Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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San Juan Pablo II (2)

por Victor in vínculis



3. ESTUDIO 39
 
La ciudad polaca de Wadowice estaba orgullosa de su reputación como centro regional de la cultura literaria, incluido el teatro aficionado y municipal. Las tradiciones que emergieron en períodos anteriores -recitales de poesía en casas privadas, teatros improvisados en escuelas e iglesias para la interpretación de los clásicos nacionales- florecerían durante la breve vida de la Segunda República polaca.
 
         Desde otoño de 1934, o sea con sólo 14 años, Lolek empieza a actuar en producciones teatrales locales completamente fascinado por la literatura, en especial por la dramática y el teatro. Se cuenta que en una representación Wojtyla interpretó dos papeles, para lo que tuvo que memorizar en una sola noche el papel que debía haber dado vida un joven que fue castigado por una travesura escolar.
 
         Cuando comienza sus estudios de filología polaca, en el curso académico de 19381939, ingresa en la famosa Universidad Jagelloniana de Cracovia. Junto a sus clases, nuevamente se sumerge en las actividades teatrales de la futura compañía dramática Estudio 39. Durante la guerra, Lolek formó parte de varios grupos estudiantiles que participaban de recitales de poesía y se convirtió en miembro del Circulo de Especialistas en Estudios Polacos, una organización de estudiantes que llevaba a cabo lecturas literarias, discutían la reforma del programa escolar y oponía resistencia a las restricciones sobre los judíos que estudiaban en la Jagelloniana.
 
         En la Cuaresma de 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, Wojtyla escribe un drama del Antiguo Testamento, titulado Job. Durante el verano escribe Jeremías, un drama nacional en tres actos. El 22 de agosto de 1941 se funda el Teatro Rapsódico. Se trataba de una forma de movimiento de resistencia clandestina contra la ocupación nazi, una protesta contra la exterminación de la cultura de la nación polaca en su propio suelo[1]. La productividad de Teatro Rapsódico durante la ocupación fue destacable: siete producciones en veintidós representaciones formales y más de cien ensayos. El 1 de noviembre de 1941 Wojtyla interpreta a Boleslao el Bravo, aquel rey que ordenó la muerte de San Estanislao. El título de la primera producción clandestina de la compañía Teatro rapsódico fue El rey Espíritu de Slowacki.


 
Finalmente, en otoño de 1942 es aceptado como seminarista clandestino en la archidiócesis de Cracovia. El 1 de noviembre de 1946 recibiría la ordenación sacerdotal. En el invierno de 1949 el sacerdote Wojtyla escribe su obra El hermano de nuestro Dios. Después de más de diez años, publicaría bajo seudónimo la obra dramática El taller del orfebre (1960).


4. EL TIEMPO DE NUNCA JAMÁS
 
El Beato Juan Pablo II, que vivió la miseria del régimen nacionalsocialista, ha ensalzado la grandeza de aquellos grandes hombres y mujeres contemporáneos suyos: judíos, cristianos y católicos. En sus muchísimas intervenciones y en la línea de sus antecesores, luchó denodadamente por conseguir la paz internacional... pero, también denunciando lo que ocurrió en los campos de concentración y elevando a la gloria de los altares a todos los que con su ejemplo supieron llevar a Cristo a la realidad de la miseria humana.
 
Desde la caída del muro de Berlín, el 10 de noviembre de 1989, fuimos testigos de una serie de cambios radicales sucedidos ininterrumpidamente: la reunificación de las dos Alemanias; la recuperación de la independencia de los Estados Bálticos; la autodisolución de la Unión Soviética; la prohibición del Partido Comunista, incluso en Rusia; el restablecimiento de la Jerarquía eclesiástica en casi todos los países ex-comunistas...
 
El golpe de Estado en la URSS, aquel 19 de agosto de 1991, fue organizado por los militares que pretendían salvar el Imperio Soviético. Su fracaso por el contrario, abrió el camino que condujo al fin de ese imperio, a su desmoronamiento y a la liquidación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Nadie creyó nunca, que el régimen totalitario comunista podría desplomarse de forma tan aparatosa.
 
Hablar de campos de concentración y de Holocausto es sinónimo de hablar de todo lo sucedido en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Es hablar de Adolf Hitler, del Partido Nacionalsocialista, de Auschwitz, de Dachau, de Sachsenhausen, de Himmler... de muchos nombres propios.

Sin embargo, Alexander Solzhenitsin[2] refiere que a partir de 1918 Lenin ya tenía abiertos los primeros campos. El Nobel de Literatura, nos presentaba en su obra El Archipiélago de Gulag una documentada denuncia sobre la represión y sobre los campos de concentración en la U.R.S.S., después de la revolución de octubre de 1917.
 
