Martes, 19 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Desde el infierno (y IV): Amados

por Diálogos con Dios

El equipo de rescatadores celestiales prosigue su camino en las regiones inferiores del ultramundo, dispuestos a terminar su misión, más decididos e iluminados que nunca, incluido el fanfarrón, que consiguió librarse de su personal entuerto y unirse de nuevo a sus compañeros. Ahora, todos lucen demasiado gracias a su crecimiento espiritual habiendo salvado pruebas y recordando su patria natural: el cielo; lo que conlleva que su presencia es cada vez más percibida por los demonios y son conscientes de que su misión no puede durar mucho más allá. Quizás se encuentren ante la última alma a la que rescatar para el cielo, la última que el Padre tiene previsto que recuerde el camino de retorno y vuelva a... casa.
El grupo se encuentra ante una gran urbe de enormes rascacielos; desolada, abandonada y derruida. Las calles aparecen silenciosas y oscuras y el crítico empieza a impacientarse.
—¿Por dónde? Aquí no hay nadie.
Todos miran directamente al sabio. Es él el que ostenta oficiosamente el liderato después de tantas muestras de solvencia dadas. No es que el líder sea despreciado y arrinconado, simplemente su tiempo ha pasado. Sin embargo, el sabio no quiere humillar al jefe.
—Deberíamos bajar —señala al alcantarillado— ¿no crees?
El líder asiente y destapa la cloaca. Uno a uno bajan y comienzan a andar por las grandes avenidas subterráneas. El ambiente se vuelve más irrespirable y el olor más nauseabundo según descienden y avanzan por las entrañas de la ciudad. Al cabo de bastante tiempo de pasillos y bifurcaciones comienzan a oír ruidos, gritos y golpes. El grupo se tensiona y prepara interiormente para lo que se les avecina. Saben que será la prueba más dura, la final. A la izquierda del túnel que siguen, aparece una gran abertura que da paso a una gran estancia, una enorme cámara repleta de demonios que azotan, escupen e insultan a las almas encadenadas a las paredes que sufren dolores indecibles.
—Son almas que murieron enemistadas con el altísimo—explica el sabio. 
Los misioneros, agazapados en la abertura, mantienen silencio y observan sobrecogidos el espectáculo
—Fueron almas que no entendieron para qué tuvieron el privilegio de vivir, —prosigue el sabio— no comprendieron que la vida temporal fue una prueba de corta duración para conocer y seguir a Dios. No comprendieron el valor salvífico del dolor y se escandalizaron ante el sufrimiento. Se enfadaron con Dios por permitir el fracaso y el dolor en sus vidas y vivieron toda su vida de espaldas a un Dios, según ellas, injusto a todas luces. No aprovecharon sus sufrimientos para buscar y creer en aquel que otorga la vida eterna. Se perdieron en sus razonables razonamientos sobre como debería ser la justicia y vivieron apegados al mundo material sin entender de sacrificios y misericordia divinas, sin dialogar con Dios, excepto para enjuiciarle y exigirle.
—Ahí tienen su paga—apunta el justiciero.
—¿Quién no ha pleiteado con Dios alguna vez? —responde el sabio sin acritud, pero frenando el ímpetu del justiciero— el que no se enfrenta a Dios desde su verdad descarnada no logra tener una auténtica intimidad con él nunca. Dios quiere autenticidad, no quiere tácticas, apariencias vacías y falsas humildades.
—¿Entonces qué hacen estos ahí si fueron tan auténticos? —inquiere el crítico.
—No concedieron ninguna credibilidad a Dios. No le dejaron actuar. No le dieron oportunidad. Dios comprende todas nuestras dudas, sufrimientos y no nos rechaza por ello, pero si no le abrimos ninguna puerta para que él pueda mostrarnos su amor, no puede hacer nada. Debieron dejarle hacer y confiar algo en él.
—Bien y ¿como lo hacemos para rescatar a alguien de ese infierno? —ataja el pacifista.
—Por ahí.
El sabio señala una pasarela que recorre toda las paredes de la estancia a una altura elevada, lo que les permitirá avanzar camuflados por los humos infernales que suben hacia arriba. Las escaleras que suben a la galería están al pie de la entrada con lo que acceden fácilmente sin ser vistos y comienzan su avance despacio y con sigilo en busca del alma a rescatar. En un descuido, el pacifista trastabilla haciendo un ruido considerable pero los demonios no se percatan absortos en sus propios gritos y golpes hacia las almas condenadas. Aún así el crítico advierte:
—Como nos descubran me gustará ver como les hablas a esos de ahí abajo, de paz y amor.
Por fin llegan a la altura de un alma sola y encadenada que se percata de su presencia. El sabio le indica silencio y disimulo y se comunica mentalmente con ella.
—Venimos a por ti. Este no es tu sitio. Debes volver con nosotros a casa.
—Dios no me quiere, ni me quiso nunca.
—Permitió tus sufrimientos para que alcanzaras la meta. Recuerda. Al final lo entendiste. Hiciste las paces con tu Hacedor.
—No. Me hizo daño. Nunca comprendí que me hiciera tanto daño y no me defendiera. Me dejó solo ante la adversidad.
—No es cierto, recuerda. Comprendiste que todo fue para bien. Debías madurar.
