Sábado, 20 de abril de 2024

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La Fe nos salva, pero ¿Qué Fe? San Ambrosio de Milán

La Fe nos salva, pero ¿Qué Fe? San Ambrosio de Milán

por La divina proporción

Si nos fijamos en el Evangelio de hoy martes, veremos dos circunstancias en las que la Fe obró el milagro. La Hemorroisa que toca el manto de Cristo y queda curada y la familia que solicita al Señor que haga algo porque su hija ha fallecido. A estos episodios podríamos unir el del centurión que solicita que Cristo cure a su sirviente, sin tener que pisar su casa. 

En todas estas ocasiones y en otras muchas, Cristo indica que la Fe es la que ha producido el milagro. ¿Qué Fe? La palabra Fe tiene decenas de significados para nosotros: confianza, conocimiento de una verdad, certeza de algo que ha sucedido, etc. ¿A qué se refiere Cristo?


Si consideramos la grandeza de nuestra fe y si comprendemos la grandeza del Hijo de Dios, vemos que en relación a Él no tocamos más que la orla de su manto. El vestido entero no lo podemos alcanzar. Así que si nosotros también queremos ser curados, toquemos por la fe la orla de Cristo. No ignora a aquellos que tocan su orla, que le tocan cuando se vuelve hacia nosotros. Dios no necesita los ojos para ver, no tiene sentidos corporales sino que posee en Él el conocimiento de todas las cosas. Dichosos aquellos que tocan por lo menos la orla del Verbo: porque ¿quién puede aprehenderlo totalmente? (San Ambrosio de Milán. Comentario sobre San Lucas 6, 57-59)

Es curioso que el pasaje de la Hemorroisa sea tan claro en dos aspectos: A) la firme decisión y confianza de la mujer, B) Un acto casi anecdótico que resulta ser relevante. Tocar el borde del manto del Señor no es ni siquiera llegar a hablar con Él. Es un acto tan humilde y sencillo, que desconcierta el poder simbólico que tenía. Ya he comentado muchas veces que el simbolismo es una lengua a través de la que nos comunicamos con Dios. La Hemorroisa oró al Señor mediante con todo su ser, por medio de su entendimiento, voluntad y emoción. Lo hizo de forma tan profunda que Dios concedió el milagro aún antes de que el propio Cristo fuese humanamente consciente de lo que sucedía. 

Hoy en día desechamos el simbolismo, porque no lo consideramos intrascendente. El estructuralismo y el funcionalismo nos impiden aceptar que se pueda orar actuando de forma simbólica. Para nosotros, en el mejor de los casos, orar es recitar oraciones o establecer un diálogo con Dios por medio de palabras. A veces reducimos la piedad a un sentimiento que no se manifiesta fuera de nosotros. Nuestras palabras son recipientes vacíos de significado, incapaces de comunicar nada entre nosotros. Podremos enviar miles de recipientes vacíos a Dios sin que llegue nunca el mensaje. A veces rezamos sin tener realmente un mensaje que transmitir a Dios. 

Podría decir que el concepto clave en este episodio evangélico es la fe como confianza-certeza en la acción de Dios sobre nosotros. Pero, no es tan fácil. Estos conceptos han dejado de tener un significado hoy en día. Los expertos en marketing consiguen que compremos induciendo confianza en nosotros. Confianza que genera un impulso de deseo ante un vacío creado por la publicidad. De nuevo, los expertos en marketing, son capaces de inducir en nosotros la certeza de que los políticos cumplen sus promesas y que tenemos que convertirlos en nuestros “salvadores”. La Fe se ha convertido en el conjunto de conocimientos que decimos creer para inducir en nosotros mismos una sensación de pertenencia social a una comunidad. En el fondo la fe como confianza-certeza, actual, es uno más de los simulacros que aceptamos para vivir dentro de nuestro espacio social-eclesial. 

Les pongo un ejemplo, lo que llamamos “Depósito de Fe” Para nosotros, los católicos romanos, el Depósito de la Fe es la totalidad de la revelación salvadora dada por Cristo a los apóstoles y transmitido a través de los tiempos por la iglesia: Escrituras y la Tradición Sagrada. Para la mayoría de nosotros, este Depósito es algo lejano, olvidado, innecesario e incluso, algo que hay que superar porque ha quedado viejo en el mismo siglo I. No aceptamos que este Depósito es una realidad viva que debemos vivir en nosotros para ser realmente cristianos. Vemos lo que nos indica Benedicto XVI: 

La última vez meditamos sobre el tema de la Tradición apostólica. Vimos que no es una colección de cosas, de palabras, como una caja de cosas muertas. La Tradición es el río de la vida nueva, que viene desde los orígenes, desde Cristo, hasta nosotros, y nos inserta en la historia de Dios con la humanidad. Este tema de la Tradición es tan importante que quisiera seguir reflexionando un poco más sobre él. En efecto, es de gran trascendencia para la vida de la Iglesia… 

La Tradición es la historia del Espíritu que actúa en la historia de la Iglesia a través de la mediación de los Apóstoles y de sus sucesores, en fiel continuidad con la experiencia de los orígenes 

Esta cadena del servicio prosigue hasta hoy, y proseguirá hasta el fin del mundo. En efecto, el mandato que dio Jesús a los Apóstoles fue transmitido por ellos a sus sucesores. Más allá de la experiencia del contacto personal con Cristo, experiencia única e irrepetible, los Apóstoles transmitieron a sus sucesores el envío solemne al mundo que recibieron del Maestro. (Benedicto XVI, Audiencia General. Miércoles 3 de mayo de 2006) 

Si no somos capaces de vivir la Fe como algo vivo que nos une y reúne con  Cristo, desde el mismo momento que pisó la tierra, ¿Cómo vamos a tener la Fe de la Hemorroisa sin ver a Cristo y sin tener Su manto a mano? Hoy en día el manto de Cristo es aquello que cubre y protege la Verdad, porque Cristo no nos ha abandonado. Si al menos fuésemos capaces de tocarlo y creer que esto nos transformará, podríamos darnos cuenta del inmenso regalo que nos legó el Señor. 

En estos momentos estamos estudiando a ver cómo transformamos la Fe para que se ajuste a nosotros de forma cómoda y atractiva. Es decir, buscamos una tela bonita y adecuada para tocarla de forma cotidiana. Una tela que, como es lógico, siempre nos defrauda y sobre la cual no nos queda más que crear un simulacro de confianza y certeza. Si nos atrevemos a decir que ese no es el manto del Señor, hay que “tener cuidado”, porque se rompen las apariencias externas que tanto cuidamos. 

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