Viernes, 19 de abril de 2024

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2º Domingo de C.: La transfiguración del Señor

2º Domingo de C.: La transfiguración del Señor

por Un alma para el mundo

 


Unos días después Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan y se los llevó a orar al monte llamado Tabor. Siempre en los momentos importantes, cuando va a ocurrir algo extraordinario, el Señor escoge a sus Apóstoles de más confianza, los que iban a ser las columnas de la Iglesia. Los quería bien formados para la responsabilidad que tendrán después, y quiere que vivan intensamente la presencia de la divinidad en él. Mientras estaban orando el rostro de Cristo se cambió y todo se convirtió en muy resplandeciente. Junto a Él aparecen Moisés y Elías que entablan un diálogo que los Apóstoles no pueden captar. Todo resulta maravilloso e insólito. Los Apóstoles no dan crédito a lo que ven, pero están entusiasmados, no les cabe el gozo en el cuerpo. Pedro, en un arranque propio de él, dice a Jesús: Maestro, es bueno que nosotros estemos aquí; hagamos, pues, tres tiendas: una para Tí, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía. Mientras decía esto apareció una nube y los cubrió. Y se llenaron de miedo al entrar en la nube. Y salió de la nube una voz que decía: Éste es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle (Le 9, 33-35). La visión desapareció, y los discípulos guardaron silencio sobre lo que habían contemplado. ¿Qué te dice a ti esta escena de la vida de Jesús?

Una de las cosas que observamos en ella es que Jesús ora, habla con su Padre, en esta ocasión como en tantas otras. Y busca un lugar tranquilo, sin que nadie le moleste. Quiere estar acompañado de sus más íntimos. El Antiguo Testamento, representado por Moisés y Elías, por la Ley y los Profetas, rinde adoración a Aquel que tanto tiempo habían anunciado y esperado. El Padre Dios quiere dejar claro que Aquel es su Hijo, al que deben escuchar. Y así son las cosas de Dios, maravillosas, sublimes, que sólo se pueden captar y disfrutar cuando hay fe y hambre de Dios. La oración es el camino ordinario para ponernos en contacto con Dios. A través de la oración los grandes santos han llegado a grados elevados de contemplación y unión con Dios. Pero hay que escuchar a Jesús con atención, con interés, con el decidido propósito de poner por obra su Palabra. Que no te falte nunca ese rato de diálogo con el Señor en el lugar donde más fácil sea el encuentro con Él. «Si sois constantes en la oración cotidiana y en la participación dominical en la Misa, vuestro amor por Jesús crecerá. Y vuestro corazón conocerá la alegría y la paz profunda, la que el mundo jamás podrá dar» (Juan Pablo II, A los jóvenes de Estados Unidos, 27-IX1987).

 Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com

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