Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

De África a las tribus de la musulmana Bangla Desh

Informática en la jungla y semi-esclavos del té: el marista Eugenio Sanz busca a los más olvidados

Eugenio Sanz, hermano marista, con algunos niños de los campos de té de Bangla Desh
Eugenio Sanz, hermano marista, con algunos niños de los campos de té de Bangla Desh

Pablo J. Ginés/ReL

El hermano marista Eugenio Sanz ("Genín" le llaman los amigos en España), es el hombre designado por los maristas para coordinar un proyecto ambicioso en Bangla Desh: una escuela con alojamiento para estudiantes en las plantaciones de té, donde se trabaja en condiciones de semiesclavitud e insalubres y los hijos, si no son alfabetizados e instruidos, se ven abocados a vivir como sus padres en la plantación.

Antes de llegar a Bangla Desh como parte de la primera hornada de maristas en este país pobrísimo, de cultura india y religión musulmana, Eugenio fue misionero en África, primero en el Zaire del dictador Mobutu, después en la Ruanda que se recuperaba del genocidio entre hutus y tutsis. 

Doce hijos, muchas vocaciones
Dios era una voz que llamaba con fuerza en la familia Sanz, en Talavera de la Reina (Toledo). "En casa éramos 12 hermanos, diez chicos y dos chicas", explica a ReL.

"Dos son sacerdotes del Opus Dei, otra es religiosa de la Compañía de María, otros 4 son laicos del Opus Dei y yo soy hermano marista. De niños íbamos todos juntos a misa los domingos a las 10 de la mañana en los carmelitas. Bendecíamos la mesa a la hora de comer, cada uno hacía su oración antes de dormir, el típico Jesusito de mi vida infantil... Parece que éramos niños muy buenos, que no hacíamos ruido en la iglesia, y empezábamos a ir a misa poco antes de la Primera Comunión".

El hermano Eugenio considera que la fe de los niños Sanz bebió de dos enfoques complementarios: "mi padre era aparejador, tenía estudios y una fe ilustrada y muy formada; mi madre tenía menos formación, pero era más maternal, y mariana. Era un equipo estupendo. Como todos en Talavera, teníamos cariño a la Virgen del Prado y nos pasaron a todos bajo su manto".

"Siempre algún marista te atendía"
Estudiando en los maristas de Talavera, decidió que "quería ser como ellos". "Me gustaba su cercanía y su disponibilidad, a cualquier hora algún hermano marista estaba en el patio, te atendía, le hablabas de fútbol, de cualquier cosa… Y eran muy competentes en lo pedagógico".

Así, con 17 años, en 1973, entró en el noviciado marista, ya entonces pidiendo ir de misionero.

Llegó al Zaire (antiguo Congo Belga) en 1979, con 23 años, a dar clases en Kinshasa, con 3.000 alumnos. "Había alumnos mayores que yo, pero ellos no lo sabían", recuerda. "Era la época del dictador Mobutu; como suele suceder en esos casos, no había libertad, pero había más seguridad. Hoy la situación allí está peor". Estuvo allí 5 años, y adquirió el llamado "virus africano", una nostalgia de África que afecta a todos los misioneros que pasan por allí.

En 1984 volvió a España, y estuvo diez años completando estudios y formando postulantes, siempre pidiendo volver.

Sustituir a los misioneros muertos
En 1994, el mundo se horrorizó cuando se desató la violencia étnica en Ruanda, que causaría más de 800.000 víctimas, incluyendo a varios misioneros maristas. "Yo fui a Ruanda a ayudar a los supervivientes y cubrir el hueco de los hermanos asesinados. Estuve de 1995 a 2005. Fuimos 8 voluntarios: 4 a Ruanda y 4 a los campos de refugiados. Cuatro de ellos, maristas de Burgos y Valladolid, fueron asesinados en 1996".

Eugenio describe lo que se encontró allí. "En Ruanda, en esos años, todo el mundo estaba traumatizado, todos habían perdido a alguien, era difícil encontrar un chico normal, hutu o tutsi. Chicos soldados, chicas violadas, muchachos heridos tras estar dos años refugiados y huyendo. Y todos ellos juntos, internados en un colegio, un situación explosiva. Los mismos maristas ruandeses estaban también traumatizados. Lo que hacíamos era normalizar sus vidas. Tras años de vivir cazando y siendo cazados, con miedo y caos, lo que necesitaban era orden estricto: regularidad en los horarios, las clases... Eso les daba seguridad y les ayudaba".

