Viernes, 26 de abril de 2024

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Un gran santo moderno y modelo para la nueva evangelización

por Un obispo opina

SAN ALBERTO HURTADO (19011952)

Hace unos días, un amigo sacerdote, Juan Sanchis Ferrairó, que ha estado muchos años como misionero en Chile, me hablaba del Padre Alberto Hurtado S.J. que había sido un gran evangelizador, me enseñó un escrito sobre él y me comentó que tenía el mismo aire evangelizador que nuestro Papa Francisco. Al leer el artículo, viendo que podía ser un modelo para la nueva evangelización, le pedí que me lo resumiese para publicarlo. Éste es el artículo:

Hay personas que marcan una época. En la historia reciente de Chile, un santo ha dejado su impronta en la Iglesia y en el quehacer político-social del pueblo. Su vida fue breve, pero fecunda, ¿Quién no conoce el cariño de los chilenos por el Padre Hurtado? El recuerdo que guardo de él por mis años de ministerio en el Norte de Chile, me está ayudando para acercarme al Papa Francisco. Hay unos rasgos comunes entre estos dos hijos de la Compañía de Jesús: la centralidad de Cristo, la generosidad en su entrega al servicio de la Iglesia y su preferencia por los pobres, la defensa de cada ser humano porque allí “se cobija Dios”.

Sin duda el Papa Francisco sabe del Padre Hurtado. Pertenecen a dos Iglesias cercanas, Argentina y Chile, se alimentaron en la escuela ignaciana y compartieron, en distintos momentos, comunidades de la Compañía de Jesús como la de Santiago de Chile y Córdoba (Argentina).

AÑOS DE FORMACIÓN DEL PADRE HURTADO

Nace el 22 de enero de 1901 en Viña del Mar. La muerte temprana de su padre crea dificultades económicas en la familia y Alberto va estudiando gracias a becas, hasta terminar abogacía en 1923 con la máxima calificación con una tesis sobre “las costureras”. Alternará estudios con horas de trabajo, ayudando a su madre.

Ingresa en la Compañía de Jesús y, después de su noviciado en Chillán y Córdoba, parte a Sarriá para estudiar filosofía. En 1931 se le envía a Lovaina para cursar teología y obtiene el doctorado en Pedagogía en Alemania. Fue ordenado sacerdote el 24 de agosto de 1933 por el Cardenal Van Roey y escribe: “Soy plenamente feliz”.

UN CONTEMPLATIVO EN LA ACCION

“Hay que dar hasta que duela”, es una de sus consignas. Y así se da por entero: Dios, la Virgen María, la Iglesia, Chile, el mundo obrero, los niños y jóvenes, los pobres: cada uno de estos grandes amores lo piden todo a su corazón apasionado. Quería “encerrarlos en su corazón, todos a la vez, para ofrecerlos a Dios”. En un desahogo exclama: “Estoy cada día más comido por el trabajo [enumera múltiples actividades]...Soy como una roca golpeada por todos lados por las olas. No me queda más escapada que por arriba. ¡Oh bendita vida activa, toda consagrada a mi Dios, toda entregada a los hombres y cuyo exceso mismo me conduce a encontrarme, a dirigirme hacia Dios!”

Alberto nos recuerda a san Pablo: “Vivo yo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,2). En sus pláticas, retiros a los jóvenes, en los Ejercicios Espirituales (en 1940 dirigió los del Episcopado Chileno) repetía: “El cristianismo no es una doctrina abstracta, de dogmas, de preceptos...No es una devoción, ni la primera, ni la más grande: el cristianismo es Cristo. “Una vida entera de donación, de transubstanciación en Cristo o una ridícula parodia que mueve a risa y desprecio”. Habla no solo de imitar a Cristo, de identificarse con Él, sino a semejanza del pan y vino eucarísticos, de “transubstanciarse en Cristo”. Y como norma de vida, preguntaba siempre: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”.

La respuesta de Alberto era multiplicarse. En 1936 imparte clases en San Ignacio, en la Universidad Católica, se rodea de gente joven de manera que pronto es nombrado Consiliario Nacional de la Juventud Católica. Recorre el país de norte a sur, de Arica a Magallanes. Quiere transformar la sociedad: “no basta la caridad individual, hay que atacar las causas de la pobreza”. Escribe el libro: “¿Es Chile un país católico?”, que no fue del agrado de las mentes conservadoras. La doctrina que imparte, su cercanía al mundo del trabajo le crean las primeras incomprensiones y tiene que renunciar a la Aseoría de la Juventud. Le acusan a sus superiores jerárquicos, pero el General de la Compañía de Jesús, Padre Janssen, dice: “En mis largos años de superior no he visto pasar junto a mí un alma de mayor irradiación apostólica que la del Padre Hurtado”.

Seguiremos con el artículo en el próximo Blog.

José Gea
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