Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Evangelizar versus santificar

por Una iglesia provocativa

Me lo contaba un vicario con el que me reuní hace poco, el cual propuso a un cura ya entrado en años entrar en la dinámica de la Nueva Evangelización. El sacerdote objetó que a él le habían educado para santificar, no para evangelizar, por lo que no se sentía preparado para los nuevos retos que le planteaban.

Qué gran clave explicativa para entender muchas de las resistencias, inercias e incomprensiones que encontramos a la hora de emprender la Nueva Evangelización, así como para juzgar si algunas experiencias evangelizadoras corresponden con lo que se necesita y no con el modelo anterior.

Para cualquier persona educada en el modelo de Iglesia del que venimos, santificar todo es la prioridad absoluta. Es lo que ha aprendido y mamado desde su tierna infancia espiritual. Es lo que consiguió la catequesis que recibió: prepararle para recibir la gracia santificadora a través de los sacramentos dispensados por una Iglesia que santifica el mundo con su acción. Es lo que le enseñaron a hacer en el seminario y lo que aprendió en el noviciado.

Desde este modelo de santificar se entiende toda una eclesiología y una pastoral: cómo se configuran los sacerdotes y los laicos, cómo se ponen todas las fuerzas en multiplicar eucaristías así como en dispensar sacramentos y cómo el éxito de la Iglesia se mide en las estadísticas de cuantos reciben los mismos.

Es un modelo legítimo, que responde a una situación social, la que monseñor Dominique Rey denomina “régimen de cristiandad” que entronca directamente con esa Europa cristiana que se denominaba Christianitas en el medievo de cuya génesis y desarrollo somos hijos.

Cuando a una persona que ha nacido y se ha desarrollado en este modelo se le explican las claves de la Nueva Evangelización puede que se sienta desconcertada ante el radical cambio de paradigma que supone la misma. De hecho yo ya he oído en una presentación de unas Jornadas Diocesanas de Nueva Evangelización cómo un sacerdote anciano declaraba estupefacto: “¿entonces llevo cuarenta años perdiendo el tiempo?

La respuesta por supuesto es que no, que lo andado y santificado es perfectamente válido, sólo que nos ha tocado vivir un cambio de paradigma que de alguna manera ha pillado a muchos en la Iglesia con el paso cambiado.

Mientras la Iglesia digería el Concilio y Juan Pablo II lanzaba la Nueva Evangelización, la realidad es que las cosas no cambiaban porque se seguía en el mismo modelo de pastoral principalmente santificadora. A juzgar por las estadísticas de abandono de la práctica religiosa, esta forma de actuar no ha sido muy eficaz y no lo ha sido porque constitutivamente no podía serlo para una sociedad cuyo paradigma estaba cambiando.

Permítanme un ejemplo. Los niños cuando son bebés necesitan leche, la cual contiene todo lo que necesitan para crecer, y de hecho así lo hacen cuando la toman. Con razón la leche es el alimento más completo que existe. Pero llega un punto en que no basta, los bebés pasan a ser niños y quieren otra comida. Primero papilla, luego alimentos más complejos, y así hasta llegar a alimentarse de la misma manera que hacen los adultos.

Si por lo que sea mantenemos a un niño a base de leche pasados unos años no podrá crecer ni desarrollarse convenientemente. Más aún puede incluso que desarrolle una aversión a la leche que puede llegar a la intolerancia y se ponga en riesgo su vida aun cuando no hay nada de malo en la leche. Simplemente los adultos no toman leche, por lo menos no como alimento principal y único porque no corresponde a su necesidad para el momento biológico del desarrollo y la madurez.

El hecho paradójico es que la leche ahorra tiempo y esfuerzo, tanto a la madre como a la digestión de quien la toma. Pasar a una dieta de adulto conlleva la necesidad de la variedad (somos omnívoros) y la necesidad de la digestión compleja. Hay que cazar, cultivar, cocinar, masticar, digerir…todo un lío comparado con lo fácil que simplemente es tomar leche materna.

Permítanme el símil, pues de alguna manera la Iglesia como buena madre ha estado alimentando a sus hijos para que crecieran con un alimento completo y perfecto…sólo que ha llegado la siguiente fase de crecimiento y este alimento, por santificador que sea, no basta.

Resulta que esta leche espiritual de la santificación no hace crecer las parroquias y curiosamente está consiguiendo desarrollar una intolerancia en una sociedad que se cansa de que en la Iglesia la traten como un niño que no pasa de bebé en la fe.

