Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Toledo, 1936. Ciudad Mártir

por Victor in vínculis

En el año 2008 apareció la novela histórica “Toledo, 1936. Ciudad Mártir”. En la contraportada se podía leer:

La persecución religiosa adquirió en la ciudad de Toledo extrema virulencia. En los 72 días que siguieron al estallido de la guerra, el 18 de julio de 1936 se exterminaron las comunidades religiosas, asesinaron a muchos sacerdotes diocesanos y a un buen número de laicos fieles a Cristo y a su Iglesia. Toledo fue en esos, poco más, de tres meses una auténtica ciudad mártir. Este libro ofrece una página de la historia desconocida, paralela a la que el mundo entero pudo seguir por los medios de comunicación de entonces: la defensa del Alcázar de Toledo”.
 
El repaso de los hechos resulta como una síntesis dolorosa del plan para lograr el propósito de exterminar el bien. Tal vez, junto a lo sucedido en Barbastro, no haya otra exposición más clara de ese plan y su ejecución sistemática: entre el 22 de julio y el 27 de septiembre de 1936 fueron exterminados 103 sacerdotes diocesanos y religiosos.

Se siente vergüenza, compasión y terror por tanta barbarie en los hechos, los modos y las actitudes de los perseguidores. Una vez más no se entiende que pueda haber tanto odio o tanta insensibilidad, tanto aborregamiento o tanta crueldad en los hombres. Evidentemente en seres no humanos eso no se da. ¿Es la inteligencia, entonces, la que fragua un exterminio como el que realizaron? La incultura, la ignorancia, hasta la necesidad de desquite por alguna presunta injuria recibida ¿pueden dar lugar a hechos tan escalofriantes como aquellos?


Fusilado por las milicias republicanas junto al comienzo del Paseo de San Cristóbal. Captura de un vídeo real a color de la Guerra Civil en Toledo en el verano de 1936 (© Eduardo Sánchez Butragueño).

El sistema de aniquilamiento pone en claro el programa de raer de la tierra todo lo que suene a Dios. El proyecto soviético caló hondamente en el pensamiento y la actuación de todo un movimiento ideológico-político-social. ¿Podemos pensarse que se trata de una acción diabólica y, que los hombres que realizaron el mal fueron instrumentos materiales de esa acción?

La suerte y la disposición de tantos sacerdotes es un ejemplo que no puede desvanecerse con el tiempo. Y la santidad de sus vidas, coronada con la identificación con Jesús en la entrega y en la cruz, el mejor estímulo para nuestra fidelidad.

La historia de España está llena de choques, errores, venganzas... además de mucha realidad grandiosa. ¿Por qué volver a estos hechos?… Es inevitable que se dé la persecución porque es, con el Amor, la más luminosa herencia de Cristo. Pero ¿no habrá habido (¿no habrá?) traición al legado de Amor por parte de algunos miembros del clero en el pasado y en el presente?

Finalmente, varias de estas historias se publicaron en el año 2011, cuando se cumplía el 75 aniversario de la persecución y martirio de estos testigos de la Fe. Otras se publicaron cuando varios de ellos fueron beatificados. También se publicó una larga serie sobre los asesinados en la Puerta del Cambrón de Toledo el 23 de agosto de 1936…

¿Por qué otra vez?

La posibilidad que ofrece internet, a través del blog, facilita el poder localizar los espacios geográficos -paseos, calle y cada rincón- donde fueron sacrificados nuestros mártires.

Son historias concretas. Son martirios reales. Es su sangre derramada.
 
 
VÍA CRUCIS MARTIRIAL

Fue monseñor Jaime Colomina Torner el que ideó y creó un mapa martirial de la Ciudad de Toledo con el subtítulo “Recuerdo de los que dieron su vida aquí, en testimonio de la fe católica”.

Explicaba don Jaime que Toledo ha recibido diversos títulos: “Ciudad regia”, “Ciudad Imperial”, “Ciudad de las Tres Culturas”… todavía le pertenece otro título: “Ciudad martirial”.

Para ejecutar los edictos persecutorios en las provincias hispánicas del Imperio fue enviado a la Península el prefecto Publio Daciano; quien, en un período no mayor de dos años, hizo morir a muchos cristianos a lo largo de la ruta que siguió desde Tarragona a Córdoba, ensañándose especialmente con jóvenes y niños. Aquí, en Toledo, fue apresada la joven Leocadia, encerrada y torturada en los ergástulos pretorianos, que se hallaban, así lo dice una antigua tradición, en la parte occidental del Alcázar. Según las noticias, el 9 de diciembre del año 304 tuvo lugar el martirio de Santa Leocadia.
 
Santa Leocadia ante el Pretor de Mariano Salvador Maella (Museo Nacional del Prado de Madrid).

Aquí es donde monseñor Colomina formula la afirmación según la cual desde ese 304 hasta que estalla la Guerra Civil española no hubo más mártires en el suelo diocesano.

Y cómo no rememorar el nº 37 de la Tertio Millennio Adveniente de Juan Pablo II:

Es un testimonio que no hay que olvidar… es preciso que las iglesias locales hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio”.

Y ¿por qué hablar de una Ciudad Mártir?

