Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

El Papa Francisco, en la misa en el cementerio, anima a preguntarnos: «¿Cómo será mi atardecer?»

Zenit / Radio Vaticana

El Papa Francisco inciensó la imagen de la Virgen del Rosario del Cementerio del Verano
El Papa Francisco inciensó la imagen de la Virgen del Rosario del Cementerio del Verano
La tarde del viernes 1 de noviembre, en la Solemnidad de Todos los Santos, el Papa Francisco celebró la Santa Misa en el ingreso del Cementerio Monumental del Verano (el más grande y antiguo camposanto de la capital italiana), ceremonia a la que siguió una oración por los difuntos y la bendición de las tumbas. Concelebraron con el Pontífice el Cardenal Vicario Agostino Vallini, el Arzobispo Filippo Iannone, Vicegerente de la diócesis de Roma, los Obispos Auxiliares y el Párroco de San Lorenzo Extramuros, Padre Armando Ambrosi.

Al llegar, el Papa dejó una flor sobre una tumba y se dirigió en el cortejo hacia el altar acompañado por quienes concelebraron y en donde inciensó una antigua imagen de la Virgen del Rosario.

El Santo Padre improvisó su homilía. Recordó que en visión del cielo, de la primera lectura, se habla de la belleza de Dios, la bondad, el amor pleno y que "nos espera eso".

El Papa invitó al atardecer el día, a recordar "el atardecer de tantos hermanos que nos antecedieron; pensemos en nuestro atardecer cuando llegará y pensemos en nuestro corazón". 

Al concluir la ceremonia tras bendecir con la aspersión del agua bendita, rezó por los inmigrantes que mueren intentando llegar a Occidente, como había anunciado por la mañana.

"Quisiera rezar particularmente por estos hermanos y hermanas nuestros, que en estos días han muerto mientras buscaban una liberación, una vida más digna. Hemos visto las fotos, lo cruel que es el desierto, hemos visto el mar donde tantos murieron ahogados, recemos por ellos".

Y añadió: "Y también recemos por aquellos que se han salvado y en este momento están apiñados en tantos lugares de acogida esperando que los trámites legales para poder ir a otras partes más cómodas o a otros centros de acogida".

El cementerio de El Verano es el principal y más conocido de la Ciudad Eterna, y es calificado como un ´museo al abierto´ por la cantidad de obras y testimonios artísticos culturales del siglo XIX y XX

El cementerio actual fue instituido durante el reinado napoleónico (18051814) siguiendo un edicto que imponía las sepulturas fuera de las murallas de la ciudad.

Allí también están enterrados en una determinada área, los Zuavos Pontificios, el cuerpo militar de elite compuesto por combatientes voluntarios, muchos de los cuales murieron al defender la ciudad de Roma antes de su caída, durante la unificación italiana y el pontificado de Pio IX.

Homilía completa del Papa en el cementerio:
A esta hora, antes del ocaso en este cementerio nos recogemos. Pensamos en nuestro futuro, pensamos en todos aquellos que se nos fueron. Todos aquellos que nos han precedido en la vida y están en el Señor.

Es tan linda aquella visión del Cielo que hemos escuchado en la primera lectura. El Señor Dios, la belleza, la bondad, la verdad, la ternura, el amor pleno. Nos espera eso. Y aquellos que nos han precedido, y han muerto en el Señor, están allá. Y proclaman que fueron salvados no por sus obras, hicieron obras buenas, pero fueron salvados por el Señor. La salvación pertenece a nuestro Dios, que está sentado en el trono. Y Él es quien nos salva y es Él que nos lleva como un Papá, de la mano, al final de nuestra vida, justamente a aquél cielo, donde están nuestros antecesores.

Uno de los ancianos, hace una pregunta, ¿Quiénes son estos vestidos de blanco, estos justos, estos santos que están en el cielo? Son aquellos que vienen de las grandes tribulaciones y han lavado sus vestimentas, haciéndolas cándidas en la Sangre del Cordero. Solamente podemos entrar en el cielo, gracias a la sangre del Cordero. Gracias al Sangre de Cristo, y justamente es la Sangre de Cristo que nos ha justificado, nos ha abierto la puerta del Cielo, y si hoy recordamos a estos nuestros hermanos y hermanas que nos han precedidos en la vida y que están en el cielo, es porque fueron lavados en la Sangre de Cristo, Y esta es nuestra esperanza, la esperanza de la sangre de Cristo. Y esta esperanza no desilusiona. Si andamos por la vida con el Señor, Él no desilusiona nunca. Él no desilusiona nunca.

Juan decía a sus discípulos “vean cuánto amor nos ha tenido el Padre para ser llamados hijos de Dios”. Lo somos, por eso el mundo no nos conoce. Somos hijos de Dios. Pero eso que seremos no fue todavía revelado, ¡de más! Cuando Él será manifestado, nosotros seremos similares a Él porque lo veremos como Él es. Ver a Dios, ser similares a Dios, y ésta es nuestra esperanza. Y hoy, justamente, en el día de los santos, antes del día de los muertos, es necesario pensar un poco en la esperanza. Esta esperanza que nos acompaña en la vida. Los primeros cristianos diseñaban la esperanza con un ancla, como si la vida fuera el ancla, allá arriba, y todos nosotros yendo, teniendo la cuerda. Una bella imagen, esta esperanza. Tener el corazón anclado allá, donde están los nuestros, donde están nuestros antepasados, donde están los santos, donde está Jesús, donde está Dios. Èsta es la esperanza, ésta es la esperanza que no desilusiona, y hoy y mañana son días de esperanza.

La esperanza es como la levadura que te hace crecer el alma. Hay momentos difíciles en la vida, pero con la esperanza, el alma va adelante, va adelante… ¡Mira aquello que nos espera!

Hoy es un día de esperanza. Nuestros hermanos y hermanas están en la presencia de Dios. También nosotros, estaremos allí, por pura gracia del Señor, si nosotros caminamos en la vía de Jesús.

Y concluye el apóstol: “Quien tenga esperanza en Él, se purifica a sí mismo”. También la Esperanza nos purifica, nos aligera, te hace andar rápido, rápido, esta purificación de la Esperanza en Jesucristo.

En este pre-atardecer de hoy, cada uno de nosotros, puede pensar en el atardecer de su vida. ¿Cómo será mi atardecer? El mío, el tuyo, el tuyo, el tuyo, el tuyo…¡todos tendremos un atardecer, todos! ¿Lo miro con esperanza, lo miro con aquella alegría de ser recibido por el Señor? Esto es lo cristiano y esto nos da paz.

Hoy es un día de alegría, pero de una alegría serena, de una alegría tranquila, de la alegría de la paz. Pensemos en el atardecer de tantos hermanos y hermanas que nos han precedido, pensemos en nuestro atardecer cuando vendrá, y pensemos en nuestro corazón y preguntémonos. ¿Dónde está anclado mi corazón? Si no está bien anclado, anclémoslo allá, en aquella, arriba, sabiendo que la esperanza no desilusiona, porque el Señor Jesús no desilusiona.

(Traducción del italiano: Mariana Puebla -Radio Vaticano)
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