Pero ojo, esta leche antes sí que hacía crecer parroquias y mantenía estadísticas, por lo que mucha gente pensará que para recuperarnos de una situación de secularización y abandono masivo de la Iglesia tenemos que volver a la vieja fórmula del biberón con el que crecimos, sin darse cuenta de que el problema es que el paradigma ha cambiado.

Es por eso por lo que en el Sínodo de la Nueva Evangelización hemos oído intervenciones tipo: la Nueva Evangelización pasa por confesar mucho, dar muchas misas y tener las parroquias abiertas todo el día para santificar a los fieles.

Pero el problema es mucho más complejo que volver al biberón que nos trajo a donde estamos. Así que, ¿puede haber algo más allá de la santificación?

La respuesta no es una contraposición, y al decir que estriba en pasar a un modelo de evangelización por oposición a un modelo de santificación no quiero hacer de menos a esta última.

Pero un modelo de pastoral de evangelización tiene unas características muy diferentes que se adaptan a una realidad, la increencia o falta de práctica religiosa, que es la de la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos.

Una pastoral de evangelización integral no consiste simplemente coger el megáfono o en salir a la calle a buscar ovejas perdidas para llevarlas a la parroquia a santificarlos delante del sacramento. Pensar que eso basta es como querer alimentar a un adulto desnutrido a base de leche. Le servirá por un tiempo y para salir del paso pero a la larga de eso no se alimentará.

Si profundizamos en ella, una pastoral de Nueva Evangelización consiste en redescubrir el fundamento de la las comunidades cristianas y del hecho cristiano, para así construir comunidades entorno a este hecho.

Este hecho no es otro que el encuentro con la persona de Jesucristo, salvador y redentor personal tuyo y mío. Es un modelo que empieza por Jesucristo, no por la Iglesia ni por el Credo, como  nuestro papa emérito enseñó en el último año de su pontificado. Es un modelo que parte del Primer Anuncio y la experiencia de Pentecostés, pero que lleva a un catecumenado más parecido al de la Iglesia primitiva que a los itinerarios de catequesis santificadora en los que nos hemos formado.

Es un modelo de Iglesia que crea comunidades verdaderas, en la que ingresan conversos que se convierten en catecúmenos, donde se cuida la experiencia comunitaria tanto como la individual sin apelaciones absolutizantes a la objetividad del misterio y la piedad individualista.

Es al fin y al cabo un abanico de oportunidades donde podemos aunar tradición y aggiornamento para encontrar cauces y expresiones para transmitir la actualidad del Evangelio en los códigos culturales de la sociedad del siglo XXI.

Si lo pensamos bien la evangelización entendida como Primer Anuncio sólo es la punta de lanza de la conversión de paradigma eclesial que debe venir para poder salir de la crisis. Pero la Evangelización en su totalidad, con todas sus fases, es la labor de una vida en torno a la cual se construyó el edificio de la Iglesia, basada y fundamentada en la primera predicación de los apóstoles así como la comunión posterior a la escucha del mensaje que se dio con ellos.

¿Acaso es diferente del modelo de santificación? En realidad no, si recorremos este camino empezando por la evangelización, llegaremos de nuevo a la christianitas y a un modelo de santificación en el que no haga falta poner toda la carne en el asador del primer anuncio y el crecimiento de comunidades.

Pero en este momento concreto la santificación es un techo de un edificio en teoría construido pero en la práctica derruido, por lo que no se sostiene ella sola ahí arriba. Hace falta volver al fundamento de la Iglesia, a la gracia bautismal primera de la que se derivan las demás, a la alegría y el frescor de Pentecostés y a la iglesia de los Hechos de los Apóstoles entorno a los obispos.

La situación así planteada es fascinante, y una gran llamada a la esperanza en la acción de Dios y la providencia divina, las cuales por fuerza nos tienen que purgar de muchas cosas accesorias que se han pegado al casco de la nave.

¿Son evangelizar o santificar un dilema pues para el cristiano de hoy en día?

No debiera serlo, pero a mi entender, necesitamos un gran énfasis en la evangelización que necesariamente hará que mengüe la santificación aparentemente, pero de hecho la revigorizará.

La Iglesia santifica a sus hijos, pero para alumbrar hijos, debe evangelizar a los alejados, y si la parábola del Evangelio sigue siendo buena, no creo que Jesucristo le vaya a reprochar por subirse al monte en busca de  oveja perdida.

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