Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Lo que nunca sabremos de Marcial Maciel


Lo que nunca podrá entender el mundo, ni aún muchos de los miembros de la propia Legión de Cristo, es que la misericordia divina es mucho mayor que el pecado del hombre, y que el cristiano no lo es tanto por lo que hace sino por Aquel al que ha seguido.

por Alejandro Campoy

Opinión

El Evangelio es contundente «¡Ay de aquel por quien vendrá el escándalo! Si tu mano o tu pie te es ocasión de escándalo, córtalo y arrójalo lejos de ti» (Mt, 18, 8). El juicio humano sobre la vida del Padre Maciel, es, por tanto, inevitable y contundente. Pero no así el juicio divino, y es en este punto donde ningún hombre puede aventurarse.

Y no es posible pretender que el mundo comprenda. Su sentencia ya ha sido dictada, y con ella deberán proseguir su camino los Legionarios de Cristo, camino necesario hoy tanto para la Iglesia católica como para el mundo. Porque lo que nunca podrá entender el mundo, ni quizás muchos de los fieles de la Iglesia católica, ni aún muchos de los miembros de la propia Legión de Cristo, es que la misericordia divina es mucho mayor que el pecado del hombre, y que el cristiano no lo es tanto por lo que hace sino por Aquel al que ha seguido.
 
Y desde este punto de vista, hoy me atrevo a afirmar que también Marcial Maciel es hoy un don de Dios a la Iglesia. ¡Oh, escándalo! ¿Un don de Dios? ¿Como es posible afirmar semejante cosa sin salirse del sano juicio? ¡Pues sí, insisto, un don de Dios! Escándalo para judíos (léase: miembros de la Iglesia católica), necedad para los gentiles (léase: todos los ajenos a la misma Iglesia católica). Y no sólo por sus frutos, esa gran legión de hombres y mujeres en busca de la santidad.
 
No sólo por sus frutos, sino por su final. ¡Más escándalo! ¿Acaso el final de la vida del Padre Maciel no fue una humillación pública, a nivel mundial, un linchamiento por parte de todas las terminales mediáticas del mundo y una condena al ostracismo y al ocultamiento por parte de la máxima jerarquía eclesiática? Sí, así fue. Por sus pecados, dirán. ¡Por supuesto, más que suficiente! Sólo Uno pudo ser humillado, públicamente linchado, abandonado por los suyos y aún abandonado por Dios por los pecados de toda la Humanidad, sólo Uno. Los demás tenemos que seguir el mismo camino, simplemente por nuestros propios pecados, y quizás, en algunos casos excepcionales, por los pecados de algunos otros más.
 
¿No ha sido el final de la vida del Padre Maciel precisamente un recorrer junto a Jesucristo el mismo camino del Gólgota? ¿Existe alguien, en todo el orbe, que sea capaz de tirar la primera piedra? Y la humillación y el linchamiento fueron proporcionales a la gravedad del pecado, sin duda, pero lo que nunca sabremos del Padre Maciel es precisamente como fueron esos últimos años de agonía interior y de ostracismo y condena, por lo que al menos los que pretendemos llamarnos “católicos” quedamos obligados a abstenernos del juicio: eso sólo corresponde a Dios.
 
Y ¡oh, escándalo!, hoy reivindico al Padre Maciel como un don de Dios no sólo para la Iglesia, sino para mí personalmente. Es otro signo de los tiempos. En un momento en que la Iglesia nos ha dado a conocer la terrible noche vivida por la Madre Teresa de Calcuta como un don para los fieles, noche que le hizo escribir entre otras cosas que “las tinieblas son tan profundas que realmente no veo ni con mi mente ni con mi razón. No hay Dios en mí. Entonces es cuando siento que Él no me quiere, que no está allí, que el cielo y las almas son sólo palabras que no significan nada para mí”, en un momento así el Padre Maciel aparece como un ejemplo de la terrible noche del pecado.
 
El mundo actual necesita de una Iglesia que le hable de Dios, no de una Iglesia de hombres buenos y ejemplares. El mundo de hoy es un mundo de hombres débiles y frágiles, de hombres rotos por la soberbia y el engreimiento de una razón deificada que condujo a los mayores horrores de la historia en la Segunda Guerra Mundial y lo que siguió. El hombre de hoy es un hombre incapaz de la fe y del misterio, incapaz de la virtud por sus propias fuerzas, simplemente porque está roto, enfermo, debilitado. Y hoy ese hombre roto, enfermo y debilitado se prefigura precisamente en Marcial Maciel, sin embargo un hombre redimido y resucitado por Jesucristo tras haberle acompañado en el camino del Gógota.
 
Hoy la Iglesia no debe mostrar al mundo grandes santos y personas ejemplares, sino hombres débiles que han sido salvados por la misericordia infinita. Hoy la Iglesia ya sólo debe presentar al mundo al mismo Dios, desnudo, en toda su gloria. Y los hombres deben aparecer simplemente como lo que son, debilidad, fragilidad, pecado. Y eso es un don de Dios. Y venga el escándalo.
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