Viernes, 19 de abril de 2024

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Llamar progreso al retroceso

Llamar progreso al retroceso

por Duc in altum!

El progreso es una aspiración legítima de todo ser humano; sin embargo, ¿qué pasa cuando confundimos las palabras y perdemos de vista su verdadero significado? Para muchos, favorecer que las mujeres aborten es un paso hacia adelante, aunque lo cierto es que se trata de un retroceso, pues con el surgimiento del humanismo cristiano y secular, la vida se consideró un derecho inalienable. Para haber llegado hasta este punto, la humanidad tuvo que llevar a cabo un gran esfuerzo por disolver la mayoría de los regímenes totalitarios y sangrientos; sin embargo, la falta de memoria histórica, ha hecho que reaparezcan con el disfraz -un poco más sutil- de la ideología de género. Así como hoy se pide perdón por el holocausto, algún día habrá que hacer lo mismo a nombre de tantos no nacidos a los que se les ha arrebatado el derecho a la vida. ¿Asesinar es algo propio de una sociedad civilizada? El mundo parece estar al revés y eso tiene que interpelarnos para alcanzar un cambio contundente. Si antes se respetaba la integridad física de un ser humano y ahora se pasa por alto, estamos frente a un retroceso, aunque algunos insistan en aplaudirlo por miedo a que los llamen -aunque objetivamente no lo sean- intolerantes y/o anticuados. Pensar que una sociedad madura es aquella que renuncia a la crítica para rendirse a los pies del relativismo, constituye un contrasentido. El progreso se mide en tanto humanice al ser humano.

No toda ley es justa. En tiempos de Hitler, secuestrar a los judíos era algo permitido e incluso obligado por la legislación; sin embargo, fue un texto normativo injusto. Lo mismo sucede cuando se aprueban leyes que van contra la familia, aquella que es la célula básica de la sociedad. Por ejemplo, cuando una sentencia ordena que se retire un crucifijo de cierto lugar público, muchos aplauden la medida, dicen que significa que la sociedad está mejor que nunca, pero no se dan cuenta que al retirarlo será sustituido por otro signo que lejos de hablar sobre la verdad y la justicia, terminará en un slogan populista de “pobre de ti como defiendas el matrimonio, porque si lo haces te llamaremos enfermo, retrograda y delincuente”. ¿Progreso? Nada de eso. Se trata de una cesión de espacios hacia un mensaje vacío, superficial. Por esta razón, muchos ateos apoyan la presencia de la fe en la realidad actual, pues aunque no aceptan a Dios, valoran el aporte del cristianismo en el tejido social. Lejos de verlo como un retroceso, entienden que pueda llegar a sacar lo mejor de cada persona y, desde ahí, progresar enserio.

La anticultura de lo “ligth” que se traduce en hacer famoso a quien no lo merece, aparentemente es propio de una sociedad libre; sin embargo, la realidad es que parte de una visión presa de complejos y estereotipos que se escudan bajo una tolerancia distorsionada. Cuando una sociedad muere a la razón, a la profundidad del pensamiento para quedarse en lo que dice la mayoría, se vuelve esclava de sí misma. Quienes se las dan de modernos, olvidan que caminan hacia el vacío, porque les falta el contenido, la verdad que permite distinguir entre el bien y el mal. Para un joven es muy fácil apoyar la eutanasia, pero ¿qué pasará cuando al cumplir los 80 empiece a desconfiar de un nieto con intenciones de quitarlo de en medio para poder cobrar la herencia antes de tiempo? Seguro que ahí la modernidad se acaba y empieza a echar de menos los valores fundamentales. La misma ideología de género que muchos promueven cual máquina programada, será la que más adelante terminará descartándolos. Por lo tanto, llamemos las cosas por su nombre y trabajemos por el progreso en su sentido auténtico, original.

No se trata de estarnos metiendo en la vida de los demás con señalamientos racistas o elitistas, sino de alertar acerca de aquello que nos involucra a todos por tratarse del bien común. El estar en desacuerdo sobre ciertos aspectos del pensamiento de las masas, nos hace críticos, pero nunca violentos o intolerantes. Atrevámonos a disentir. El momento es ahora. Vale la pena tener las cosas en claro. El mundo necesita hombres y mujeres congruentes, abiertos a los valores. En esto nos estamos jugando el futuro.

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