Jueves, 28 de marzo de 2024

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Trampa saducea

por Juan del Carmelo

En la historia de la transición política de España, allá por los últimos años de la década de los setenta del pasado siglo, se puso de moda hablar de “la trampa saducea”, ya que en una sesión de las Cortes (este es el antiguo término español que se emplea, en la tan manida Constitución y no otros términos, utilizados para desterrar a este) un político usó este término, de “trampa saducea” y dada desgraciadamente la supina ignorancia en materia evangélica y de historia sagrada y de la Santa madre Iglesia, que existe no solo en el ala izquierda de las Cortes sino también tristemente en la mayoría del ala derecha, todos se quedaron perplejos al escuchar eso de “Trampa saducea”. Veamos. En la Historia de Israel, se puede leer y documentarse uno acerca de quién fue Sadoc. En el capítulo 7 del segundo libro de Samuel, se puede leer que Sadoc era sacerdote y más adelante se le menciona como Sumo sacerdote en la época del rey David. Sin embargo en contra de los que muchos aseguran, la secta de los saduceos no fue creada por el Sumo sacerdote de David, llamado Sadoc, entre otras razones porque median muchos años de diferencia entre la existencia del Sumo sacerdote Sadoc, que existió sobre el año 1000 a.C y el nacimiento de la secta de los saduceos, que nació aproximadamente en el año 175 a.C. en el que fue interrumpido el ejercicio y la sucesión legal del Sumo Sacerdocio en el Templo de Jerusalén, pues el cargo fue objeto de venta. El comercio del más alto cargo religioso, tuvo como corolario la sustitución de las costumbres judías por las griegas, la imposición del culto a los dioses griegos y la persecución de los judíos que seguían fieles a la Ley. Los saduceos representaban la aristocracia judía, eran el exponente del pensamiento aristócrata y no reflejaban el parecer de todo el pueblo. Eran, hasta cierto punto, una reencarnación del partido helenístico que había existido entre los judíos, y contra el cual se habían levantado los hassidim (judíos piadosos), en tanto que los fariseos eran los descendientes ideológicos de los hassidim. Los saduceos, se preocupaban mucho por los intereses seculares de la nación, que por la religión. De modo que los saduceos eran completamente diferentes de los fariseos. No eran antirreligiosos, pero creían que el bienestar de la nación, tal como según ellos la concebían, y no permitían, que las consideraciones religiosas fueran decisivas en todos los asuntos. Aceptaban la Torah, la Ley, como canónica; pero rechazaban el resto del Antiguo Testamento pues no lo consideraban inspirado, y negaban el valor de la tradición de la cual dependían mucho los fariseos. Los saduceos no aceptaban la existencia de una vida futura, o la de los ángeles, o de espíritus de cualquier naturaleza, o de una retribución futura después de la muerte, pues declaraban que en la Torah no había declaraciones definidas en cuanto a estos temas. Los fariseos confesaban su dependencia de Dios para obtener su ayuda, pero los saduceos dependían de sí mismos. No tenían inconvenientes en hacer alianzas con los extranjeros y en utilizar cualquier otro medio que fuera para el beneficio de la nación. Dieron pruebas de este sentido de anteponer el bien de la nación al amor a Dios, cuando Caifás dijo en la asamblea que condenó a Jesús ante de juzgarlo: “Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación”. (Jn 11,49-50) Y teniendo presente este cuadro, acerca de cuál era el pensamiento saduceo, vemos que estos eran maestros en tender trampas dialécticas. Una trampa saducea es aquella de la que resulta muy difícil salir airoso, puesto que, cualquiera que sea la respuesta que se de, siempre podrán atacarle a uno. Los saduceos se las ponían a Jesús con bastante frecuencia. En España tenemos una expresión al respecto: “Poner en un brete”. Veamos algunos ejemplos que se encuentran en los Evangelios. Un día le presentan una mujer sorprendida cometiendo adulterio y le dicen: “La Ley de Moisés manda apedrear a las adúlteras, ¿qué hacemos con ésta?”(Jn 8,4). Si dice que la dejen en paz, lo podrán acusar a él de no respetar la Ley de Moisés y, en consecuencia, castigarlo por ir contra de la ley; pero, si dice que la castiguen, entonces lo podrán acusar de condenar a muerte a una mujer. Otro día le preguntan: “Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito pagar tributo al César o no?”. (Jn 22,17). Si dice que sí, le dirán que está en contra de los pobres y oprimidos a quienes el Emperador explota con sus impuestos; pero, si dice que no, lo podrán acusar de estar en contra de la autoridad romana. Otros muchos ejemplos semejantes aparecen en el Evangelio. Ciertamente Jesús demostró bastante inteligencia y habilidad, pues siempre salió airoso de estas trampas saduceas. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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