Viernes, 29 de marzo de 2024

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De las menciones a Arabia en el Nuevo Testamento (a propósito de los descubrimientos de Najran)

por En cuerpo y alma

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            Destaca Religión en Libertad (pinche aquí si todavía no ha leído la noticia) la presentación que sobre los descubrimientos de unas inscripciones cristianas en la región árabe de Najrân ha realizado Frédéric Imbert en el Museo de la Universidad Americana de Beirut. Momento más que apto para que nosotros, por nuestra parte, nos preguntemos sobre la presencia de Arabia (y de los árabes) en los textos neotestamentarios, en el bien entendido de que hablamos de Arabia, no de Arabia Saudí, país que como se sabe, no nace hasta su completa independencia del Reino Unido en el año 1932, y que le debe el “apellido” a su fundador y futuro rey, Abdelaziz Ben Saud (18761953).
 
            Pues bien, las alusiones a Arabia y a los árabes en el Nuevo Testamento son muy escasas, apenas tres, y una cuarta indirecta. Pero no por ello poco importantes.
 
            Cronológicamente hablando, la primera se la debemos a Pablo, que nos revela el retiro que realizó en la Arabia tal vez para reflexionar sobre su reciente conversión producida poco antes en Damasco (pinche aquí si le interesa el tema). Cabe pensar, aunque por la propia naturaleza del viaje no parece que sea ni probable ni intenso, que durante dicho retiro Pablo llevara a cabo ya algún tipo de apostolado en la Península. Si sí como si no, esto es lo que relata el apóstol de los gentiles a los prosélitos de Galacia:
 
            “Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo a hombre alguno, ni subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde volví a Damasco” (Gl. 1, 1517).
 
            En el mismo escrito realiza una de las muchas referencias que al Antiguo Testamento dedica en sus cartas, en la que recoge una nueva mención a Arabia. Es aquella en la que explica:
 
            “Pues está escrito que Abrahán tuvo dos hijos: uno de la esclava y otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la naturaleza; el de la libre, en virtud de la promesa. Hay en ello una alegoría: estas mujeres representan dos alianzas; la primera, la del monte Sinaí, madre de los esclavos, es Agar, (pues el monte Sinaí está en Arabia) y corresponde a la Jerusalén actual, que es esclava, y lo mismo sus hijos. Pero la Jerusalén de arriba es libre; ésa es nuestra madre” (Gl. 4, 22-26).
 
            También en los escritos de Pablo hallamos la que damos en llamar la “alusión indirecta” a Arabia, realizada no tanto al territorio como a su rey, Aretas IV Filopatris (r. 9 a.C.-40 d.C.).
 
            “En Damasco, el etnarca del Rey Aretas tenía puesta guardia en la ciudad de los damascenos con el fin de prenderme. Por una ventana y en una espuerta fui descolgado muro abajo. Así escapé de sus manos” (2 Co. 11)
 
            Un rey del que, por cierto, sabemos, gracias a las “Antigüedades” del historiador judío contemporáneo de los hechos Flavio Josefo, que le hizo la guerra a Herodes Antipas (pinche aquí para conocer mejor al rey judío que tanto persiguió a Jesús y al que incluso llegó a conocer):
 
            “En este tiempo, surgió la discordia entre el Rey Aretas de Petra y Herodes, por el siguiente motivo. El tetrarca Herodes se había casado en su día con la hija de Aretas […] Pero con motivo de un viaje a Roma, se alojó en casa de Herodes, hermano suyo aunque no de madre, puesto que este último Herodes era hijo de la hija del Sumo Sacerdote Simón. Y Herodes Antipas se enamoró de Herodías, la mujer de su hermano […], llegando incluso a proponerle el matrimonio. […] Y Aretas inició, a causa de este comportamiento de Herodes, su hostilidad hacia él, traducida en una disputa de fronteras en la región de Gamalítide” (Ant. 18, 115).
 
            La guerra termina con la derrota de Antipas, a la que Flavio Josefo halla la siguiente explicación, absolutamente inesperable:
 
            “Entonces Juan Bautista [que según señala Mateo, en una nueva demostración de la perfecta compatibilidad de los evangelios con las fuentes históricas que conocemos, y en consecuencia su carácter de auténtica fuente histórica, había sido hecho preso por Herodes precisamente por criticar su matrimonio con Herodías, esposa de su hermano, cf. Mt. 14, 3-4] tras ser trasladado a la citada fortaleza de Maquerunte, fue matado en ella. Y los judíos opinaban que el descalabro de sus fuerzas [de Herodes Antipas] se había producido en represalia por la muerte de un hombre tan insigne, al querer Dios castigar así a Herodes” (Ant. 18, 116).
 
            Volviendo a lo que es objeto central de estas líneas, a saber, las menciones contenidas a Arabia en el Nuevo Testamento, nos queda por comentar una, la más “moderna” pues proviene de la pluma de Lucas que escribe unos años después de Pablo, pero no por ello la menos importante de todas, como vamos a ver. Está narrando el tercero de los evangelistas los hechos que conducen al primer pentecostés cristiano, aquél en el que los apóstoles reciben el Espíritu Santo en forma de “unas lenguas como de fuego” (Hch. 2, 3). Pues bien, cuando justo a continuación éstos se ponen a predicar, esto es lo que ocurre:
 
            “Residían en Jerusalén hombres piadosos, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: ‘¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa: partos, medos y elamitas; los que habitamos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene; los romanos residentes aquí, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios?’” (Hch. 2, 511).
 
            Lo que indudablemente demuestra que ya desde los momentos iniciáticos de la nueva religión cristiana, se produce en Arabia una presencia cierta, aunque de intensidad imprecisa, de prosélitos cristianos. Por lo que queridos amigos, nada tiene de particular las importantes inscripciones recientemente descubiertas y que cuando más de seis siglos más tarde Mahoma inicie la islamización del territorio con su predicación, lo que se encuentre en él sea precisamente eso, un montón de cristianos, aquéllos a los que según el Corán les dice Dios (precisamente porque ya están allí):
 
            “Concertamos un pacto con quienes decían “somos cristianos” […] ¡Gente de la Escritura! Nuestro enviado [vale decir Mahoma] ha venido a vosotros, aclarándoos mucho de, lo que de la Escritura habíais ocultado” (Co. 5, 1415).
 
            Y sin más por hoy, me despido de Vds. deseándoles como siempre que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
 
 
 
            ©L.A.
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