—Tanto dolor y sufrimiento ¿Porqué?
Los demonios sumergidos en sus infernales maquinaciones y quehaceres van de aquí para allá ausentes, pero uno de ellos, al pasar cerca de allí repara en algo inaudito.
Tiene sombra.
Se para contemplando sus espeluznante sombra sobre el suelo. Eso quiere decir algo. Si hay sombra hay luz. Rápidamente comprende y se gira elevando su mirada y descubriendo al grupo de luces en la pasarela. Inmediatamente grita furibundo llamando la atención de todos sus compañeros y los rescatadores se asustan y temen por la misión. En un momento se llenará aquello de violentos demonios dispuestos a cazarlos y esclavizarlos y el alma encadenada no reacciona.
—Recuerda el amor de Dios —grita desesperado el sabio.
—¿Qué amor?
—Recuerda tus oraciones.
—Nadie me escuchaba.
—Recuerda que el dolor te salvó.
—Me condenó. La vida fue un sinsentido. Nada valió para nada.
—Recuerda... a Cristo. Su sufrimiento por nosotros. Era el hijo de Dios y sufrió...
Una horda ingente de diablos se han agolpado enfrente del alma que se debate por librarse de sus cadenas y cuando están dispuestas a saltar sobre ella y escalar hacia el grupo, el alma grita con estruendo:
—¡Sacadme de aquí!
En ese mismo instante los demonios se lanzan sobre ella, pero las cadenas se han partido y el grupo las utiliza para izar al alma redimida, con lo que los demonios se estampan violentamente contra la pared y permiten unos segundos de conmoción para que el grupo salga corriendo por la pasarela hacia la salida.
Los demonios que no se han desparramado contra el muro se percatan de la huída y se lanzan en su persecución con carreras y saltos infernales sumándose cada vez más diablos de todas las regiones inferiores, mientras las almas celestes corren desesperadas y con poca confianza de salir de allí. Cuando la situación se hace más complicada e incluso un grupo de demonios han subido a la galería y les cortan el paso, un gran estruendo acompañado de un cegador destello irrumpe en la cámara. El mismísimo arcángel Miguel hace su aparición en el infierno. Los demonios se vuelven más locos aún cuando reparan en la ilustre visita y se lanzan contra él con griterío ensordecedor y violencia llena de odio, mientras Miguel se defiende a base de manotazos a diestro y siniestro, haciendo volar por todos lados, cuerpos demoníacos completamente partidos. El grupo tiene el camino despejado ante el nuevo foco de atención que distrae a sus perseguidores y avanzan por la pasarela hasta llegar a la salida donde los ocho se lanzan hacia el inmenso arcángel que los acoge con una brazo, mientras con el otro sigue desembarazándose de sus enemigos.
Es hora de salir de allí pitando.
Miguel con las almas en su regazo, inicia la vuelta a la superficie recorriendo las galerías y pasillos del submundo, perseguido a un palmo por millares de demonios enloquecidos venidos de todas las regiones infernales subterráneas. El sabio nota en lo más profundo de su interior que ha llegado su hora. No sabe qué es lo que va a suceder, pero es consciente del momento. El crítico se percata de las disquisiciones interiores de su amigo mientras reza a Dios con todas sus fuerzas para que los libre de ésta. Y finalmente llegan a la boca de la cloaca que los sacará a la superficie y después saldrán más allá, hacia los cielos superiores. Miguel alcanza con su mano la superficie pero es detenido en seco por todos los demonios que han logrado sujetarse a su pie. El ángel intenta empujar hacia arriba pero los demonios tiran hacia abajo uniéndose a cada momento más y más unidades y comenzando a escalar por su cuerpo para alcanzar a las almas que protege en su brazo.
Es el momento.
En un instante el sabio conoce su destino.
El crítico advierte la situación y comprende que ha llegado el momento de que el sabio asuma definitivamente el liderazgo, pero no será como él espera.
El sabio se suelta del abrazo angelical y encomendándose a Dios, se deja caer hacia la muchedumbre de rabiosos demonios que lo engullen enloquecidos de odio, desapareciendo entre ellos. Miguel se ve libre momentáneamente de algo de presión y logra dar el salto hacia la superficie y seguir su vuelo atravesando el infierno, mientras los pocos diablos que quedan agarrados a su cuerpo se van cayendo. El arcángel con su botín, superará el abismo y entrará en los cielos, viajará a través del purgatorio y llegará a los cielos superiores donde el grupo de rescatadores completamente purificados, serán recibidos con honores, amor y alegría.

Mientras, el sabio permanecerá eternamente encadenado y hostigado en los lugares inferiores, en compañía de los demonios.
Pero nunca olvidará el amor a Dios y a sus hermanos. Incluso...
Desde el infierno.



"Por tanto, somos embajadores de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; en nombre de Cristo os rogamos: ¡Reconciliaos con Dios!" (‭2 Cor ‭5‬, 20‬)

"¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia?" (‭Rom ‭8‬, 33-35‬)




 
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