Dios tras el genocidio
En la Ruanda que había pasado por el infierno, comprobó que Dios seguía en la vida de todos. "Muchos se preguntaban por qué Dios había permitido esos horrores, pero nadie negaba a Dios. En África, como en Bangla Desh, el sentimiento religioso es connatural, y creo que eso fortalece a la persona. Sin duda, en Ruanda ayudó a muchos a superar el trauma".

Fue en esa época cuando Eugenio vivió la experiencia que más le asustó en toda su vida misionera. "Buscábamos a un hermano misionero, inglés, desaparecido. Fui con otro compañero a ver a un comandante de los ganadores, los tutsis. Cuando preguntamos por el misionero, se puso muy serio. ´¿Han muerto un millón de personas en este país y me preguntan ustedes por uno solo?´, nos dijo. Entonces nos respondió que, según le habían dicho, el inglés había muerto cuando su coche activó una mina. Sabiamos que no era cierto, porque teníamos testigos que habían visto el vehículo, los agujeros de balas... Le dijimos: ´creemos que está usted mal informado´. Se puso de pie, con una cara amenazadora, que nunca olvidaré, y dijo: ´¿ustedes me vienen a decir a mí, en mi país, lo que tengo que hacer?´. Pasé miedo de verdad en ese momento. Pero al final, gracias a Dios, no sucedió nada".

Expulsado por fomentar la reconciliación
Ruanda fue también el escenario de su experiencia misionera más triste.

"Expulsaron a un hermano mexicano, porque en clase buscaba demasiado explícitamente la reconciliación de alumnos hutus y tutsis. Algunos alumnos lo tomaron mal y lo denunciron. Vino la Policía y le dieron 48 horas para salir del país, apuntaron en su pasaporte que era persona nongrata y lo difamaron diciendo que le expulsaban por ´corruptor de menores´. Era un hombre muy conciliador, y fue especialmente triste porque nos vimos incapaces de evitar su expulsión. Era 2001 o 2002, y quizá era demasiado pronto para pedir tan intensamente la reconciliación".

El poder del perdón
Pero Ruanda también era el lugar donde Dios podía manifestarse en historias de perdón impresionantes. "Hay montones de casos, pero yo recuerdo a Efrén, un chico tutsi. Tenía 18 años cuando hablé con él. Habían matado a casi toda su familia ante sus ojos, habían violado a su madre y su hermana. Solo quedaban él y su padre. Tenia una herida de machete en el brazo de 15 centímetros".

– ¿Sabes quién hizo todo eso? –preguntó el misionero.
– Sí, claro. Mis vecinos.
– ¿Viven cerca?
– Sí, siguen siendo vecinos
– Ahora podrías denunciarlos. Los tutsis han ganado y controlan el país.
– No, no lo haré. Los he perdonado en mi corazón.

Eugenio recuerda a Efrén como un ejemplo de "corazón cristiano", que perdona.

Una vez las comunidades maristas de Ruanda se estabilizaron e hicieron autosuficientes, el hermano Eugenio oyó el llamado de su congregación a trabajar en Asia. "Los maristas trabajan con jóvenes, y en Asia está el 80% de los jóvenes del mundo", señala.

Conociendo Bangla Desh
Así llegó, con otros maristas, sin conocer nada, ni lengua ni cultura, a Dacca, la capital de Bangla Desh. "Vivíamos allí con otros religiosos veteranos del lugar, aprendiendo a hablar y leer el bengalí, que tiene su propio alfabeto. Es una lengua indoeuropea, la que usaba Tagore. Íbamos conociendo el país: 150 millones de habitantes en un país del tamaño de Andalucía con Extremadura. De ellos, apenas 300.000 cristianos, casi todos católicos. Son musulmanes que actúan como indios. Sus bodas, rituales sociales, etc, son hindúes. El Islam lleva allí sólo 8 siglos, mientras que la cultura india lleva 4.000 años. El Islam es allí bastante tolerante, excepto por algunas minorías radicales".

En Bangla Desh encontraron católicos de 3 tipos:

- Los descendientes de conversos evangelizados en el siglo XVI, XVII o XVIII por los misioneros portugueses. "Son indios con apellidos portugueses: Silva, Dias, De Souza, etc... Son un grupo estable pero cerrado en sí mismo, sin dinamismo evangelizador".

- Los descendientes de conversos del siglo XIX, de origen hindú, parias y otras personas de castas bajas. La Iglesia les dio ámbitos de libertad, posibilidad de acceder a estudios, reducir la influencia de la casta, etc... Su conversión no siempre fue desinteresada o meramente espiritual. Son algo más activos en la misión y evangelización.

- Por último, una ola de bautizos y conversiones en grupos tribales; no vienen del hinduísmo, sino del animismo. "Para el Islam, estos tribales practicaban el paganismo más despreciable, pero ahora, como católicos, generan la mitad de las vocaciones religiosas y sacerdotales en Bangla Desh", comenta Eugenio.