El 18 de julio de 1936, tan pronto se tuvo conocimiento de que el general Francisco Franco se había sublevado en África, alzándose en armas contra el Gobierno de la Segunda República, el comandante militar de Toledo, coronel José Moscardó Ituarte, que se hallaba en Madrid, regresó rápidamente y obtuvo la adhesión de los militares de la Ciudad Imperial. El teniente coronel Pedro Romero Basart, que mandaba las fuerzas de la Guardia Civil de la provincia, cursó órdenes para que, de todos los puestos, se concentraran en Toledo y la ciudad fue ocupada militarmente. El Gobierno de Madrid, como era de esperar, mandó inmediatamente un gran contingente de fuerzas para doblegar la ciudad. Los militares, ante la presión de las fuerzas del Gobierno, se hicieron fuertes en el Alcázar. A las cinco de la tarde del 22 de julio de 1936 la ciudad de Toledo cayó en manos de los milicianos.

En Toledo los sacerdotes vivían con el convencimiento  de que los primeros en caer serían ellos, y de que caerían como verdaderos mártires. Sabían que la revolución se aproximaba y que el principal objetivo de los dirigentes era el odio contra la Iglesia y, por consiguiente, contra los sacerdotes.

Esta afirmación, que puede resultar exagerada, se demuestra con bandos y edictos que la República elaboró con la prohibición de cualquier acto público de culto, la prohibición de la entrada de los sacerdotes en las escuelas, la secularización de los cementerios, la supresión de todo signo religioso en las puertas de las casas, la prohibición a la totalidad de las autoridades de tomar parte en actos religiosos, la prohibición del toque de campanas y, como consecuencia de esta legislación persecutoria oficial, vinieron los atropellos de parte de los dirigentes socialistas de los pueblos, que incendiaron las iglesias, profanaron las imágenes y las vestiduras sagradas, así como los objetos de culto, organizando mascaradas. Finalmente, convirtieron los templos en salas de baile y garajes...

Bajo estas líneas el Coro Mayor del Convento de las Madres Concepcionistas de Toledo, destruido en la Guerra Civil. Fotografía de Pelayo Mas.



En Toledo no quedó ninguna iglesia o lugar sagrado que no fuera profanado. Toda la riqueza artística de los templos parroquiales sufrió la destrucción, el saqueo e incendios considerables. Luego vendrían matanzas de sacerdotes, religiosos y seglares por toda España. Fue un verdadero milagro que pudiera salvarse algún sacerdote, después de ser acosados y buscados por todas partes como alimañas. La causa, por tanto, de que los milicianos mataran a todos los sacerdotes que pudieron fue el odio contra Dios y contra la Iglesia católica y sus ministros.

El Gobierno del Frente Popular estaba totalmente entregado y vergonzosamente vendido a las fuerzas extremistas, que lo habían llevado al poder, y no supo, o no pudo, o no quiso -o quizá las tres cosas a la vez- reaccionar contra los atropellos continuos de las masas enloquecidas, cuya orientación se basaba en la arbitrariedad, en la ignorancia, en la brutalidad y sed vengativa del alcalde de cada pueblo o del presidente de cada Casa del Pueblo. Poco a poco se mascaba la tragedia.

Cuando estalla la guerra, el cardenal Isidro Gomá y Tomás se encontraba fuera de la ciudad porque se había trasladado a Tarazona para consagrar como obispo auxiliar a su Vicario General, monseñor Gregorio Modrego y Casaus.
 
61 días

Decíamos 72 días, pero en realidad, son 61, puesto que el último sacerdote muerto por odio a la fe, cayó el 20 de septiembre.

La más castigada por la persecución religiosa fue sin duda la ciudad de Toledo. En 61 días (desde el 22 de julio al 20 de septiembre) fueron asesinados 103 sacerdotes y religiosos (carmelitas, maristas, jesuitas y un franciscano). Como lebreles en busca de presa, entraron los marxistas por la Puerta de Bisagra y, nada más pasar las murallas, fusilaron a don Gregorio Gómez de las Heras que era el capellán del Hospital Tavera. Junto a él fue asesinado el padre Emilio Rubio Fernández, rector del Seminario de los PP. Franciscanos de la Puebla de Montalbán (Toledo).

Al amanecer del día siguiente, unos milicianos detuvieron a don Álvaro Cepeda Usero, a don Pedro Ruiz de los Paños, Director General de la Hermandad de los Operarios Diocesanos y a don José Salá Picó, rector del Seminario Menor. Los llevaron por las callejas, las manos en alto, hacia un edificio habilitado como cárcel en la calle Reyes Católicos. Como estaba saturado de presos, los condujeron hacia el Paseo del Tránsito en dirección a otra prisión. Pero al llegar al Paseo, un jefe de las milicias, les dijo que no valía la pena seguir más adelante, que él estrenaría con ellos un arma que acababan de entregarle. Y, sin más, disparó sobre ellos varias veces matándolos en la misma entrada del Paseo.

De este grupo de 103 mártires, en 1995 fueron beatificados 2 sacerdotes operarios diocesanos. Luego en 2007 fueron beatificados 14 carmelitas y 4 canónigos de la S.I.C.P. de Toledo. En 2013, el grupo de once Hermanos Maristas y un operario diocesano (en total 32 de los 103).

La lista es interminable. No solo son nombres y apellidos, lugares de martirio. Se trata de la historia de nuestros mártires. Historia de fidelidad y santidad. De sangre derramada que se une a la de Santa Leocadia y a la de Nuestro Señor Jesucristo. La Virgen del Sagrario les hizo fuertes.
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