Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Único Salvador

por Corazón Eucarístico de Jesús

La Pascua del Señor, es decir, el Misterio de su Muerte, descenso a los infiernos y santa Resurrección, constituyen a Jesucristo como Señor de todo. Él es el centro. Él es el único.
 
Se ha revelado así como Hijo de Dios constituido con poder como Señor y Mesías. La Encarnación del Logos, del Verbo, se orientaba y culminaba en su santa Pascua, y así atrae a todos hacia Él. 
 
 
Dios ha mostrado, de forma patente, que Jesucristo es Dios, su Hijo, de su misma naturaleza, consustancial a Él. Todo el evangelio y el testimonio de los apóstoles así lo muestran. Y por eso la misión de la Iglesia, la evangelización, tiene sentido y actualidad, porque anuncia a todos y acompaña a los hombres al reconocimiento de Jesús como Señor, Hijo de Dios, único Salvador. 
 
Pero esto no tendría sentido y sería un absurdo si consideráramos a Cristo como mero hombre, como un simple profeta, como un modelo ético o como el fundador de un sistema religioso entre tantos otros. Esta percepción errónea, tiende al sincretismo, a la fusión entre todas las religiones considerándolas todas de igual valor, con la misma verdad y el mismo contenido salvífico... porque todos así se salvan.
 
Pero si Cristo es Dios, la Verdad es Él, la Verdad absoluta.
 
Las religiones merecen respeto como esfuerzo de los hombres por llegar a encontrar a Dios, pero el cristianismo no es una religión más, ya que no es un camino hecho por los hombres, sino el camino que Dios ha escogido para encontrar al hombre, para llegar al hombre.

Así, no se trata de menospreciar nada ni humillar a nadie sino de mostrar la Verdad plena que las religiones humanas no han podido aún descubrir: ¡Jesucristo!, único Salvador de los hombres, único Salvador de toda la humanidad. Él es el Camino. Él es la Verdad... y Él es la Vida.
 
La declaración Dominus Iesus (pinchad ahí y leedla) es un documento clarividente en esta época de relativismo ("no hay Verdad alguna, todo vale") y de sincretismo ("todo se mezcla, haciendo una síntesis al gusto de cada cual, con elementos de todas las religiones").
 
Para el valor salvífico y universal de Jesucristo, leamos las palabras del beato Juan Pablo II, que con fuerza y vigor, a la vez que con amor, señala este núcleo:

"En la cumbre del Año jubilar, con la declaración Dominus Iesus Jesús es el Señor, que aprobé de forma especial, quise invitar a todos los cristianos a renovar su adhesión a él con la alegría de la fe, testimoniando unánimemente que él es, también hoy y mañana, "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). Nuestra confesión de Cristo como Hijo único, mediante el cual nosotros mismos vemos el rostro del Padre (cf. Jn 14, 8), no es arrogancia que desprecie las demás religiones, sino reconocimiento gozoso porque Cristo se nos ha manifestado sin ningún mérito de nuestra parte. Y él, al mismo tiempo, nos ha comprometido a seguir dando lo que hemos recibido y también a comunicar a los demás lo que se nos ha dado, porque la verdad dada y el amor que es Dios pertenecen a todos los hombres.

Con el apóstol san Pedro confesamos que "en ningún otro nombre hay salvación" (Hch 4, 12). La declaración Dominus Iesus, siguiendo las huellas del Vaticano II, muestra que con ello no se niega la salvación a los no cristianos, sino que se señala que su fuente última es Cristo, en quien están unidos Dios y el hombre. Dios da la luz a todos de manera adecuada a su situación interior y ambiental, concediéndoles su gracia salvífica a través de caminos que sólo él conoce (cf. Dominus Iesus, VI, 20-21). El documento aclara los elementos cristianos esenciales, que no obstaculizan el diálogo, sino que muestran sus bases, porque un diálogo sin fundamentos estaría destinado a degenerar en palabrería sin contenido.

Eso mismo vale también en lo que atañe a la cuestión ecuménica. Si el documento, con el Vaticano II, declara que "la única Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica", no quiere expresar con ello poca consideración por las demás Iglesias y comunidades eclesiales. Esta convicción va acompañada por la conciencia de que esto no es mérito humano, sino un signo de la fidelidad de Dios, que es más fuerte que las debilidades humanas y los pecados, confesados de modo solemne ante Dios y ante los hombres al inicio de la Cuaresma. Como afirma la Declaración, la Iglesia católica sufre por el hecho de que verdaderas Iglesias particulares y comunidades eclesiales, con elementos valiosos de salvación, están separadas de ella.

El documento expresa así, una vez más, el mismo anhelo ecuménico que inspira mi encíclica Ut unum sint. Espero que esta Declaración, que tanto aprecio, después de tantas interpretaciones equivocadas, cumpla finalmente su función clarificadora y, al mismo tiempo, de apertura" (Juan Pablo II, Ángelus, 1-octubre-2000).
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