Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Premonitoria novela apocalíptica de Robert Hugh Benson

No sólo Francisco: Benedicto desveló al obispo Negri que también a él le impactó «Señor del mundo»

Monseñor Negri advierte de la violencia contra el cristianismo que ya anticipaba Benson en su novela.
Monseñor Negri advierte de la violencia contra el cristianismo que ya anticipaba Benson en su novela.

Luigi Negri

Durante su viaje de regreso de Filipinas, Francisco recomendó la lectura de Señor del mundo, de Robert Hugh Benson (18711914), una novela apocalíptica de gran influencia en el pensamiento católico contemporáneo. No es la primera vez que el Papa hacía esta sugerencia: el 18 de noviembre de 2013, en su homilía en la Casa Santa Marta, también citó encomásticamente la obra.

Pero no es Jorge Mario Bergoglio el único Papa que  aconseja esta lectura a quienes le escuchan. El obispo Luigi Negri, arzobispo de Ferrara-Comacchio, hizo el prólogo de la última edición italiana, y en ese texto desveló que también Joseph Ratzinger, ya como Benedicto XVI, le confió el impacto que esa lectura había producido en su espíritu.

Reproducimos a continuación el texto de monseñor Negri en su integridad.

Prólogo de Luigi Negri a Señor del mundo
Queridísimos amigos, me alegra acompañar con pocas palabras la reedición de Señor del mundo, uno de los libros que más huella han dejado en mi personalidad. Por otra parte, de manera confidencial, puedo deciros que hablando con el Santo Padre Benedicto XVI éste me confió que también para él la lectura de Señor del mundo, en la primera edición en lengua alemana, fue un hecho de gran importancia.

Este libro, escrito en 1907 por un gran cristiano, es una profecía terrible por lo concreto y lo específico del mundo en el que vivimos y el camino que ha llevado hasta él. Un mundo en el que un enorme mecanismo homologa a las personas, los grupos sociales, las naciones y los pueblos sobre la base de un humanismo sustancialmente ateo, que tiene referencias a valores comunes que son valores cristianos profundamente laicizados y secularizados.


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Por consiguiente, una sociedad donde ya no existen diferencias, cualquier tipo de diferencia: tanto las religiosas, las sociales como las culturales son vistas como negativas y el propósito es llevar a cabo una unificación o, podríamos decir, una homologación de todo el planeta. Después hay diferencias que incumben amenazadoramente, como pueden ser todo el Este, todo el Oriente, pero más allá de especificar las cosas, la intuición de Benson es que se va hacia una negación de Dios a través de la construcción de una sociedad objetivamente sin Dios. Ahora bien, para construir esta sociedad -y esta es una intuición formidable- es necesario divinizar el propósito que se está realizando, como en los tiempos de la construcción de la torre de Babel; el proyecto debe ser absoluto y se tiene que divinizar a aquellas personas que lo están realizando y como la lógica de la unidad es una lógica ferreamente humana, se debe dar carácter de absoluto a quien, de hecho, está guiando esta gran operación.


Robert Hugh Benson tuvo una intuición especial para comprender la dirección del mundo bajo la dirección de un humanismo enemigo de Cristo.

He aquí la imagen de Julian Felsenburgh el cual es, sustancialmente, el anticristo, el anticristo soft, pero el anticristo de una sociedad que quiere renunciar a Dios y, por consiguiente, quiere renunciar a Cristo. Pero me gustaría decir que la intuición formidable no sólo a nivel de análisis cultural y social, sino también eclesial, es que Benson indica que el camino que la Iglesia no puede no recorrer, también en las situaciones terribles en las que vive, es el camino de la presencia, ser cristianos presentes como ha recordado el Santo Padre Benedicto XVI.

Frente a esta presencia que se reduce progresiva y numéricamente de manera espantosa -pero que no acaba, a pesar de las tentativas contra esta diferencia-, sirven todos los medios, por lo que se vuelve a habilitar ante todo la violencia, una violencia cínica porque una vez eliminada la peste del cristianismo la sociedad podrá navegar hacia el futuro sin más rémoras o condicionamientos. Por lo tanto, se persigue y se realiza la destrucción total de Roma y de cualquier presencia de la gran tradición católica.

Humanismo ateo y violencia hacia el cristianismo, pero la Iglesia resiste, se reduce progresivamente pero mantiene con fuerza el sentido de unidad alrededor de Pedro y su sucesor. A pesar de estar enormemente condicionada no muere; y aunque sus dimensiones se han reducido numéricamente sigue siendo una realidad que existe, aglutinada alrededor de esa gran idea de un único orden religioso del crucifijo, que es la gran intuición del protagonista de la novela, el cual acabará siendo el Papa extremo. Pues bien, yo creo que la Iglesia de hoy tiene que aprender no tanto del análisis de carácter socio-cultural sino de esta vigorosa llamada a la verdad de la comunión eclesial, la fuerza del testimonio, la necesidad de ir en misión confrontándose con todos los intentos de violencia, también la que estalla dentro del Sacro Colegio, reducido a pocas unidades y que reproduce, de manera dramática, la traición de Judas.

Al final es el gran problema que se deja abierto, mientras se intenta llegar y destruir el refugio del último Papa y de los pocos cardenales que se han reunido junto a él. Y cuando la victoria parece estar ya al alcance de la mano, e incluso se cree que es segura, estalla algo que es absolutamente escatológico, como una lucha escatológica entre Cristo y el anticristo. Hombres de fe como yo amamos pensar que al final en esa lucha escatológica de spe contra spem aparecerá el Señor glorioso y triunfante.

Pero el camino que este libro nos ha hecho recorrer es, a pesar de todo, un camino de integridad cultural, intelectual y moral y para los cristianos puede ser una ayuda para redescubrir lo extraordinario de la experiencia de fe y de la responsabilidad a la misión.

Prólogo publicado en Tempi.
Traducción de Helena Faccia Serrano.

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