Jueves, 28 de marzo de 2024

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¿Teología de la Liberación domesticada?

¿Teología de la Liberación domesticada?

por La divina proporción

El 26 de febrero pasado, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Gerhard Müller, presentó su reciente libro sobre la realidad de los pobres y su relación con la Iglesia. En  misma presentación, participó el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, impulsor de la Teología de la Liberación desde sus comienzos.

Gustavo Gutiérrez señaló en la presentación que “la idea del servicio viene directamente del Concilio Vaticano II” ya que “los cristianos están llamados a servir y a buscar la imagen de Cristo en cada hombre e ir a los confines del mundo y las periferias, como nos invita el Papa Francisco”.

La Teología de la Liberación fue una corriente teológica fuertemente influenciada por el marxismo, lo que generó graves problemas eclesiales. Ahora, por lo que cuentan, parece que se ha reformado, dejando atrás las incursiones marxistas de la lucha de clases y la justificación de la violencia desde el mismo Evangelio. Pero esta “limpieza” no aborda la visión inmanentista que la sustenta, ni solventa el peligro de que la teología se convierta en una teodisea.

Saltemos a las antípodas. Veamos lo que San Gregorio nos dice sobre la Meta Divina de todo cristiano:

Si alguien aleja un poco del cuerpo la facultad de conocer, si se libera de la servidumbre de sus impresiones irracionales, y mira su alma desde arriba por medio de una reflexión sincera y pura, ése verá claramente en su misma naturaleza la caridad de Dios para con nosotros, y la voluntad del Creador hacia nosotros. En efecto, por medio de esta reflexión encontrará que existe en el hombre el impulso connatural e innato de un deseo que lo lleva hacia lo bello y lo excelente; y que existe en su naturaleza el amor impasible y feliz de esta "Imagen" inteligible y bienaventurada cuya imitación es el hombre.

Pero si el alma está despreocupada y no se mantiene en guardia contra sus distracciones, una carrera errante, de una a otra de las cosas visibles y efímeras va a seducirla y a encantarla. Con una pasión descabellada y un amargo placer la arrastrará hacia un mal temible, que nace de las voluptuosidades de la vida, y que engendra la muerte para cualquiera que se prenda de ellas.

Ahora bien, la gracia de nuestro Salvador concede, a aquellos que la reciben con un ardiente deseo, un remedio salvífico para sus almas: el conocimiento de la verdad. Por ella, la carrera errante que encantaba al hombre termina; el sentido menospreciable de la carne se apaga; el alma es conducida hacia lo divino y hacia su propia salvación por medio de la luz de la verdad: recibe la revelación del conocimiento. (San Gregorio de Nisa, La Meta divina)

San Gregorio de Niza introduce una visión muy interesante del pecado original. Para él, el pecado original privó al ser humano del diálogo con Dios y debido a esa pérdida, encontramos la muerte y el sufrimiento. Pero Dios no nos deja solos ya que se acerca a nosotros por medio de la revelación tanto natural y la sobrenatural, que se convierten en lenguajes de comunicación basados en la belleza y el simbolismo.

La tradición oriental da gran valor y sentido a la belleza, que concreta en los íconos. Los íconos, representan aquello que nos enlaza, religa, con Dios. Son símbolos a través de los cuales Dios nos habla. En occidente esta visión está menos definida, pero se ajusta a lo que llamamos “sagrado”. Lo sagrado permite saciar en el ser humano, el “deseo que lo lleva hacia lo bello y lo excelente; y que existe en su naturaleza el amor impasible y feliz de esta "Imagen" inteligible y bienaventurada cuya imitación es el hombre”. Dios, a través de lo sagrado, se pone en contacto con su imagen, que es el ser humano.

Los íconos y la sacralidad tradicional, no están libres de peligros, entre ellos la idolatría. El ícono se convierte en ídolo cuando dejamos de entenderlo como un camino de comunicación y lo empezamos a ver como una finalidad en si mismo. Entonces el pensamiento religioso se trastoca en pensamiento mágico. La pasividad del ídolo termina por llevarnos a utilizarlo como herramienta para cumplir nuestros deseos. Deseos que pueden ser honestos y bellos, pero que también pueden ser egoístas y maliciosos.

Con la Teología de la Liberación puede ocurrir lo mismo. Analicemos la idea que Gutiérrez señaló en la rueda de prensa: “los cristianos están llamados a servir y a buscar la imagen de Cristo en cada hombre”. La Teología de la Liberación traslada el medio de comunicación entre Dios y nosotros, a las personas que son oprimidas y sufren. Gustavo Gutiérrez señala que el cristiano debe “buscar la imagen de Cristo en cada hombre e ir a los confines del mundo y las periferias, como nos invita el Papa Francisco”. Es interesante  señalar cómo centra la acción salvadora en el ser humano y cómo desplaza el lugar y espacio sagrado hacia una nueva localización. El espacio sagrado se identifica con las periferias y el tiempo sagrado con la vida cotidiana. Muchas personas ya viven este sesgo en sus parroquias y comunidades, por lo que no les deber resultar extraña su utilización.

Ahora, ¿Qué sucede cuando el ícono se convierte en ídolo? ¿Qué sucede cuando el hermano sufriente se convierte en el objetivo único y absoluto? Este peligro es muy fuerte ya que el relativismo señala que cada persona es un absoluto dentro y fuera de sí mismo. Es muy fácil dejar de ver a Dios detrás del sufriente y centrar todo en un humanismo que busca justicia social, sin contar con Dios y sin contar con quien sufre.

Otro peligro existente es la transformación de la teología en teodisea. Es decir, creer que somos nosotros quienes buscamos a Dios y no Dios quien se revela a nosotros. Si mezclamos idolatría y teodisea, nos encontramos uno de los problemas que sufrimos la incapacidad de comprendernos, despreciando los carismas no coincidentes. Es fácil decir que lo que hacen o creen, “los otros”, es falso, una moda o algo que terminará por desaparecer.

Lo ideal sería que nos complementáramos unos a otros. Entonces viviríamos la sacralidad y el servicio al hermano, como teofanías necesarias, por medio de las que Dios se comunica a nosotros. Aprenderíamos unos de otros, en vez de rechazarnos sin más.

La realidad evidencia que no estamos suficientemente abiertos al Espíritu Santo, lo que nos lleva a desconfiar de todo aquello que no comprendemos a través nosotros mismos. Si nos abriéramos a la acción del Espíritu, la Luz de la Verdad nos iluminaría y dejaríamos de adorar la Torre de Babel que tanto nos gusta construir.

 

Como dice San Gregorio de Nisa: “el alma es conducida hacia lo divino y hacia su propia salvación por medio de la Luz de la Verdad: recibe la revelación del conocimiento.

 

 

 

 

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