Por eso, hablar de campos de concentración es también hablar de Joséf Stalin. Ya, el 25 de febrero de 1956, tres años después de la muerte de Stalin, el Secretario General del Partido, Nikita Kruschev, realizó un informe para el XX Congreso del P.C.U.S. presentando un análisis de las purgas masivas llevadas a cabo por Stalin. El informe secreto ofrecía también una larga relación de asesinatos cometidos contra judíos, católicos y musulmanes.
 
Allan Bullock que en 1952 publicó la más completa biografía sobre Hitler, escribió en 1991 una monumental biografía conjunta de Hitler y Stalin. En esta obra, habla de muertos prematuros para referirse a los asesinados en el período Hitler-Stalin de 1930 a 1953. El prestigioso historiador inglés calcula que entre cuarenta y cincuenta millones de personas murieron de forma violenta: en primer lugar, por las calamidades propias de la guerra, aunque, la mitad, o incluso un número más elevado murieron a consecuencia de las deportaciones, las torturas, el trato brutal en cárceles y en campos de concentración, los asesinatos, las masacres y los exterminios planificados[3].
 
Mijail Gorbachov (Privolnoye - URSS, 1931) que fue presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de 1989 a 1991 no tuvo reparo en reconocer públicamente que la intervención de Juan Pablo II fue decisiva en los acontecimientos que culminaron, en noviembre de 1989, con la caída del muro de Berlín y con todo el sistema comunista en Europa.
 
Tampoco nadie discute hoy que sin los viajes del Papa a Polonia no se podría haber puesto en marcha el llamado “efecto dominó”, que, partiendo del ejemplo polaco, contagió a las demás naciones marxistas del entorno, incluida la Unión Soviética, y terminó con la dictadura.
 
En el primer viaje de Juan Pablo II a Polonia, poco después de ser elegido Papa, el 2 de junio de 1979, el nuevo Papa animó a sus compatriotas a plantarle cara al tirano.
 
Luego en septiembre de 1981, no por casualidad y gracias al apoyo moral y económico del Vaticano, se podía celebrar en los astilleros de Gdansk el primer congreso de un nuevo sindicato, original y extrañamente libre dentro del férreo mundo marxista. Había nacido “Solidarnosc” (Solidaridad).
 
Finalmente, amparándose en los nuevos aires que venían del amo soviético, Juan Pablo II apretó el acelerador y en su tercer viaje a Polonia, en junio de 1987, reclamó ya abiertamente la democracia.


 
 

[1] George WEIGEL, Biografía de Juan Pablo II. Testigo de esperanza, págs.73174 (Barcelona 1999)
[2] Alexander Solzhenitsyn (Kislovodsk, Rusia, 11 de diciembre de 1918- Moscú, Rusia, 3 de agosto de 2008) escritor, historiador ruso y Premio Nobel de Literatura en 1970. Fue detenido en 1945 por criticar a Stalin en unas cartas privadas, que le habían sido interceptadas, permaneciendo ocho años en prisión. Desde entonces sufrió una tenaz persecución que acabaría con su expulsión definitiva de la Unión Soviética en 1974. Tras veinte años de exilio, el 27 de mayo de 1994, regresó a su país.
[3] Más lejos aún llega el análisis que presenta “El libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión” (Editorial Planeta y Espasa, 1997). Libro escrito por un grupo de profesores universitarios y experimentados investigadores europeos y editado por Stéphane Courtois, director de investigaciones del Centre national de la recherche scientifique (CNRS), la mayor y más prestigiosa organización pública de investigación de Francia. En este trabajo se establece un primer balance numérico que aún sigue siendo una aproximación mínima, que necesitaría  de largas precisiones, permite señalar de manera directa la gravedad del tema: el total de las víctimas de la historia del comunismo se acerca a la cifra de cien millones de muertos.
 
– URSS: 20 millones de muertos.
– China: 65 millones de muertos.
– Vietnam: 1 millón de muertos.
– Corea del Norte: 2 millones de muertos.
– Camboya: 2 millones de muertos.
– Europa Oriental: 1 millón de muertos.
– América Latina: 150.000 muertos.
– África: 1,7 millones de muertos.
– Afganistán: 1,5 millones de muertos.
– Movimiento comunista internacional y partidos comunistas no situados en el poder: una decena de millares de muertos.
 
Más explícito y reciente es “El libro rojo de los mártires chinos” editado por Gerolamo Fazzini (Ediciones Encuentro, 2006). El libro recoge excepcionales documentos que han sido escritos por diferentes autores y en distintos tiempos y recorren cuatro decenios cruciales de la historia contemporánea china (de los años 40 hasta 1983). Son la memoria de personas que han probado en sus propias carnes hasta qué punto puede llegar la violencia de un poder ciego por la ideología más mortífera -todas lo son- del siglo XX: el comunismo.
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