Miércoles, 24 de abril de 2024

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La Iglesia es un hospital, pero ¿Sólo eso? San Agustín

La Iglesia es un hospital, pero ¿Sólo eso? San Agustín

por La divina proporción

La Iglesia es muchas cosas y tiene multitud de funciones. No podemos pensar en que el cuerpo de una persona sólo sirva para una cosa, pues el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, con más razón es más que un hospital donde se sanan los heridos por el pecado. 

Que sea más que un hospital, no quiere decir que no sea un hospital. El enemigo frecuentemente nos tienta haciéndonos creer que algo es “lo mejor” y después, nos señala que nos quedemos ahí, olvidando todo lo bueno. Pensemos en la Transfiguración del Señor cuando Pedro dijo “Que bien estamos aquí, hagamos tres chozas…” La experiencia mística terminó en ese instante. Terminó en el momento que la propia Gloria de Dios de Dios se convierte en una tentación para olvidarnos de todo lo demás. 

La Iglesia da culto a Dios y acerca su Gracia a las personas, ayuda a los necesitados, enseña a nuestros hijos y a nosotros, aconseja en aspectos muy diversos de nuestra vida, etc. Sin olvidar todo lo bueno que hace la Iglesia, miremos lo bueno que hace como hospital donde sanar las heridas del pecado: 

Esto es lo que hacen los médicos: cuando llegan a un lugar en que nadie los conoce, eligen primero para curar casos desesperados; de esta forma, a la vez que ejercen en ellos la misericordia, hacen publicidad de su ciencia, para que unos a otros se digan en aquel lugar: «Vete a tal médico; ten confianza, que te sanará. (…)También yo he conocido una situación parecida; lo que tu padeces también lo padecí yo». De modo semejante dice Pablo a todo enfermo que está a punto de perder la esperanza: «Quien me curó a mí, me envió a ti, diciéndome: Acércate a aquella persona sin esperanza y cuéntale lo que tuviste, lo que curé en ti. (…) Grítalo a los desesperados: Es palabra fiel y digna de todo crédito que Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores (1Tm 1,15). ¿Por qué teméis? ¿Por qué os asustáis? El primero de los cuales soy yo. Yo, yo que os hablo; yo sano, a vosotros enfermos; yo, que estoy en pie, a vosotros caídos; yo ya seguro, a vosotros sin esperanza». (…) 

No perdáis, pues, la esperanza. Estáis enfermos, acercaos a él y recibid la curación; estáis ciegos, acercaos a él y sed iluminados. (…) Decid todos: “Venid, adorémosle, postrémonos ante él y lloremos en presencia del Señor, que nos hizo” (Sal 94,6). (San Agustín, Sermón 176, 4) 

San Agustín señala con certeza que la Medicina se ofrece realmente a quien está a punto de perder la esperanza: “Grítalo a los desesperados”. Si ofrecemos la Medicina a quien se cree sano, seguramente nos recrimine por insinuar que está enfermo. Sólo quien acepta que necesita se curado, busca la Medicina que el Médico supremo ofrece. 

La evangelización es la “propaganda” que se hace del Médico supremo y tal como indica San Agustín, se busca primero a quienes más necesitamos están. Son aquellos se son llamados a la cena de bodas y vienen prestos y preparados. Tal como indica la parábola, si alguno llega sin estar vestido adecuadamente, es decir, preparado para recibir la Medicina, el Señor respetará su deseo de quedarse fuera, aunque esto conlleve el “llanto y crujir de dientes”. 

A veces pensamos que si creamos una Iglesia divertida y “fácil”, los enfermos se acercarán en mayor número. Sin duda se acercarán más personas, pero estas no tendrán que aceptar su condición de enfermos. De hecho puede ser que se acerquen para ver si pueden beneficiarse de la propia Iglesia para sus “asuntos personales”. 

La Iglesia ofrece cura para los que necesitan ser curados, pero la cura conlleva el sacrificio de negarse a sí mismo y la dureza de cargar con la cruz que todos tenemos. La Medicina, que es la Gracia de Dios, se recibe cuando tenemos el corazón abierto a la acción del Espíritu y eso no es nada sencillo hoy en día. 

Lo más duro es reconocer que todos estamos enfermos de pecado y que todos necesitamos la Gracia que nos permite seguir adelante día a día. Las enfermeras, los ayudantes, los camilleros, los porteros, las matronas, etc, del hospital son igual de enfermos que las personas que se acercan al hospital. De hecho, acercarse conlleva convertirse en personal fijo del hospital, para ayudar a los que se vayan acercando. 

Si pensamos en un espacio donde todos podemos ayudarnos mutuamente, ese espacio es la Iglesia. Por lo tanto, es necesario saberse necesitado y estar dispuesto a aceptar la ayuda de los demás. Es necesario saberse enfermo y estar dispuesto a aceptar la Medicina que nos ofrece el Médico supremo. Esto no significa que la Iglesia no acoja y que rechace a quien viene a curar sus heridas. Significa que quien se sienta sano y no necesitado de los demás y de Dios, no tiene espacio dentro de este peculiar hospital. 

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