Sábado, 20 de abril de 2024

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Abandonar las supersticiones por la ley de Cristo. Orígenes

Abandonar las supersticiones por la ley de Cristo. Orígenes

por La divina proporción

En mi anterior entrada traté el episodio evangélico de la Hemorroísa, para dar un sentido a la Fe, que Cristo señala como elemento principal de salvación. El comentario que hizo un amable lector me ha hecho darme cuenta que es necesario profundizar un poco más en el sentido simbólico de tocar, deslindándolo del hecho puramente mecánico de posar la mano sobre la tela de un manto. Aquí hay dos líneas de reflexión: La primera es la correlación simbólica de los hechos y la vida de Cristo. La segunda es el deslinde entre religión y magia. 

Vamos cómo interpreta Orígenes el pasaje evangélico que se va a leer este próximo sábado (Mc 6,30-34):

 

Jesús, el Verbo de Dios estaba en Judea. Después de la noticia del asesinato del profeta Juan Bautista, en una barca, -símbolo de su cuerpo-, Jesús se fue a una tierra desierta, al descampado. En este lugar desértico, Jesús se encontraba a salvo, es decir: su palabra estaba aislada y su enseñanza iba en contra de las costumbres y las ideas de las naciones. Entonces, el gentío, enterándose que el que es la Palabra de Dios había venido a vivir en su desierto..., vinieron detrás de él, saliendo de sus ciudades, es decir, abandonaban las costumbres supersticiosas de su patria y se adhirieron a la ley de Cristo... Jesús había salido a su encuentro porque ellos eran incapaces de ir a Él; acercándose a los que “estaban fuera” (cf Mc 4,11) los llevó adentro. 

Jesús salió al encuentro de esta muchedumbre numerosa que estaba fuera. Derramando sobre ella la luz de su presencia, la mira, y, viendo qué clase de gente le rodeaba, sintió compasión por ellos. El, en cuanto Dios, está por encima del sufrimiento, sufre a causa de su amor por los hombres. La emoción le sobrecoge en sus entrañas. No sólo está conmovido sino que los cura de todas sus enfermedades y los libra de todo mal. (Orígenes. Comentario sobre San Mateo 10, 23) 

Al acercarnos a la Palabra de Dios, las Sagradas Escrituras, nos enfrentamos a lo que se denomina un Misterio. No se trata de algo escondido o imposible de saber, sino un pozo de comunicación tan profundo e infinito, que nunca podremos entenderlo al cien por cien. Nosotros somos como un vaso y el misterio es como una inmensa cascada. Podremos contener algo de agua de la cascada, pero nunca contenerla toda. 

Las Sagradas Escrituras tienen un nivel de narración real, que procede de los recuerdos de quienes vivieron esos momentos con el Señor. Por lo tanto, los discípulos nos narran, como testimonio personal, todo aquello que les impactó de cada momento vivido con el Señor. Tenemos otro sustrato aún más interesante, que es el comportamiento del Señor, que tiene una gran cantidad de niveles de comunicación implícitos. Sobre estos sustratos histórico-testimoniales tenemos la acción del Espíritu Santo, que hace que estas narraciones traspasen los límites de lo puramente narrativo, para convertirse en Palabra Viva que nos habla directamente a cada uno de nosotros. 

Orígenes toma una narración que parece puramente descriptiva y encuentra un significado profundo y trascendente. La realidad testimoniada se convierte en una parábola de lo que Dios nos quiere comunicar. Tomemos un par de párrafos que nos ayudarán a acercarnos al segundo punto: el deslinde entre religión y magia. 

vinieron detrás de él, saliendo de sus ciudades, es decir, abandonaban las costumbres supersticiosas de su patria y se adhirieron a la ley de Cristo...” La acción de dejar su espacio de vida se puede entender como un acto de voluntad de dejar lo que conocen y aceptar la Nueva Noticia que Cristo nos trae. La Ley de Cristo no busca abolir la antigua ley, sino dale plenitud y profundidad. De igual forma, Cristo nos señala que sin Él nada podemos (Jn 5, 15) y nos pide que oremos con fe al Padre para que sea Dios el que atienda nuestras peticiones (Mt 17, 20). 

Jesús había salido a su encuentro porque ellos eran incapaces de ir a Él” Dios es quien tiene poder y capacidad de atender nuestras necesidades, pero sin convertirse en una herramienta nuestra. La Voluntad de Dios es la que impera (Lc 22, 42) y nosotros sólo podemos buscar que nuestra vida y acciones, estén dentro de esa Voluntad. Dios sale a nuestro encuentro, porque nosotros somos incapaces de llegar, con nuestras propias fuerzas, hasta El. 

El pensamiento mágico propone que el poder está en el ser humano y la divinidad se somete a nuestra voluntad, siempre que tengamos el poder suficiente para dominarla. Dios se convierte en herramienta del ser humano, que es quien impera y reina. El acto de tocar el manto de Cristo no hubiera tenido ninguna consecuencia si la Voluntad de Dios no se hubiera compadecido previamente de la Hemorroísa. Con el acto de tocar el manto, Cristo nos enseña simbólicamente  que cuando nuestra voluntad está sintonizada con la Voluntad de Dios, nuestra vida cobra sentido. La Fe mueve montañas, pero las montañas somos nosotros mismos.

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