Martes, 19 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Uno por todos

por Consideraciones sin importancia

 

… como cordero llevado al matadero… El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación (Isaías 53, 7.10)

Cuando era pequeño e iba a Misa con mis padres, siempre me llamaba la atención el momento previo a la comunión, cuando el sacerdote muestra el Cuerpo de Cristo y dice: ‘Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. Yo miraba atentamente aquello que mostraba y pensaba: ‘¿por qué dice: el Cordero? Si eso no tiene forma de cordero, ni se le parece’.

Lo entendí más tarde. La imagen del cordero trae la idea del sacrificio, más en concreto, el sacrificio pascual, cuando el pueblo de Israel celebraba la Pascua, el paso de Dios para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Bautismo, Cordero, Pascua, Alimento. Todo está relacionado y en la vida de Jesús forma una unidad inseparable.

Aquel que ha descendido al Jordán, junto con los pecadores, es el que se ha hecho pecado. Se ha sumergido en el mal para cargar con el pecado del mundo y se ha entregado. Uno por todos. El inocente por los culpables para conducirnos a Dios.

Entrega su vida en sacrificio, para cumplir así toda justicia, y se hace solidario con el hombre pecador. En el bautismo, Jesús es el cordero que quita el pecado del mundo, de esta forma anuncia su muerte y resurrección.

Entonces, cuando el sacerdote me muestra el Cuerpo de Cristo y dice: ‘Este es el Cordero de Dios’, está diciendo: Éste es el que ha entregado su vida por ti. Éste es el que ha muerto para que tu tengas vida. Éste es el cuerpo roto de Cristo, que se parte y se reparte como alimento.

Oh Jesús, amor mío ¡cuánto me has amado!

Tú has recibido las espinas de la soberbia de mí,
para que yo reciba la humildad de ti.

Tú has recibido los azotes de la lujuria de mí,
para que yo reciba el amor y la pureza de ti.

Tú has sido, por la avaricia, despojado por mí,
para que yo reciba la riqueza de ti.

Tú has recibido la hiel y el vinagre de mí,
para que yo reciba la dulzura de ti.

Tú has recibido el desprecio y los insultos de mí,
para que yo reciba la mansedumbre de ti.

Tú has recibido los clavos y la lanzada de mí,
para que yo reciba la obediencia de ti.

Tú has sido crucificado por mí,
para que yo reciba la salvación de ti.

Tú has recibido la muerte de mí,
para que yo reciba la vida de ti.

Tú has recibido la sepultura de mí,
para que yo reciba la resurrección de ti.

De mí, Señor, tú has recibido el mal, la muerte y el pecado, para que yo reciba de ti sólo a ti mismo.

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