Viernes, 19 de abril de 2024

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Nuestro pan de cada día

por Estamos en Sus Manos

El pan de cada día es el pan material, pero es también el pan de la Palabra de Dios, y finalmente el pan de la Eucaristía. En ella Dios se nos da bajo la especie del pan, pero no comemos pan, sino el Cuerpo de Cristo. La Iglesia nos ha recordado que la Eucaristía es “fuente y culmen de toda la vida cristiana” (LG 11), es el tesoro más precioso de la Iglesia, porque “en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo que, con su Carne, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, da vida a los hombres que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con El” (PO 5).

Le pedimos a Dios que nos de el pan de cada día, pero, ¿lo acogemos? Tenemos en nuestros templos la presencia eucarística de Cristo, presencia real y substancial, de manera que se cumplen las palabras de Jesús: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). ¿Somos conscientes? ¿Acudimos al Sagrario para estar un rato con Él, disfrutar de su presencia, hablar con Él? En muchas de nuestras parroquias hacemos adoración del Santísimo. ¿Acudimos a la adoración para estar un rato gozando de la compañía de nuestro Dios y Señor? La misa es el momento más importante del día, y de la semana. ¿Acudimos asiduamente? ¿Tratamos de escaparnos algún día a la misa diaria? ¿Nos preparamos bien para la Eucaristía, escuchamos bien la Palabra, comulgamos adecuadamente, nos quedamos después de misa un rato para dar gracias?

Evidentemente, estas preguntas son retóricas. Son cosas en las que siempre se puede mejorar. Cristo ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía, pero muchas veces los mismos católicos no somos conscientes del regalo que tenemos, y no lo valoramos lo suficiente. Le pedimos a Dios que nos de el pan, pero queremos el pan material, sin dar importancia al Pan de Vida; Dios nos da el Pan que verdaderamente sacia nuestra hambre, pero nosotros nos preocupamos por el pan material. Así lo dijo Jesús: “Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre” (Jn 6, 27). En ocasiones, cuando estoy en la Iglesia, y veo a gente que está a lo suyo sin darse cuenta de quién está en el Sagrario, me viene a la cabeza el pasaje de Isaías: “Me he hecho encontradizo de quienes no preguntaban por mí; me he dejado hallar de quienes no me buscaban. Dije: «Aquí estoy, aquí estoy» a gente que no invocaba mi nombre. Alargué mis manos todo el día hacia un pueblo rebelde que sigue un camino equivocado en pos de sus pensamientos” (Is 65, 2). Que seamos conscientes de la presencia Eucarística de Cristo, y que saciemos con nuestro amor su sed de amor.
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