Viernes, 19 de abril de 2024

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La Sra. Armida y la encarnación mística

La Sra. Armida y la encarnación mística

por Duc in altum!

 Lo interesante de los místicos es que sus escritos no se deben a un curso o licenciatura en teología, sino a su experiencia sobre el terreno. ¡Son teólogos innatos! De hecho, escriben lo que viven. Dentro de la vida ascética, hay una gracia central, determinante, existencial, llamada “encarnación mística”. Todos los santos la alcanzan en mayor o menor medida; sin embargo, algunos, por la profundidad de su relación espiritual, llegan a vivirla en su máximo nivel o grado, dejando que Dios nazca en cada uno de ellos, al punto de compartirles sus mismos sentimientos y anhelos de salvación a favor de la humanidad herida -aunque no vencida- por las consecuencias del pecado.

 
 El fundamento de todo esto, hunde sus raíces en las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, cuando Jesús dice: “Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada…” (Jn 14, 23). Conviene subrayar que lo expresa en plural, aludiendo al misterio de la Santísima Trinidad. Pablo también hace referencia a la gracia central de su vida, afirmando: “Vivo, ya no yo, sino que Cristo vive en mi” (Gal 2, 20). Por amor, se vacío de sí mismo y dio paso al Espíritu de Dios, convirtiéndose en uno de los pilares de la Iglesia. Pues bien, este atributo o característica de la vía ascética, se ha repetido varias veces a lo largo de la historia a partir de hombres y mujeres que, como María, vivieron el “Fiat” hasta las últimas consecuencias. Un caso relativamente reciente, contemporáneo, lo encontramos en la Venerable Sierva de Dios Concepción Cabrera de Armida (18621937), laica, esposa, madre, fundadora, empresaria, abuela, escritora y mística mexicana, quien el 25 de marzo de 1906, en el marco de unos ejercicios espirituales, recibió la gracia de la “encarnación mística”, aspecto que puso en jaque a no pocos teólogos de la Santa Sede durante varios años hasta que por fin comprendieron cuánta razón había en las palabras de la Sra. Armida. De ahí que S.S. Juan Pablo II firmara el decreto de las virtudes heroicas que le fue concedido en 1999. Ahora bien, ¿cómo entendió la Sra. Armida el significado de lo que recibió? Escuchando, en la profundidad de su oración personal, la voz de Jesús que le explicaba: “Yo desde que encarné en el seno purísimo de María, compraba gracias y quiero que tú, transformada en Mí, es decir, viviendo de mi vida, no hagas ya otra cosa. Debes olvidarte de ti, arrojada en mis brazos y de día y de noche, ofrecerlo todo por la salvación y perfección de las almas” (CC: 22, 203). En la actualidad, al darnos cuenta de las injusticias sociales que se cometen a todas horas, nos enojamos y pensamos que la única salida es el activismo errante; sin embargo, a menudo olvidamos que para que pueda darse un cambio más allá de los buenos deseos, antes hay un trasfondo espiritual, de conversión. La causa madre o capital de los problemas que tenemos, viene de la falta de sentido de Dios. Por esta razón, la Sra. Armida, quien vivió acontecimientos fuertes como la Revolución Mexicana (1910), no era que se quedara al margen, indiferente, sino que comprendía como pocos que el primer paso era cuidar y, sobre todo, ofrecerse por la salvación del mundo, de las personas, ¡de las almas! De ahí su jaculatoria: "Jesús, salvador de los hombres, ¡sálvalos!". No despreciemos la eficacia de la oración para cambiar la realidad temporal. Si bien es cierto que nunca hay que confundirla con la pasividad, es un hecho que muchas de las causas justas que hoy defendemos deberían empezar desde el fuero interior, ahí donde Dios habita e impacta nuestras acciones. ¿Por qué querría Jesús nacer espiritualmente en cada uno? ¡Para moldearnos con la fuerza del Espíritu Santo, conservando lo bueno y quitando lo malo! El caso de la Sra. Armida, quien asumió su lugar en la Iglesia y, por supuesto, en la sociedad, tiene que convencernos de que es posible alcanzar la santidad desde las cosas sencillas de la vida, siendo extraordinarios en lo ordinario como ir a trabajar o a un café.

 Conviene recordarnos una y otra vez que las acciones, antes de llegar a serlo, son deseos, intenciones que atender, que encauzar según las inspiraciones del Espíritu Santo; mismas que deben ser siempre confirmadas por la Iglesia en la persona del confesor para evitar caer en la mera subjetividad. Ella, como inspiradora de las Obras de la Cruz, fue trabajando el dominio propio, hasta transformarse en una viva imagen de Jesús Sacerdote y Víctima. El bautismo es la semilla de la encarnación mística, pero para poder llegar hasta el culmen de la vida espiritual, de la fe, es necesario trabajarlo, levantarse de las caídas y no perder el contacto con Dios, la intimidad y el silencio, recordando una de las máximas de la espiritualidad carmelita: “No busquéis a Cristo sin cruz” (San Juan de la Cruz). Y, al seguirlo, hacerlo con buen humor, pues no solo se ofrecen las dificultades, sino también los momentos felices de la vida. Dejémonos, como lo recomendaba San Ambrosio, “encontrar por la verdad”.
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