Los maristas recién llegados pasaron unos 4 años colaborando con obras misionales de otras congregaciones. Eugenio estuvo en la jungla viviendo con una de las culturas tribales, los Mandi (y grabó, por ejemplo, este vídeo sobre un poblado Mandi).



Mandan las mujeres, ¡más vocaciones de curas!

"Es una cultura muy interesante, matrilineal, es decir, las que mandan son las mujeres. Ellas poseen las tierras, toman las decisiones... No valoran mucho a los hombres, y eso es bueno para las vocaciones católicas, porque dicen, ´puedes llevarte al chico al seminario, si quieres´. ¡Facilitan las vocaciones para curas pero escasean las de monjas!"

"Es una etnia con sólo 10 o 12 apellidos. Cuando pasa algo grande -bodas, ventas, etc...- todos los del mismo apellido lo celebran juntos. Saben mucho de bailar, cantar y celebrar, también en misa. Las lecturas del Antiguo Testamento sobre bueyes y campos, allí suenan naturales, cotidianas. Han renunciado a los rituales de entregar las primicias a los dioses pero el resto de sus costumbres y tradiciones encajan bien en la vida católica. Por ejemplo, el entierro usa las lecturas católicas, pero el cadáver se coloca mirando al este, porque por allí "se va al cielo”, y clavan una estaca en tierra junto a la tumba, símbolo del camino del difunto".

17 ordenadores en la jungla
Allí trabajó con la misión de los sacerdotes de la Holy Cross ("los de la Universidad de Notre Dame, de Indiana"). Los maristas apoyaban su trabajo con una escuela de secundaria: "allí estaba yo, dando clases de inglés e informática en una selva casi sin electricidad, con 17 ordenadores, enseñando el Office... ¡lo básico! Pero es que un joven que sabe inglés, está alfabetizado y sabe manejar el ordenador, puede colocarse, encontrar su sitio en la vida".

Aprendían del párroco del lugar, un viejo misionero que llegó "cuando los hombres iban en taparrabos y las chicas con el pecho al aire. En 30 años ha logrado una tarea increíble de desarrollo humano. Que las casas tengan pozos de agua pura, que haya letrinas... eso cambia la vida. Trajo expertos de Filipinas y EEUU para mejorar las cosechas de arroz. Evitó el abuso de los musulmanes, que solían comprar las tierras a bajo precio y expulsar a los tribales. Aportó abogados, les enseñó a inscribir las propiedades en el catastro..."



La absoluta periferia: los obreros del té
Tras esta experiencia, los maristas se decidieron a emprender un proyecto propio en colaboración con el obispo de Sylhet (diócesis pobre, de 16.000 católicos en un territorio con 10 millones de habitantes).

"Hemos decidido ir a donde no va nadie, con los miserables mas miserables: los trabajadores en las plantaciones de té. Llegaron allí hace 4 generaciones, de otras regiones, etnias y lenguas, aislados del resto de la población. Generación tras generación, han vivido encerrados en plantaciones", explica el hermano Eugenio.

Las condiciones son draconianas: "si el obrero consigue recoger 23 kilos de te ese día, le pagarán 50 céntimos de euro. No poseen nada. Viven en los poblados de chozas de barro de la plantación, pero de hecho la choza pertenece a la compañía. En la choza vive la familia, las gallinas... Con la pobreza material está la moral: promiscuidad, incesto, abusos... Hay una escuelita de primaria muy deficiente. Nosotros queremos reforzar a las maestras de primaria y poner en marcha una escuela secundaria. Para eso hemos de comprar un terreno, junto con el obispo local, que no dependa de los que mandan en las plantaciones, grandes señores, con siervos que les abrochan los zapatos. La clave para romper ese ciclo de esclavitud es educar y escolarizar".

Red de apoyos: terreno y escuela
A los maristas les está costando reunir el dinero para esta misión entre los más pobres de los pobres, la periferia más periférica de la Iglesia. Eugenio ha dedicado sus vacaciones en Castilla a buscar contactos y donantes. La ONG Marista SED (www.sed-ongd.org) apoya el proyecto. Otro de los gestores del proyecto, el marista catalán Martí Enrich Figueras, busca más apoyos en Cataluña (menrich@maristes.net). Pero reunir los fondos está resultando complicado, y necesitan la ayuda de más personas que quieran apoyar. El proyecto y la forma de donar está descrito con detalle en la web de la misión: http://maristmoulovibazar.blogspot.com.es/p/moulovibazar-project.html .

Más experiencias del hermano Eugenio en Bangla Desh, en su blog:
http://uwavutse.blogspot.com.es


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