Viernes, 26 de abril de 2024

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¿Cómo es la vida de los sacerdotes?

por Un obispo opina

Un hecho indiscutible es que cuando un sacerdote comete una falta muy grave, se publica en todo el mundo. ¿Hay algunos sacerdotes que fallan? Como en cualquier otro grupo. ¿Qué pasaría si se publicasen esos mismas fallos si los cometiesen un abogado, un politico, un industrial, un médico…? ¿Diríamos que los abodados, los politicos, los industriales, los médicos… son unos corruptos? ¿Por qué hay quienes lo dicen de los sacerdotes? Gracias a Dios, los sacerdotes gozan de buena salud moral.

Conozco a muchos sacerdotes que están trabajando en barriadas pobres, en pequeños pueblos o en misiones, incluso en países donde la Iglesia y ellos son perseguidos hasta el martirio; casos en que podrían haberse labrado un gran porvenir si se hubiesen dedicado a un trabajo civil para el que tenían una gran capacidad. Porque sacerdotes de valía los hay, y muchos.
            
Sentado esto, a mi modo de ver, clarísimo, empiezo mi reflexión con dos frases; la primera, lo que le dijo un "indiecito peruano" a un misionero que se estaba quejando porque le necesitaban urgentemente en una aldea alejada de su parroquia de misión y a altas horas de la madrugada, y después de un agotador día de misión, iba refunfuñando por dicha tarea extra; y el indiecito, con toda sencillez y sabiduría le espetó: "entonces padrecito ¿para qué te hiciste sacerdote? Y la segunda, algo que repetía con frecuencia D. José Mª García Lahiguera, antiguo Arzobispo de Valencia. Decía que el sacerdote debe ser siempre sacerdote y sólo sacerdote.
            
Entre tantos comentarios que se hacen sobre los sacerdotes, quiero centrar el mío en si sería conveniente que la Iglesia dejase en libertad a los sacerdotes para ser casados o célibes. Muchos, incluso sacerdotes, opinan así. Dan algunas razones:
         
1ª Hay quienes tienen vocación para sacerdotes, pero no para el celibato.

Pero nadie tiene vocación para el celibato. Jesús llama a los que quiere, no para el celibato, sino para continuar su sacerdocio. Lógicamente, como en toda imitación de Jesús, los llamados al sacerdocio deben tender a vivirlo con la mayor perfección posible, como deben vivirse todas las virtudes, es decir, imitando la manera de vivirlas Jesús. Es aquí donde el celibato encuentra su razón de ser. Porque vocación al celibato en sí, no la hay; el celibato supone una liberación de todo lo que pueda impedir estar totalmente libres para el ejercicio del sacerdocio. No consiste sólo en renunciar al matrimonio, sino a renunciar incluso al matrimonio. En dicho incluso se incluye que debemos renunciar a todo lo que no sea un medio de tener una dedicación en exclusiva al sacerdocio. Todo lo que sea buscar riquezas, comodidades, diversiones, negocios, ascensos o trepas como se dice ahora, debe excluirse de la vida sacerdotal. En esto consiste el celibato.

2ª La Iglesia no debería imponerlo
          
El que la Iglesia conceda el sacerdocio sólo a quienes hayan hecho opción por el celibato, es lógica; quiere que los sacerdotes se entreguen de lleno a su tarea sacerdotal. Esto más que obligar al celibato, es querer que el sacerdocio que ella confiere pueda tener su máxima expresión como quiere que la tengan los demás sacramentos viviéndolos en plenitud. La cuestión queda reducida a plantearse si el aspirante al sacerdocio está dispuesto a vivirlo abierto totalmente al servicio evangelizador, o si aspira a un sacerdocio a su medida. Y la Iglesia no concede el sacerdocio a la carta.
          
No se trata de celibato sí o celibato no. El problema está en si el llamado al sacerdocio está dispuesto a ejercer el sacerdocio al estilo de Jesús pues es su mismo sacerdocio el que nos ha encomendado. Éste es el problema.
          
 Y alguien me puede preguntar: Pero comprenda, Monseñor, que debe resultar muy duro no tener relaciones sexuales sin sentirse llamados al celibato. Y respondo: Es cierto que cuesta, pero también hay situaciones nada fáciles para los jóvenes antes de contraer matrimonio, o para un casado que se siente atraído por otra persona distinta de su mujer, o para un cónyuge que ha sido abandonado, o para cualquiera de los dos, cuando uno de ellos está mucho tiempo enfermo; lo mismo cabe decir de una persona que no ha podido casarse a pesar de haberlo deseado... Tampoco ellos tienen vocación de célibes y han de sufrir la dureza de la prueba de la abstinencia sexual. Lamentablemente, todos conocemos algún caso de sacerdotes que buscando los posibles placeres del matrimonio, dejaron el sacerdocio y en poco tiempo cayeron en un gran vacío. Una cosa es decir que la moral cristiana es muy exigente, y otra, pretender que cambie cuando a uno le cuesta cumplir con ella. Y siempre queda aquello de que “el que pierda la vida por mí la encontrará” fue válido antes, lo es ahora, y lo será siempre.

José Gea
 
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