos demuestren que eran sólo unos pobres ilusos. No nos dejemos angustiar por todo esto; pero pensemos en hacer bien el bien que tenemos enfrente, porque «no nos toca a nosotros dominar todas las mareas del mundo».

Cualquiera que sea el resultado de esta batalla, no nos dejemos asustar por las derrotas provisionales, porque el resultado de la guerra ya fue vencido en la Cruz. Siguiendo las huellas de Enrique V en el día de San Crispín, recordemos que si permanecemos firmes en la fe, «menos somos y más grande será nuestra parte de gloria. [...] Nos pocos. Nos felices pocos. Nos, banda de hermanos».

Artículo publicado originalmente en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
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