Perseverancia e indolencia

19 febrero 2015 00:00

Un día…, cuando era niño, tendría unos siete u ocho años a lo sumo, un profesor de inglés del colegio, que recuerdo que hablaba muy mal el español, le preguntó a un compañero de clase, que porque no había traído el trabajo que le encargó. El niño le contestó que porque no había podido hacerlo. Secamente el profesor le dijo: En esta vida querer es poder y le añadió: el que quiere puede. La verdad es que me impacto tanto la frase que después de tantos años conservo intacto el recuero de esta escena.

La frase me hizo meditar mucho, en los días sucesivos, porque cuál era la razón por la que si una persona deseaba o quería algo ¿Cómo era que no lo obtenía? La primera razón que me vino a la mente era la de pensar que el no tener poder era el obstáculo. Pensé que la fuerza de la voluntad puede crear el poder de adquirir los que se desea.

Visitando otro día con mi padre, hace ya más de sesenta años, las ruinas romanas de Santiponce que se encuentran a pocos kilómetros de Sevilla, encontré la solución a mi enigma. Había allí una losa de piedra, con un agujero en medio que tenía una inscripción en latín que decía: Gutta cavat lapidem, non vis, sed saepe cadendo, que quiere decir. La gota no horada la lápida cayendo una sola vez sino estado continuamente cayendo. La clave estaba en la palabra perseverancia.

            Santo Tomás de Aquino era un hombre tremendamente corpulento y de pocas palabras, sus compañeros le llamaban el “buey mudo”. Cuando su muerte era inminente y había alcanzado una gran fama de santidad, fue a verlo su hermana y le dijo: Tomás, que es lo que hay que hacer para ser santo y él haciendo honor a la cortedad de sus palabras, le respondió escuetamente con una sola palabra: Querer.

                    Es decir, para conseguir algo en esta vida sean bienes materiales o espirituales, hace falta querer con fuerte y decidida voluntad y uno podrá lo que quiera, si aplica la necesaria perseverancia. Tanto en la vida material, como en la espiritual, el indolente nunca llega ni llegará a ninguna parte.

La perseverancia, es una virtud, que nos facilita obtener lo que deseamos, siempre que ella esté unida a la virtud de la paciencia y el deseo de alcanzar un bien espiritual, es por ello que Royo Marín define la perseverancia como: “Una virtud que inclina a persistir en el ejercicio del bien a pesar de la molestia que su prolongación nos ocasione”. Pero si no persistimos, seremos unos indolentes

En el N.T. podemos leer: “…, conviene orar perseverantemente y no desfallecer”. (Lc 18, 1). También en San Lucas se puede leer: “Con vuestra perseverancia salvareis vuestras vidas”. (Lc 21, 19). Y en San Juan: “4 Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.”. (Jn 15,4).

Por otro lado en las epístolas de San Pablo hay dos referencias que nos animan a practicar la perseverancia: “Debemos correr con perseverancia en la prueba que se nos propone”. (Heb. 12, 1). “16 Vela por ti mismo y por la enseñanza; persevera en estas disposiciones, pues obrando así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen.”. (Tm. 4,16).

Escriben Nemeck F.K. Coombs M.T. diciendo sobre la perseverancia, que “La perseverancia, vista en este contexto, no puede darse solo a fuerza de voluntad. Es una fuerza otorgada por Dios, para que seamos capaces de cumplir lo que nos ha encomendado. La perseverancia, es pues señal de la amorosa presencia del Señor en nuestro caminar”.

El papa Juan Pablo II, en una de sus múltiples viajes, concretamente en uno a México, dijo: “Toda fidelidad debe de pasar por la prueba más exigente: la duración... Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y solo puede llamarse fidelidad a una coherencia que dura toda una vida”.

Como toda virtud la perseverancia es un don de Dios, es imposible adquirir perseverancia en la obtención de los bienes espirituales, si Dios no nos facilita el don de la perseverancia. El verdadero enemigo de las virtudes es la soberbia humana y ella no dejará en paz nunca al que persevera. El Señor desea nuestra perseverancia, que le seamos fieles a su amor. Por ello, si le preguntamos a Él en nuestras meditaciones, lo más seguro es que nos responda a nuestras demandas diciéndonos: “Perseverad en mi amor, porque todo lo demás e os dará por añadidura”.

Porque el Señor, tan solo tiene un temor: y es que queramos sustraernos a su amor. Esto le dolería infinitamente. Por eso nos suplica que le dejemos que nos ame, que le permitamos que nos haga participantes de su vida y de su gloria, porque la inmensa capacidad de Él para amar necesita derramarla en nuestros corazones y constantemente está siempre buscando almas que acepten su amor y se le entreguen a Él.

En la vida espiritual, los comienzos siempre son lentos, como lento es, todo aquello que atañe a la vida d nuestra alma. Por ello Jean Lafrance nos dice: “La perseverancia es una victoria sobre el tiempo. Entraña un reflejo de eternidad”. Y añade “Que no se desanime nadie, sino que recuerde que Dios no puede jamás ser tomado por asalto; se revela en la medida en que se lo desea y se lo llama”. “La perseverancia, en esencia consiste, en volver a emprender incansablemente el camino, suceda lo que suceda, después de cualquier tormenta o de cualquier periodo de flojedad…. Es una virtud profundamente humilde; recíprocamente la humildad es profundamente perseverante, no se desanima jamás. El orgullo es el que se desanima sólo él”.

San Juan de la Cruz nos dice: “Se empieza por poco y, con constancia la virtud aumenta y crece hasta convertirse en río que inunda de paz”. Ese río es la profunda sensación de paz, que se consigue con el don de la perseverancia que nos alienta a no bajar la guardia, a ni huir de las dificultades, y a no deprimirnos cuando el alma reclama su vocación celestial.

Perseverar es ser fiel al amor del Señor. Pero cuando el amor es joven y el cariño está fresco; cuando el ideal es poderoso y hemos visto abrirse de par en par las aguas del mar, todo resulta fácil y agradable, pero cuando llega el cansancio y el Señor parece que se retira, entonces la fidelidad es sometida a prueba Y es en esos momentos, en los que más necesitamos el don de la perseverancia.

Sentimos que nos ahogamos, como San Pedro cuando salió de la barca y fue a caminar sobre las aguas, pero sintió que se hundía y clamó al Señor. Él lo recogió y le dijo: hombre de poca fe. Y es que cuando se nos quiebre la perseverancia, debemos de acudir a nuestra fe.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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