Viernes, 26 de abril de 2024

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¿Por qué llamar Palabra a Cristo? Clemente de Alejandría

¿Por qué llamar Palabra a Cristo? Clemente de Alejandría

por La divina proporción

Hace tiempo, una amiga me comentó que necesitaríamos saber qué palabra es la que se oculta detrás de Cristo. La verdad, no le entendí cuando me lo decía, ya que nunca hubiera pensado que había una palabra escondida. Tirando de sus razonamientos, me dí cuenta que había entendido de forma errónea el prólogo del Evangelio de San Juan. Este texto no es sencillo de comprender hoy en día.

La palabra griega “logos” no es palabra tal cual, sino un ser que da sentido, entendimiento a algo. Por ejemplo, la palabra “mesa” no es la unión de cuatro letras sin más. "Mesa" significa un mueble con una superficie horizontal pensada para depositar objetos. La palabra “mesa” da sentido al mueble, ya que comprendemos para qué ha sido hecho por el carpintero. Hoy en día hemos perdido la noción de ser universal. Pensamos que las palabras son designaciones arbitrarias dadas según nuestro interés del momento. Una mesa puede ser silla o lámpara con sólo llamarlas así. 

Hemos hecho nuestro el nominalismo que en el siglo XIII desafió a la Iglesia y la civilización occidental. Por eso la lectura de hoy domingo nos resulta con complicada de entender. A la mayoría de nosotros nos parece un desvarío sin demasiado significado. ¿Por qué llamar Palabra a Cristo? 

Así  como  los  enfermos  del  cuerpo  necesitan  un  médico,  del  mismo  modo  los  enfermos  del  alma  precisan  de un pedagogo (educador), para que sane nuestras pasiones.  Luego acudiremos  al  maestro,  que  nos  guiará  en  la  tarea  de  purificar  nuestra  alma  para  la  adquisición  del  conocimiento  y para  que  sea  capaz  de  recibir  la  revelación  del  Logos. De  esta manera,  el Logos —que  ama plenamente a los hombres—,  solícito  de  que  alcancemos  gradualmente  la salvación,  realiza  en  nosotros  un  hermoso  y  eficaz  programa educativo:  primero,  nos exhorta;  luego,  nos  educa como  un  pedagogo;  finalmente,  nos  enseña. 

Nuestro Pedagogo, pequeños, es semejante a su Padre-Dios, de quien es precisamente  Hijo, sin pecado ni reproche  y  sin  pasiones  en  su  alma.  Dios  sin  mancha  en  forma de  hombre,  cumplidor  de  la  voluntad  del  Padre,  Verbo-Dios,  que  está  en  el  Padre,  que  está  a  la  derecha  del  padre. Dios,  incluso  por  su  figura. 

Es  para  nosotros  modelo  sin  defecto;  debemos  procurar  con  todo  empeño  que  nuestra  alma  se  le  parezca.  Él,  totalmente  libre  de  pasiones  humanas,  es  el  único  juez, por ser el único impecable.  Nosotros,  en cambio,  debemos esforzarnos,  en la  medida que podamos,  por pecar lo  menos  posible,  pues  nada  es  tan  apremiante  como  alejarnos, en  primer  lugar,  de  las  pasiones  y  enfermedades,  y  evitar después  la  recaída  en  el  hábito  de  pecar. (Clemente de Alejandría. El Pedagogo, Libro I, 2-3) 

¿Por qué llamar Palabra a Cristo? Porque Cristo es la Palabra que nos da sentido como seres humano. Fuimos creados por la Palabra de Dios y en esa Palabra encontramos lo que realmente somos y para lo que vivimos. Igual que es necesario saber que una herramienta es un destornillador, para utilizarla convenientemente, Cristo no da sentido dentro de nuestro mundo. Quien pierde o desconoce su sentido, es como un destornillador que no sabe si es martillo, alicate o florero. Si desconocemos qué somos y la razón de nuestra existencia, viviremos haciéndonos daño a nosotros mismos y a los demás. ¿Qué es ese daño? El pecado. 

La Palabra es Luz, porque da entendimiento y conocimiento de nosotros mismos y de todo lo creado. Quien rechaza la Palabra, que su propio sentido, rechaza la Luz. Vivir en tinieblas existenciales conlleva dolor y sufrimiento. Vivir en la tinieblas, significa injusticia y desolación. Unos se aprovechan de otros y les engañan con facilidad: no pueden ver porque no han recibido la Palabra, la Luz, que les da sentido, razón existir y vivir cada momento. 

Dice el Evangelio de hoy: “Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios 

Cristo vino y viene a nosotros. ¿Lo recibimos? ¿Dejamos que sea El quien nos de sentido y se manifieste a través nuestra? A quien le recibe y cree en lo que Dios desea para él, Cristo le da la posibilidad de ser hijos de Dios. ¿No es maravilloso? 

Tristemente preferimos quedarnos en la cómoda oscuridad. En la oscuridad no tenemos que dar razón a nadie de nuestro comportamiento. Nos parece que así somos más libres, pero no es verdad. ¿Es más libre un cincel en la mano del artista o un cincel escondido en la oscuridad de un cajón? El primero se siente valorado y cuidado por su dueño. El segundo se herrumbra y carcome sin servir a su dueño. Hay mucho que meditar de este Evangelio de hoy, pero para ellos necesitamos la Luz de Cristo, no la oscuridad de las convenciones sociales.
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