Viernes, 19 de abril de 2024

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Dogmas marianos

por Juan del Carmelo

Relacionados en razón a su antigüedad, cuatro son los dogmas marianos, estos son: el “Dogma de la virginidad de Nuestra Señora”, el “Dogma de la maternidad divina de Nuestra Señora”, el “Dogma de la Inmaculada concepción” y el “Dogma de la Asunción de Nuestra Señora a los cielos”. El dogma más antiguo, es el dogma de la virginidad de nuestra Señora. Este dogma es confundido por muchos con el dogma de la “Inmaculada Concepción”, lo cual, es muestra de una supina ignorancia religiosa, que algunas veces es fruto de una oscura catequesis. La virginidad de Nuestra Señora, curiosamente ha sido defendida también por los musulmanes y por supuesto por los católicos ya que la mayoría de los protestantes no la defienden. No ha sido una postura de defensa sino de ataque, la postura de los judíos. En efecto, en el Talmud hebraico esta recogida la tradición de Pandera o Pantera, según la cual un oficial romano con ese nombre, habría seducido y dejado embarazada a una cierta Myriam, prometida de José y el fruto de este pecado habría sido Jesús. Pero sin embargo, si abrimos el Corán por la cuarta “sura” versículo 155, después de una serie de invectivas contra los judíos podemos leer, que estos serán castigados por Dios por su incredulidad y por haber pronunciado una calumnia monstruosa contra María. La calumnia de haber concebido a su hijo en pecado, rompiendo la fidelidad prometida a su prometido y, por añadidura dejándola embarazada un extranjero. Y esto, además, decir que sucedió, en el periodo de la menstruación, cuando para los semitas, las mujeres son inaccesibles por impuras, de forma que aún hace más monstruosa la calumnia, la cual, recuerda el Corán, viene de los judíos. La tesis de María madre de familia numerosa, renació solo en los siglos XVIII y XIX, en el ámbito del protestantismo liberal, del iluminismo y del racionalismo. Aunque desde hace mucho tiempo es predominante entre los protestantes y también desgraciadamente existen personas acomplejadas, que se auto-titulan católicos y participan de las tesis protestantes. Entre otros argumentos evidentes podemos señalar, que si Nuestra Señora, hubiese tenido otros hijos (e hijas) sería excepcionalmente singular, que Jesús moribundo hubiera confiado la custodia de su madre, al discípulo amado. En relación al segundo dogma, el de la “Maternidad divina de Nuestra Señora”, inequívocamente este está recogido en los evangelios, pero no obstante, hubo en su día determinadas corrientes teológicas que indirectamente cuestionaban la autentica maternidad divina de Nuestra Señora. El Concilio de Éfeso despejó toda duda al declarar que: "Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la Santa Virgen, y luego descendió sobre él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne". Pocos años más tarde, en el 451, el Concilio de Calcedonia reafirma la misma doctrina: "Todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios en cuanto a la humanidad”. Después del Concilio de Éfeso, celebrado en el año 431, el papa Sixto III erigió en el año 432-440, sobre el monte Esquilino en Roma, un basílica dedicada a la Virgen y que lleva el nombre de Santa María la Mayor, y es la iglesia más antigua de occidente dedicada a la Virgen. Por último el Concilio Vaticano II, hizo referencia a este dogma diciendo: "Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades". (Constitución Dogmática Lumen) En cuanto al tercer dogma, el de la “Inmaculada Concepción de Nuestra Señora”, este fue declarado por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854. España que durante siglos fue el bastión principal en la lucha frente al protestantismo, batalló para que la Santa sede declarase este dogma, y le fue concedido el privilegio litúrgico de que en territorio español el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, los sacerdotes puedan usar una casulla de color celeste. Desgraciadamente este privilegio mariano después de la ola posconciliar de ignorar la liturgia, este privilegió es prácticamente ignorado y ha caído en desuso, y solo en contados lugares hay piadosos sacerdotes cumplidores de sus obligaciones, que se atienen estrictamente a la obligada liturgia no creando otra a su gusto, y usan de este privilegio. Escribe San Alfonso María Ligorio, que: “Aunque no hubiera otro motivo, por el honor de su Hijo que ese Dios el Padre, tenía que crearla pura de toda mancha”. Y Santo Tomás afirma que todas las cosas que se relacionan con Dios, tienen que ser santas y inmune de toda suciedad. Y como no iba a serlo el arca que se preparaba para el seno del redentor, esta tenía que nacer ya redimida, como un anticipo del gran amor que la muerte de quién sería su hijo derramaría sobre todos los hombres. Pero este dogma no implicaba que Nuestra Señora, no necesitase de la Redención. La necesitó tanto como cualquiera de nosotros, pero Ella fue redimida anticipadamente, por vía de prevención, en cuerpo y alma desde el instante de la concepción. Nosotros sin embargo solo recibimos los frutos de la Redención al momento del bautismo en nuestra alma. Por su parte, Santo Tomás, pensaba que Nuestra Señora fue librada del pecado original en el momento inmediato anterior a la concepción de Nuestro Señor, no desde la concepción de Ella en el seno de Santa Ana. El último dogma y más reciente es el de la “Asunción de Nuestra Señora a los cielos”. Es curioso que los más antiguos documentos no hablen nunca de la muerte de Nuestra Señora; cuando los cristianos de otros tiempos hacían alusión a su muerte, empleaban términos más exactos: dormitio, el sueño de María, o transitus, su paso al cielo, y desde su gloriosa asunción, María es para nosotros la puerta del cielo. Igual que vivió quince años antes que el Verbo se encarnase en Ella, después que su Hijo regresó a la diestra del Padre, tuvo que vivir unos quince años más, privada de su presencia visible. No experimentó ni la decadencia de la vejez ni las endebleces de la edad. El tiempo no ejercía sus estragos en el cuerpo inmaculado de María; el amor divino hizo su obra en el cuerpo de Nuestra Madre. Dice san Agustín que: Jesús preservó de la corrupción el cuerpo de María, porque redundaba en desdoro suyo que se corrompiera la carne virginal que Él había tomado. Este dogma fue proclamado por Pio XII en el año santo de 1950. Escriben Stefano Fiores y Salvatore Meo, que: “El principio fundamental está constituido por aquél único e idéntico decreto de predestinación en el que, desde la eternidad, María está unida misteriosamente por su misión y sus privilegios a Jesucristo en su misión de Salvador y Redentor, en su gloria, en su victoria, sobre el pecado y sobre su muerte. Su misión de Madre de Dios y de aliada generosa del divino Redentor, sus privilegios de Inmaculada Concepción y de virginidad perpetua, entendidos en su globalidad como principio de unión con Cristo, hacen de María, como coronamiento de todos sus privilegios, no solamente que se viera inmune de la corrupción del sepulcro, sino que alcanzase la victoria plena sobre la muerte, es decir, fuera elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo y resplandeciese allí como reina a la diestra de su Hijo, rey inmortal de los siglos”. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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