Jueves, 28 de marzo de 2024

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Beato Ricardo Plá Espí (y 2)

por Victor in vínculis

Toledo 1936, Ciudad mártir

En la página 110 de esta novela histórica se narra así lo sucedido.

«En casa de don Ricardo Plá Espí, el ruido es atronador: un pequeño tumulto se forma porque acaban de detener a alguien que vive en el piso de abajo. Entonces Ricardo se dirige a su hermana:

Consuelo, sácame la chaqueta; ahora vienen a por mí.

Su madre, que está enferma en la cama, dice a su hijo:

¿Y tú estás dispuesto a morir?

Sí, madre, estoy preparado ya.

Consuelo exclama en voz alta:

¡Ay, Madre mía, Madre de Dios, dame fuerzas!

Don Ricardo le dice a su hermana:

No te preocupes, te dará más de lo que necesitas.

Así se despide de los suyos. Dieciocho vienen esta vez a buscarlo. Llaman a la puerta, preguntan por el cura y su padre dice:

¡Dejadlo a él y llevadme a mí!

Don Ricardo desde dentro exclama:

El sacerdote soy yo. ¿Puedo despedirme de mis padres?

No, no puedes, le responden de malas formas.

Para entonces, él ya ha besado a los tres y los ha confortado. Su madre, se levantada de la cama como puede, y los tres lo acompañan hasta la puerta. Don Ricardo los mira; es una mirada dulce, llena de cariño. Sus ojos brillan con fuerza. Los padres se arrodillan en el portal con los ojos fijos en su hijo esperando su bendición. Su madre todavía tiene ánimo para decirle:

Hijo mío, mucho valor para sufrir, pero mucho más amor para perdonar.

La madre se dirige a su hijo en castellano; cosa rara, pues entre ellos hablan en valenciano. Pero, sin duda, lo hace para que los que se lo llevan lo oigan.

Eran las ocho de la tarde del 30 de julio de 1936. Al llegar a la esquina, Ricardo se volvió con la misma mirada de antes; fue la despedida definitiva. Allí acabó todo. A los cinco minutos, en el paseo del Tránsito de la ciudad de Toledo, en una gran escalera, lo mataron. Murió gritando: “¡Viva Cristo Rey!”. El cadáver mostraba un tiro en la frente y otro en el costado. Tenía 38 años».

Don Ricardo fue enterrado en una gran fosa común en el cementerio de Nuestra Señora del Sagrario de Toledo. El sepulturero le puso una cédula con el nombre, pues le conocía bien.

El padre no pudo resistir aquel golpe tan fuerte, ya no pudo hablar y antes de un mes, el 25 de agosto, murió de pena.

El cardenal Isidro Gomá, lo más pronto que las circunstancias se lo permitieron, visitó a Concepción y a Consuelo y oyó de primera mano el relato de la despedida de Ricardo. Luego, en la homilía que pronunció en la catedral primada, terminada la guerra, haría referencia a esta conversación. Sucedió el 30 de septiembre de 1939, durante el elogio fúnebre en el funeral por los asesinados de la diócesis de Toledo:

Fe de nuestro mártires. Podríamos, amados hijos, escoger de los mártires que hoy conmemoramos, los que más se destacaron por su fe intrépida mientras vivieron, por su constancia en la confesión de Jesucristo en medio de las contradicciones de la impiedad, por su espíritu de apostolado, que les llevó a trabajar denodadamente en la iluminación del pensamiento de sus hermanos… Oradores como el magistral, los Plá y Carrillo, que sembraron a boleo la palabra de Dios en el territorio de nuestra diócesis… Qué figuras las de nuestro Deán, que muere arengando a sus asesinos, como pudiera dirigir una plática espiritual a un auditorio piadoso… La de ese otro sacerdote, el querido Plá, que alegre se despide de su madre, animándola con su promesa de que se verán en el cielo”.
 
Dónde venerar sus reliquias

La madre y la hermana del beato Ricardo regresaron enseguida al pueblo valenciano del que procedían, con el propósito de traerse a don Ricardo y a su padre. Tras conseguir los permisos necesarios, el 3 de febrero de 1941, padre e hijo fueron enterrados en el cementerio de Agullent. Años después el párroco de San Bartolomé Apóstol de Agullent solicitó al arzobispado de Valencia trasladar el cuerpo incorrupto del mártir a la parroquia. Todo el pueblo de Agullent vio lógico que los restos del siervo de Dios estuvieran en la parroquia y a los pies del altar mayor, pues todos lo consideraban como un auténtico mártir de Cristo. Era el 26 de noviembre de 1944.

Monseñor Jesús Plá, primo del beato Ricardo, que fue obispo de Sigüenza, dictó la inscripción que se colocó en la gran piedra sobre el sepulcro del mártir:

El Buen Pastor da la vida por sus ovejas” (Juan 10,2). El muy Ilustre Señor Doctor Don Ricardo Plá Espí, Presbítero, nació en Agullent el 12 de diciembre de 1898 y recibió la corona del martirio en Toledo, donde ejercía el cargo de capellán mozárabe en tiempo de la persecución, el día 30 de julio de 1936, después de haber dicho muchas veces: “Al martirio se debe ir con alegría”.
 


El 27 de mayo de 1984 se colocó este busto de bronce junto al templo parroquial.

 
Finalmente, el arzobispo de Valencia, don Miguel Roca, asistió en Agullent a la inhumación de los restos mortales, que después de un proceso de limpieza, volvían al  mismo sepulcro. Era el 27 de enero de 1985. Quién desee venerar su sepulcro lo hará pues en la parroquia de San Bartolomé Apóstol de Agullent (Valencia). Don Ricardo fue beatificado en Roma el 28 de octubre de 2007.

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