Viernes, 26 de abril de 2024

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Secularidad, esencial en los institutos seculares

por Un obispo opina

Permítanseme tres observaciones sobre el carácter secular de los Institutos.

Primera, se da este carácter secular porque viven en el siglo. De ahí el apelativo secular; y viven como vive cualquier otro cristiano; por eso conviene que se adapten «a la vida secular en todo lo que sea lícito y pueda compaginarse con los trabajos y deberes de la perfección» (Primo Feliciter II).
 
Segunda, porque ejercen su apostolado en el siglo; esto merece destacarse en primer lugar, pues significa que ejercen su apostolado en el mundo, no a través de una asociación o agrupación, sino con responsabilidad propia y personal, no necesariamente en nombre de su Instituto, sin implicarlo en sus actuaciones. Y lo hacen «en lugares tiempos y circunstancias prohibidos o inaccesibles a los sacerdotes y religiosos» (Provida Mater 10).
 
Y tercera, lo ejercen por medio del siglo, es decir, por medio de las estructuras, profesiones, asociaciones netamente seculares. Como dice Primo Feliciter II, actúan «desde el siglo y, por consiguiente, en las profesiones, formas, actividades, lugares, circunstancias correspondientes a esta condición secular».
 
Recordemos unas palabras de Pablo VI el 26 de septiembre de 1970 en el encuentro internacional de Institutos Seculares: «¿Abandonaremos o podremos conservar nuestra forma secular de vida? Esta es vuestra pregunta; la Iglesia ya ha respondido; sois libres para elegir; podéis continuar siendo seculares. Y tendréis así un campo propio e inmenso en que dar cumplimiento a vuestra tarea doble: vuestra santificación personal, vuestra alma, y aquella "consecratio mundi", cuyo delicado compromiso, delicado y atrayente, conocéis; es decir, el campo del mundo; del mundo humano, tal como es, con su inquieta y seductora actualidad, con sus virtudes y sus pasiones, con sus posibilidades para el bien y con su gravitación hacia el mal, con sus magníficas realizaciones modernas y con sus secretas deficiencias e inevitables sufrimientos: el mundo. Es un camino difícil, de alpinista del espíritu».
 
Ante un mundo que cree poder absolutizar, e intenta absolutizarlos, ciertos valores del progreso humano prescindiendo de Dios, se presentan con su secularidad consagrada, como testigos de la trascendencia y actuando ante estas realidades con un estilo nuevo, el estilo evangélico. Se trata de actuar en el mundo desde dentro de la realidad misma del mundo. Se trata de que los seglares vayan también descubriendo que la secularidad es una manera de ir haciendo Iglesia, actuando con estilo cristiano sobre el mundo.
 
En septiembre de 1972 seguía diciendo Pablo VI a los responsables de los Institutos Seculares: «Secularidad debe significar, ante todo, toma de conciencia de estar en el mundo como "lugar propio vuestro de responsabilidad cristiana». Y en  febrero de 1972, con motivo del XXV Aniversario de la Provida Mater, había dicho que la secularidad «no sólo representa una condición sociológica, un hecho externo, sino también una actitud: estar en el mundo, saberse responsable para servirlo, para configurarlo según el designio divino en un orden más justo y más humano con el fin de santificarlo desde dentro».
 
«Concretando el campo propio de su actividad evangelizadora es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas». De estas palabras se hace también eco Juan Pablo II en su discurso del 28 de agosto de 1980 a los Institutos Seculares.
 
Estoy convencido de que los Institutos Seculares están llamados a una extraordinaria fecundidad apostólica, con una incidencia en la vida de la Iglesia no menor que la que tuvieron las órdenes y congregaciones religiosas durante tantos siglos. Pablo VI alude a este futuro prometedor cuando, dirigiéndose a los Institutos Seculares en el XXV Aniversario de la Provida Mater, dice: «No puede menos de verse la profunda y providencial coincidencia entre el carisma de los Institutos Seculares y una de las líneas más importantes y más claras del Concilio: la presencia de la Iglesia en el mundo».
 
Aludiendo a esta doble realidad de la secularidad y de la consagración dijo Pablo VI a los responsables de Institutos Seculares en 1971: «Ninguno de los dos aspectos de vuestra fisonomía espiritual puede ser supervalorado a costa del otro. Ambos son "coesenciales"».
 
Si sirve como frase resumen de lo que he venido diciendo, con todas las matizaciones y precisiones que una frase así requiere, diría que al ingresar en un Instituto Secular no cambia nada su vida en lo externo. Se consagra a seguir haciendo lo que ha hecho siempre, pero con otras motivaciones en el corazón; es decir, con una gran fuerza interior y con una mayor apertura a la universalidad para que el mundo se estructure según el Evangelio.

 José Gea
 
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