Viernes, 19 de abril de 2024

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La "relatio" del Sínodo, se olvida del pecado. San Agustín

La "relatio" del Sínodo, se olvida del pecado. San Agustín

por La divina proporción

 Sobre la difusión de la Relatio del Sínodo de la Familia habría mucho que comentar. La manera con que se ha publicado y el contenido, pueden darnos una pista de lo que está en juego. Tenemos que orar a Dios el Sínodo. 

La soberbia es peor y más condenable, porque busca el recurso de la excusa aun para los pecados más evidentes. Así hicieron los primeros hombres. Ella dijo: La serpiente me engañó y comí, y él a su vez: La mujer que me diste por compañera me dio del fruto y comí. Nunca suena la petición del perdón, nunca la impetración del remedio. Aunque, como Caín, no nieguen que lo han cometido, con todo, la soberbia busca descargar sobre otro la responsabilidad de sus malas obras. La soberbia de la mujer culpa a la serpiente, y la del varón, a la mujer. Mas, cuando se da una transgresión formal del mandato divino, hay una auténtica acusación, más bien que una excusación. Y no se vieron libres de pecado, porque la mujer lo cometió aconsejada por la serpiente, y el varón a instancias de la mujer, como si hubiera de creerse o de ceder a algo antes que a Dios. (San Agustin, La Ciudad de Dios, Libro XIV, 14) 

En un mundo que ha olvidado qué significa la palabra pecado y que cree que pecar es incluso algo positivo, no es de extrañar que se nos “olvide” esa incómoda palabra. El problema es que el olvido se sustancia en la “Relatio del Sínodo de la Familia”. Tan sólo tres veces aparece la palabra pecado. Dos en citas bíblicas y una única vez, dentro del texto redactado: 

Se trataría de una posibilidad no generalizada, fruto de un discernimiento actuado caso por caso, según una ley de la gradualidad, que tenga presente la distinción entre el estado de pecado, estado de gracia y circunstancias atenuantes.

En este párrafo, el pecado es un extremo dentro de las consideraciones del redactor, siendo lo normal estar en un indefinido (gradual) estado intermedio entre el pecado y la gracia. Además se hace ver que pueden darse circunstancias que atenúen el pecado que no pueda ser graduado convenientemente. Es decir, sólo en situaciones que el redactor estima como excepcionales, podremos estar en verdadero pecado. 

“La gradualidad” es un invento relativizador que hace que cualquier objeción a la frase, nos lleve a ser considerados como fanáticos extremistas, también llamados impropiamente fundamentalistas. ¿Quién se atreverá a contradecir esta redacción sin esperar que un rayo relativista y buenista le caiga encima? 

Pero hay otras palabras olvidadas, por ejemplo “santidad”. La santidad es el remedio del pecado y por lo tanto, es la solución a las situaciones que se plantean continuamente dentro del documento. Sólo aparece una vez, escondida dentro de un ideal, que en otros puntos se señala como imposible de alcanzar por muchas personas: 

El Evangelio de la familia, mientras resplandece gracias al testimonio de tantas familias que viven con coherencia la fidelidad al sacramento, con sus frutos maduros de auténtica santidad cotidiana, nutre además estas semillas que todavía esperan madurar, y debe sanar aquellos árboles que se han marchitado y piden no ser descuidados.

Me resulta curioso que todas las medidas y propuestas, se enfoque a cambiar la forma de entender el pecado. En ninguna parte se señala que el pecado es lo que nos hace sufrir y que este debería ser el objetivo que hay que tratar. ¿Cómo enfrentar el pecado, socialmente bien visto, en estos tiempos tan duros? 

Por otra parte, es curioso que no se aborde el tema del arrepentimiento como algo básico a la hora de acceder a los sacramentos. La palabra “arrepentimiento” no aparece en el texto, como tampoco aparece contrición o dolor de corazón. ¿Qué camino hacia la santidad puede dejar de lado el arrepentimiento? A lo mejor el concepto de pecado puede quedar abolido de forma tácita a partir de ahora. Este es el problema más directo de poner la misericordia por encima de la justicia. Nos olvidamos del necesario equilibrio de ambas, dentro y fuera de nosotros. 

Escondida dentro del texto, se puede detectar la misma soberbia que hizo que Adan y Eva, pecaran y salieran del Paraíso. Soberbia, ya que se señalan medidas humanas para paliar el sufrimiento al que el pecado nos condena. Indudablemente no se trata de echar a patadas a las personas que vienen a la Iglesia implorando ayuda. Cristo ayudó muchas veces a personas que mostraban su arrepentimiento, pero no estuvo muy dispuesto a aplaudir a quienes no se aceptaban como pecadores. 

¿Dónde empieza la misericordia? En nosotros mismos a través del arrepentimiento. ¿Dónde empieza la justicia? En nosotros mismos, que buscamos reencontrarnos con Cristo para no volver a pecar. Imaginemos a la Samaritana, diciendo a Cristo que sus cinco maridos eran la forma de encontrarse gradualmente con Dios. 

En este Sínodo nos jugamos mucho y sería necesario revisar la metodología que está siendo empleada. El diablo entra, como humo, por debajo de las puertas más robustas.

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