Jueves, 18 de abril de 2024

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Teología, canto, redención

por Corazón Eucarístico de Jesús

Hay una crítica de Nietzsche, el filósofo nihilista que lleva marcando el pensamiento contemporáneo casi dos siglos, que posee una grandísima parte de verdad y a todos nos obligaría a pensar y reflexionar.
 
"Mejores canciones tendrían que cantarme para que yo aprendiese a creer en un redentor: ¡más redimidos tendrían que parecerme los discípulos de éste!
 
Desnudos quisiera verlos: pues únicamente la belleza debiera predicar penitencia. ¡Mas a quien persuade esa tribulación embozada!
 
¡En verdad, sus mismos redentores no vinieron de la libertad y del séptimo cielo de la libertad! ¡En verdad ellos mismos no caminaron nunca sobre las alfombras del conocimiento!
 
¡De huecos se componían el espíritu de esos redentores; mas en cada hueco habían colocado su ilusión, su tapahuecos, al que ellos llamaban Dios!" (Nietzsche, Así habló Zaratustra, Parte II: De los sacerdotes).
 
¡Mejores canciones, más caras de redimidos!
 
¿Qué testimonio ofrecen hoy los católicos?
 
 
Realmente mejores canciones, más entusiasmo, más fervor, más convicción y más vida no nos vendrían nada mal. A veces, más que redimidos, parecemos un pueblo de condenados a la fe; un pueblo de castigados a vivir los Misterios. Pensemos en el mismo canto litúrgico y el tono espiritual de nuestras liturgias: cansinos, monótonos, apagados, como el que cumple un deber y desea acabar cuanto antes...
 
 
El lenguaje de la catequesis, de la predicación y de la teología, será un lenguaje pronunciado con entusiasmo, seguridad, viveza, si quien lo pronuncia es un "redimido" que canta canciones mejores y alegres al Señor; si en su lugar, el lenguaje es mediocre, tibio, monótono, de quien recita de memoria pero no llega a asimilar o a estar convencido, a nadie impactará ni nadie descubrirá un Redentor al que entusiasme seguir y entregar la vida.
 
El tono vital, la santidad de vida, sería la cara de redimidos ante el mundo, transparentando el rostro del Señor, dibujando la Felicidad interior de una vida en Dios. Pero en el momento en que hemos sacado a Dios de la vida y lo hemos confinado sólo al culto, nuestras caras reflejan la angustia y la búsqueda, o la alienación y la tristeza de los hombres vacíos que intentan ahogar su sed como sea.
 
Quien se acerque a nuestras iglesias, quien oiga nuestros cantos, quien comparta la vida con nosotros, ¿oirá buenas canciones, verá nuestras caras de redimidos, de hombres plenos?
 
Pasión, fervor, convicción: cualidades para los católicos hoy; sin ellas, seremos una luz tan mortecina, triste, extinguiéndose, que apenas iluminará nada.
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