Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Abandonarse...

por Corazón Eucarístico de Jesús

Para mí, y esto es una opinión muy personal, un punto fundamental de la vida espiritual es saber abandonarse. El abandono es una piedra de toque fundamental de la espiritualidad.
 
El abandono exige madurez, la madurez de la humildad, donde el hombre sabe caminar sin llevar las riendas, sino poniendo éstas en manos de Dios. Se trata, entonces, de hacerse niño, hacerse pequeño, pisoteando orgullo y soberbia, para dejar que Dios sea Dios en la propia existencia.
 
 
¡Cuántas veces hay que repetir: "Dios proveerá"! ¡Cuántas y cuántas veces! Él, y sólo Él proveerá. ¿Para qué angustiarnos ni agobiarnos? Lo nuestro es caminar... y Dios proveerá. Lo nuestro es confiar y reconocer al mismo tiempo la paternidad de Dios ejercida en nuestra vida concreta.
 
¡Abandonarse! 
 
"Pero cuando un hombre se acerca a Dios para ser salvado, la esencia de la conversión verdadera, en mi opinión, es rendirse sin reservas e incondicionalmente; y ésta es una palabra que la mayoría de los hombres que se acercan a Dios no pueden aceptar. Desean ser salvados, pero a su manera. Desean (por así decir) capitular bajo condiciones, llevarse consigo sus bienes; mientras que un verdadero espíritu de fe lleva al hombre a desviar su mirada de sí mismo hacia Dios, a no atribuir ninguna importancia a sus propios deseos,  a sus costumbres, a su importancia o a su dignidad, a sus derechos, a sus opiniones, y a decir: "Me pongo en tus manos, Señor; haz de mí lo que quieras. Me olvido; me separo de mí mismo; estoy muerto a mí mismo; te seguiré" (Newman, PPS V 17,241-242).
 
Él y sólo Él lleva la vida por vericuetos que de pronto no se entienden, pero que a la larga, revelan su sentido último y providencial. Sí, sólo Él.
 
Más que un obligado cumplimiento de normas y de pureza (con resabios de jansenismo, de puritanismo), el abandono confiado es, a fin de cuentas, hasta más exigente, porque no busca una perfección moral creada según la propia imagen, sino una santidad desconcertante que Dios a golpe de cincel, va labrando. Él sabrá. Él hará. 
 
Este abandono es activo y no resignado: uno trabaja en su interior quitando las resistencias naturales e interiores de la propia voluntad y de la propia soberbia. Trabaja para hacerse disponible movido por el deseo más fuerte y mayor de darse, de donarse completamente, al Señor.
 
"Vengo a ti, Señor, no sólo porque sin ti soy desgraciado, no sólo porque siento que te necesito, sino porque tu gracia me incita a buscarte por ti mismo, porque eres tan glorioso y de tan grande belleza. Vengo con un gran temor pero con un amor más grande aún. ¡Que no pierda nunca -a medida que pasan los años, que el corazón se encoge, que todo se convierte en un peso-, no dejes que pierda nunca ese joven, ese ardiente, ese vivo amor por ti! Que tu gracia supla las debilidades de la naturaleza... Y que cuanto más se niegue mi corazón a abrirse a ti, más plenas y fuertes sean tus visitas sobrenaturales y más urgente y eficaz sea tu presencia en mí" (Newman, MCD XV 3, 410-411).
 
El grande se hace pequeño, el orgullo humilde, y entonces le entrega la vida a Dios. Para Ti: confío en Ti, me abandono en Ti. Entonces soy libre.
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