Jueves, 28 de marzo de 2024

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El peligroso juego de cambiar nombres para querer cambiar las realidades

por Crecer hacia lo alto

La Sagrada Escritura narra cómo el hombre al tener expuesta ante sí la creación fue poniendo nombre a todos los animales de la tierra; junto a ellos también puso nombre a todas las cosas, situaciones y relaciones que iba estableciendo. El hombre es un ser nominal (da nombre a todo), necesita dar nombre a cada cosa pues por medio del término da consistencia e identidad a una realidad y busca un modo particular de relacionarse con ella. Pero no menos cierto es que hubo un momento en que entendió que había ciertos términos que resultaban duros y escandalosos al oído de tal modo que lo enfrentaba a conceptos y realidades que le incomodaban la conciencia y rompían con su tranquilidad o que simplemente le hacía parecer ordinario y grosero en su lenguaje. Para lograr aliviarla y sentirse tranquilo consigo mismo o para mostrarse un poco más culto y decente optó por crear los llamados eufemismos que no son otra cosa que la “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante” (RAE). En un principio, estos eufemismos sólo buscaban edulcorar un poco aquellas palabras que podían sonar ásperas y groseras al oído (se empezó a usar “trasero” para no volver a decir “culo” o “pechos” para evitar usar el término “tetas”); así, con ellos, prefirió cambiar los nombres a las conductas antes que transformar las realidades mismas que ejecutaba de manera inadecuada y a las cosas para no tener que enfrentar la dureza de la censura. Así podría sentirse más tranquilo consigo mismo sin tener que modificar su proceder ; ya no se trataba de HACER el bien sino simplemente de SENTIRSE bien, ya no le interesaba la bondad sino que la maldad no parezca tal.

Con los eufemismos se acabaron los ladrones para aparecer los defraudadores del erario, ya no hay aborto sino una “simple interrupción del embarazo”, desapareció el adulterio para dar paso al “desliz amoroso”, las prostitutas pasaron a ser “damas de compañía”, a nadie se le rebaja el sueldo sino que se hace una “devaluación competitiva de los salarios”, ni se le bota del trabajo sino que se hace un procedimiento de “reestructuración de la empresa”, las guerras han dado paso a las nobles “misiones de paz”.

Los eufemismos son la típica expresión de una sociedad relativista y manipuladora que ya no cree en principios universales eternos e inmodificables sino en utilitarismos morales; que está convencida que el cambiar los nombres a las cosas metamorfosea su esencia y que por tanto la conducta deja de ser reprobable hasta casi convertirse en una virtud; que lo malo se vuelve bueno solo porque un nombre bueno hizo posible este “milagro”. Nuestra sociedad es eufemística y de esta manera pretende acabar con el mal, con los cargos de conciencia y sentir que, en últimas, todo cambia con una palabra. El eufemismo manipula la sociedad, nos vuelve políticamente correctos y evita acarrearnos problemas sólo por llamar a cada cosa por su nombre real.

Con el eufemismo, hacer el bien no es lo que importa al individuo; lo que importa es que se sienta bien, pues el subjetivismo ha dado al traste con el objetivismo y más vale el sentimiento que la razón y la opinión que la verdad. El eufemismo moral relaja la conciencia hasta la laxitud y tiende a adormecerla pues a fuerza de repetir siempre los mismos conceptos nos hacen perder la verdadera dimensión de las realidades a las que nos enfrentamos. La suavidad con que se dirige, que suele parecer una especie de diplomacia, no siempre es inocua y pasa finalmente su cuenta de cobro. Sólo cuando las cosas reciben su nombre verdadero podremos enfrentarlas con realismo y podemos buscarle solución, pero para eso es necesario estar dispuestos a la incomodidad que genera en nosotros.

La última “perla” eufemística que anda en boga es pedir a Dios que perdone nuestros “errores” puesto que el hombre ya no quiere llamar pecado a lo que es eso: PECADO. Los errores no ameritan perdón sino excusa, es el pecado lo que necesita llamarse como tal sin miedo alguno para que sea perdonado por el Señor.

Juan Ávila Estrada Pbro.
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