Viernes, 29 de marzo de 2024

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Sobre la espera y el Adviento

por 60 estadios

 Ya lo decía el gran Benedicto XVI: «Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al hombre se lo reconoce por sus esperas: nuestra estatura moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos, por aquello en lo que esperamos». En Adviento esperamos el nacimiento del Señor, de nuestro Salvador, nacido pequeñito en un establo para traernos la Reconciliación a todos los hombres. ¡Qué acostumbrado estoy a estas palabras! Mientras las escribo sé que mi vida y mi corazón deberían encogerse ante el misterio de la encarnación de Dios y sin embargo tecleo con soltura y con una pizca de cinismo. Espero al Señor como lo esperas tú también pero hoy me doy cuenta que tengo que preparar mi corazón para encontrar a Jesús, tal vez te pase algo parecido, no lo sé… Yo, por lo menos, !No quiero! No, no quiero que el Señor llegue después de estas cuatro semanas y me encuentre cómodo y arremolinado en un diván, esperando como se espera algo que no transforma, remese, ilumina o hace bullir la propia vida. Retomando la cita de Benedicto XVI, no quiero esperar a Dios como un enano del espíritu, ¡no es justo! y es terrible decirlo, pero el el fondo, no estaría esperando a Jesús.

Esperar es prepararse, despertar, ¡esperar es buscar! ponerse a la altura, dejar que Aquel a quien se espera vaya entrando en nuestra vida hasta volverla suya… como cuando de niño esperaba que mi Madre regresará de un largo viaje, ¿te ha pasado?, yo preparaba mi corazón para ese encuentro, conforme se acercaba la fecha — lo recuerdo — ¡hasta limpiaba mi cuarto! Nada nunca me hizo limpiar mi cuarto sino el gozo de darle una alegría a mi Madre. Creo que algo parecido pasa en Navidad. Jesús llegará, puedes estar seguro, y el tiempo de espera no puede ser pasivo porque, como decía San Agustín refiriéndose a la oración: «(Ella) es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él (San Agustín, De diversis quaestionibus octoginta tribus 64, 4). El Adviento se parece mucho a la oración en este sentido. Dios tiene sed de que tengamos sed de Él, Dios se hace un niño pequeño para robarnos el corazón ¿qué más podía hacer para vencer nuestra indiferencia, ¿¡crucificarse!? ¡no exageremos, no!? Por eso todo el año, pero especialmente durante el tiempo de Adviento, nos toca a nosotros cultivar, cuidar y alimentar nuestra sed de Dios. Él tiene sed de nuestra sed, buscarlo de algún modo es haberlo ya encontrado, y si no me crees a mí créele a San Pablo: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo» (Ef 5,14)

Por último sé que buscar a Dios no es fácil en el contexto en el que vivimos. El Señor se ha convertido en un extranjero y los que creemos en Él parecemos todos inmigrantes en países lejanos. “… para muchos, Dios se ha convertido realmente en el gran Desconocido. (…) también hoy la actual ausencia de Dios está tácitamente inquieta por la pregunta sobre Él. “Quaerere Deum” –buscar a Dios y dejarse encontrar por Él: esto hoy no es menos necesario que en tiempos pasados. Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves. Lo que es la base de la cultura de Europa, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura.”- Benedicto XVI, pronunciado en París, en el Collège des Bernardins, el 12 de septiembre de 2008.

Se los resumo: el espíritu del Adviento es el fundamento de toda verdadera cultura. Vivirlo adecuadamente no sólo nos ayuda a dar un lindo paso hacia nuestra conversión personal sino que también le devuelve al mundo la energía espiritual que está perdiendo. La responsabilidad es grande. ¡Feliz Adviento!

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