Viernes, 29 de marzo de 2024

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Lavoisier y Galileo: vidas paralelas, muertes perpendiculares

por En cuerpo y alma

  
 
            Se ha cumplido ayer el 226 aniversario del aguitollinamiento de Antoine-Laurent de Lavoisier, para muchos el padre de la química moderna, acontecimiento que viene a ocurrir en el ámbito y escenario de la Revolución Francesa. Y me he acordado entonces de lo que le ocurriera a un ilustre predecesor suyo en la historia, Galileo Galilei, al que le pasó más o menos lo mismo. ¿Lo mismo o no tan “lo mismo”. Bueno, pues veamos y Vds. mismos me lo dicen.

  

Antoine Lavoisier y Marie-Anne Pierrette Paulze

           Antoine-Laurent había nacido en París el 26 de agosto de 1743, en una familia bien acomodada. De hecho, al morir su madre teniendo él cinco años, hereda una importante fortuna. Tras estudiar química botánica, astronomía, matemáticas y derecho, con veintiún años realiza su primera publicación científica, a la que luego seguirán otras como “Consideraciones generales sobre la naturaleza de los ácidos”, “Sobre la combustión en general”, “Memoria sobre el calor”, “Método de nomenclatura química” o el “Tratado elemental de química”. A los veinticuatro años de edad ingresa en la Academia de Ciencias. Tres años después casa con Marie-Anne Pierrette Paulze, mujer de particular sabiduría, traductora del inglés de trabajos como “El ensayo del flogisto” de Richard Kirwan y otros de Joseph Priestley, colaboradora infatigable en las investigaciones de su marido.
 
            Lavoisier ocupará diversos cargos públicos, entre ellos el de director estatal de los trabajos para la fabricación de la pólvora, miembro de la comisión para establecer un sistema uniforme de pesas, antecesora de la Conferencia General de Pesas y Medidas, y comisario del tesoro de 1791, desde donde introduce reformas en el sistema monetario y tributario así como en los métodos de producción agrícola. Lavoisier trabaja en el campo de la oxidación de los cuerpos, la respiración animal, el análisis del aire, la teoría calórica y de la combustión, y la fotosíntesis. Es autor de la ley de conservación de la masa llamada ley Lomonósov-Lavoisier.
 
            Todo lo cual no será óbice para que en 1793 sea arrestado por las autoridades de la Revolución Francesa, que le reprochan su participación en la exacción de impuestos con el Antiguo Régimen. El 8 de mayo de 1794, y en un solo día, es juzgado, condenado y guillotinado, mientras el presidente del “tribunal” (por llamarlo de alguna manera), pronunciaba la famosa frase “La república no precisa ni de científicos ni de químicos”. Tenía cincuenta años.
 
            Sólo en la guillotina, y en menos de un año, la Revolución Francesa se cobra la vida de un número en ningún caso inferior a 20.000 franceses, a los que añadir los muertos en reyertas y represiones que siguieron a la misma, entre las cuales, notablemente, la Vendée, que se llevaría la vida de otras cien mil personas.
 
  

Galileo Galilei. Justus Sustermans (1636)

          Galileo Galilei nace en la ciudad de Pisa en 1564. Tras graduarse en medicina por la Universidad de Pisa, y gran aficionado a las matemáticas y a la astronomía, inventa un termómetro y una balanza hidrostática y formula su teoría sobre la caída de los graves. Profesor en Pisa primero y en Padua después, perfecciona un anteojo fabricado en Holanda, con el cual hará mediciones lunares, observa la Vía Láctea, descubre los cuatro satélites mayores de júpiter y los anillos de Saturno, y publica su “Siderius Nuntius”, en el que expone sus observaciones. De vuelta en Pisa, estudia la flotación de los cuerpos, establece el concepto de “peso específico”, y determina el período de rotación del sol, apoyando el heliocentrismo copernicano frente al geocentrismo imperante.
 
            En 1616, Galileo es llamado a Roma ante el Santo Oficio. Recibido con todo respeto, el 23 de febrero el tribunal condena, sin embargo, al sistema copernicano que Galileo defiende y prohíbe al pisano divulgarlo. La elección para la silla de Pedro de Urbano VIII, que había mostrado particular afecto al astrónomo, anima a éste a publicar su “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, tolemaico y copernicano”, una exposición de la cosmología copernicana con muchos aciertos pero tambien con algún error.

            Interpretada la publicación como acto de desacato a la prohibición de divulgar a Copérnico, Galileo es reclamado de nuevo al Santo Oficio, en un proceso que se inicia el 12 de abril de 1633 y termina el 22 de junio, más de dos meses pues. Es obligado a abjurar de su doctrina, condenado a prisión perpetua, y su “Diálogo” es incluído en el Índice de libros prohibidos. Es este el momento en que, según se dice, pronuncia su famoso “Eppur si muove” (¡Y sin embargo se mueve!) referido al movimiento de la tierra alrededor del sol.

            La dura pena será pronto atemperada, cumpliéndola primero en el palacio del Arzobispo Piccolomini y luego en su propia casa en Arcetri, sin pisar la prisión en momento alguno. Sus últimos años los pasa junto a sus discípulos Viviani y Torricelli. Galileo muere el 9 de enero de 1642, -su “reclusión perpetua” no ha llegado ni a nueve años y en las condiciones descritas-, no poco fructíferos, por cierto, pues durante ellos, nada ni nadie le impedirá escribir sus “Discursos y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias”. Y eso que en su libro "Leyendas Negras de la Iglesia" Vittorio Messori afirma que  según una encuesta del Consejo de Europa realizada entre los estudiantes de ciencias de todos los países de la comunidad, casi el 30% creía que Galileo acabó sus días en la hoguera, y un 97%, que fue sometido a torturas.
 
            En toda su larga historia que dura más de seis siglos, e incluída su famosa “sección española”, es difícil atribuir a la Inquisición más de diez mil condenados. Por otro lado, la Inquisición es probablemente el primer tribunal con un proceso reglado y escrito, y representaba en la época unas garantías que ningún otro tribunal ofrecía.
 
            Y bien amigos, como les decía, vidas paralelas, muertes perpendiculares. La historia es así: cosa distinta es cómo nos la cuentan. Y sin más por hoy, me despido una vez más de Vds., no sin desearles, como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. ¡Feliz domingo!
 
 
            ©L.A.
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