Viernes, 29 de marzo de 2024

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La tableta

por Soy católico, ¿pasa algo?

Imagino que si Celia Villalobos hubiera utilizado la tableta mientras presidía el debate del estado de la nación para leer la Oda a Salinas, de Fray Luis, en busca de sinalefas, el diapasón de la crítica ciudadana, siempre deferente hacia la intelectualidad, habría sido menor, pero lo de jugar al Frozen en el hemiciclo, si es cierto, no lo entienden ni quienes en su etapa escolar jugaban a las tres en raya durante las clases de geometría.  O a los barcos cuando el penene de historia relacionaba las isobaras con la debacle de la armada invencible.
La vicepresidenta de la cámara baja asegura que en realidad leía la prensa, no digo que no, pero, sea como sea, lo que importa no es si jugaba de manera convulsa o saltaba de un titular a otro sin apenas tiempo para analizar la noticia, sino que no estaba en lo que tenía que estar. O tal vez sí. Como es mujer, Villalobos lo tiene fácil: puede argüir que está capacitada para hacer dos cosas a la vez, que no son coser y cantar, sino confrontar el discurso de Rajoy con la lectura de los editoriales para captar la diferencia entre la opinión pública y la publicada. 
En cualquier caso, la de Villalobos es una polémica hipócrita. Cualquier español que haya asistido a un par de conferencias sabe que el bostezo no es un acto reflejo sino la consecuencia del nivel de la oratoria. Un debate de Estado es una invitación a la somnolencia. Es muy duro aburrirse aunque sea por la buena causa de un buen sueldo. Lo que justifica, en cierto modo, las mil estratagemas que utilizan sus señorías para escapar del tedio, entre las que destaca la de ausentarse del hemiciclo, opción vetada a doña Celia por su condición de presidenta en funciones. De ahí que, ante la imposibilidad de huir, decidiera evadirse.
Ante este tipo de cosas la ciudadanía se indigna, pero eso es porque otorga a sus representantes un rango que no merecen. Existe la creencia de que llegan a ella los más capacitados, pero no siempre es así. En realidad, casi nunca es así. Tomar asiento en el Congreso te convierte, como mucho, en experto en enmiendas a la totalidad, pero no en estadista. Dicho de otro modo, desayunar a diario en el café Gijón no capacita para escribir La colmena.
 
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