Jueves, 25 de abril de 2024

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Epifanía: Quien no conoce a Dios no sabe a dónde va

Epifanía: Quien no conoce a Dios no sabe a dónde va

por La divina proporción

Este pasado domingo, San Juan nos decía que Cristo es el Logos, palabra que da sentido. También nos decía que Cristo es Luz  que vino a disipar las tinieblas, pero las tinieblas no lo recibieron. Hoy celebramos la Epifanía, es decir la manifestación de Dios desde lo alto. 

Llegaron a ver a Cristo recién nacido dos grupos de personas. Primero los pastores, personas sencillas que un Ángel avisó poco antes para que se acercaran a adorar al niño. El otro grupo lo componen los tres Sabios de Oriente que partieron desde lejanas tierras, mucho tiempo antes del nacimiento. 










Los pastores fueron convocados por un Ángel, los Sabios fueron llamados por los signos del cielo, la ciencia y las profecías. Lo cierto es que tanto un grupo como otro, llegaron a adorar al Niño Dios conociendo que allí estaría el salvador del mundo:
 

Quien no conoce a Dios no sabe a dónde va, sino que camina en tinieblas y su pie tropieza en la piedra. La sabiduría es luz, me refiero a aquella luz verdadera que ilumina a todo hombre, no al hombre que rezuma sabiduría de este mundo, sino al que viene contra este mundo, de modo que no es del mundo, aun cuando esté en el mundo. Este es el hombre nuevo que, depuesto el perverso y vil modo de ser del hombre viejo, trata de andar en una vida nueva, consciente de que no existe posibilidad de condena para quienes caminan no según la carne, sino según el Espíritu. 

Mientras sigas tu propia voluntad, nunca te verás libre del tumulto interior, aunque en un momento dado te parezca que se ha calmado el tumulto exterior. Este tumulto de la propia voluntad no puede cesar en ti, mientras no se cambie el afecto carnal y comiences a tomar gusto a Dios. Por eso se afirma que los impíos se ven libres del tumulto gracias a la luz de la sabiduría, porque habiendo gustado qué bueno es el Señor, automáticamente dejan de ser impíos, adorando desde ese preciso momento al Creador en vez de a la criatura, y en el instante mismo en que abandonan la propia voluntad, en ese mismo momento experimentan, en la paz, el final de su íntimo tormento. 

Dando, pues, de lado el tumulto de los afectos y el estrépito de los pensamientos, se hace la paz en tu interior y Dios comienza a habitar en tu corazón, pues su morada está en la paz. Y donde está Dios, allí está el gozo; donde está Dios, allí está la tranquilidad; donde está Dios, allí está la felicidad. (San Bernardo de Claraval, Sermón en la Epifanía 7) 

¿Quienes no se enteraron del nacimiento de Cristo? Las personas que vivían ocupadas de “lo suyo”, los tibios, los que no les importan las cosas de Dios. A ellos la presencia de Dios les resulta indiferente (Ap 3, 20). La llamada a la puerta de Cristo, queda ahogada por el ruido que hacen ellos mismos en sus vidas (Ap 3, 16). 

El Ángel de la Iglesia de Laodicea habla en el Apocalipsis y nos aconseja que para no ser tibios compremos el: "oro refinado por fuego para que te hagas rico, y vestiduras blancas para que te vistas y no se manifieste la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos para que puedas ver." (Ap 3, 18). El Ángel nos señala tres elementos de suma importancia: 

Colirio, para ver a Dios. Vestiduras blancas para restaurar nuestra naturaleza humana caída, limitada y frágil. Oro para alcanzar el tesoro que Cristo nos promete. El colirio es la Fe y se corresponde al incienso que los Sabios de Oriente llevaron al Portal. Las vestiduras blancas se corresponden con la Esperanza que nos permite ser felices, la tristeza nos sitie. El oro es el mismo oro que llevaron los Sabios y se corresponde a la Caridad, que es Dios mismo que se manifiesta en nosotros. ¿Puede haber mayor riqueza? 

Aunque podríamos pensar que tomar estos tres elementos es sencillo, San Bernardo nos avisa que es esta sabiduría no se consigue pasa por dejar nuestra voluntad a un lado y dejar que la Voluntad de Dios se manifieste en nosotros. Ya lo dijo Cristo: negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguir sus pasos, es imprescindible. 

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