Jueves, 18 de abril de 2024

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Del Papa Francisco, la Iglesia y los homosexuales

por En cuerpo y alma

 
            Muy bien han sentado las palabras de este Papa que vive una luna de miel con la prensa -cosa de la que no podemos sino felicitarnos- cuando ha dicho aquello de “si alguien es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad ¿quién soy yo para juzgarle?”, que a muchos ha parecido una nueva posición de la Iglesia respecto de la homosexualidad.
 
 
 
            Pocos son los que han reparado en que la declaración no terminaba ahí, sino que se continuaba con estas palabras:
 
            “El Catecismo de la Iglesia católica lo explica de una forma muy bella. Dice que no se puede marginar a estas personas por eso. Hay que integrarlas a la sociedad”.
 
            Se refería Francisco, sin duda, al número 2358 de dicho Catecismo, en el que se dice que los homosexuales “deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”.
 
            Pero es que el Catecismo al que se refiere el propio Papa, promulgado por Juan Pablo II, data de 1997, es decir tiene más de quince años en vigor, por lo que pensar que lo expresado por Francisco representa una nueva posición de la Iglesia no es de mucho recibo, siendo así que con dicho Catecismo han convivido ya tres papas. Por cierto que entre ellos, Benedicto XVI, con quien algunos quieren confrontar las palabras de Francisco y quien, además de ser el verdadero responsable como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe que era cuando se promulgó, de las palabras del Catecismo en las que busca su aval el Papa Francisco, ya dejaba por escrito en su libro “Luz del mundo”: 

            [Los homosexuales] son personas con sus problemas y alegrías; que, como seres humanos, aun teniendo en sí esa inclinación, [merecen] respeto y no deben ser postergados por ese motivo. El respeto por el ser humano es totalmente fundamental y decisivo”.
 
            No termina, además, ahí Francisco sus declaraciones, y es en lo que dice al final de las mismas donde el Papa realiza su pronunciamiento no sólo más importante, sino más arriesgado también, entonando un verdadero cántico a la libertad individual, a la libertad de pensamiento y a la libertad de expresión, -también de los homosexuales, faltaría más-, cuando dice:
 
            “El problema no es tener esta tendencia. Debemos ser hermanos. El problema es hacer un lobby”.
 
            Y digo un cántico a la libertad porque el lobby en cuestión, arrogándose como se ha arrogado ilegítimamente la representación de la totalidad del colectivo gay, -de parecida manera, pongo por caso, a como el lobby secesionista se ha arrogado la de todos los catalanes-, ha conseguido que sean muchos los homosexuales que asustados por la potencia, la intolerancia y la implacabilidad del lobby que dice representarlos, no se atreven a alzar la voz cada vez que éste tiene una ocurrencia, por absurda y desencaminada que a muchos de ellos pueda parecerles (pinche aquí si desea conocer la opinión de uno que sí se ha atrevido).
 
            Igual que muchos que, sin ser homosexuales, también los respetan profundamente, también los aman como se ama a todo ser humano, aunque no compartan todo lo que reclama el lobby homosexual. Que estar contra el lobby homosexual no es ser homófobo, de idéntica manera que estar contra la secesión de Cataluña, y en consecuencia, contra el lobby catalanista, no es ser anticatalán.

           
Y es que por desgracia, tal es el la regla número uno de todo lobby: arrogarse a toda costa, imponiendo la muerte civil a los que perteneciendo al colectivo no pertenecen al lobby, la representatividad de un entero colectivo, aunque dicha representatividad nunca haya sido contrastada, o los hechos la denieguen a todas luces y a voz en grito.
 
 
            ©L.A.
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