Jueves, 28 de marzo de 2024

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Corpus Christi: la Verdad supera cualquier ficción

Corpus Christi: la Verdad supera cualquier ficción

por La divina proporción

Hoy domingo 2 de junio, celebramos la Solemnidad del Corpus Christi, el Cuerpo de Cristo. Hace unos años, en una catequesis de padres de niños que iban a recibir su primera comunión, un valiente padre preguntó si la Iglesia se seguía afirmando que el pan y el vino eran cuerpo y sangre de Cristo. Indudablemente el catequista dejó claro que esto forma parte de nuestra fe. ¿Nuestra fe? ¿Es necesario creer esto para ser católico? Vemos que nos dicen San Agustín y San Ambrosio de Milán: 

Tal vez surja en alguno esta idea: ¿cómo puede ser que este pan sea su cuerpo y este vino su sangre? Estas cosas, hermanos míos, llámanse sacramentos, porque una cosa dicen a los ojos y otra a la inteligencia. Lo que ven los ojos tiene apariencias corporales, pero encierra una gracia espiritual. Si queréis entender lo que es el cuerpo de Cristo, escuchad al apóstol. Ved lo que les dice a los fieles: vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Co 12,27). (San Agustín. Sermón 272, II) 

Quizá digas: «Yo veo otra cosa: ¿cómo afirmas que recibo el Cuerpo de Cristo?». Esto es lo que nos falta aún por probar. ¡Cuántos, en verdad, son los ejemplos que utilizamos para probar que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado; y que mayor es la fuerza de la bendición que la de la naturaleza, pues por la bendición se cambia la misma naturaleza! (San Ambrosio. Tratado sobre los Misterios 50) 

No es fácil que en pleno siglo XXI creamos algo que es indemostrable experimentalmente. Pero, curiosamente, estamos dispuestos a creer hipótesis científicas, que se lanzan como explicaciones provisionales de fenómenos que no entendemos. A veces, incluso somos capaces de elevar a verdad absoluta, teorías que no han sido comprobadas o que muestran serios problemas de comprobabilidad. Es decir, nuestra fe está en la ciencia y la técnica, mientras que la fe de la Iglesia, queda en tercer o cuarto plano. 

Hemos reducido a Cristo a una persona importante y trascendente históricamente. Hemos reducido sus palabras, a frases interesantes y profundas. Hemos reducido la Revelación a mitos y costumbres que seguimos realizando, desconociendo lo que realmente significan. Creer que al consagrar el pan y el vino, cambian su naturaleza más allá de la apariencia que vemos, es casi imposible de sostener delante de un grupo de personas sin que se nos eche en cara nuestra ignorancia. 

Si decimos que esto es un misterio que no podemos abarcar, no es raro que las risas y las sonrisas aparezcan. ¿Un misterio? Pedirán que resolvamos el misterio o que lo olvidemos. Pero ignoran que es un misterio porque no es resoluble o comprobable, aunque sera vivenciable. Es un misterio en el que participamos y que vivimos en nosotros mismos. Un misterio que imprime un sello sobre nosotros cada vez de comulgamos en gracia de Dios. 

Con ello significa que en ti debe permanecer sellado el misterio, que no sea violado por las obras de una vida mala, ni la castidad por el adulterio, ni que se divulgue entre aquellos a quienes no conviene, ni se esparza con gárrula locuacidad entre los pérfidos. Buena debe ser, pues, la custodia de tu fe, a fin de que permanezca incólume la integridad de la vida y del silencio. (San Ambrosio. Tratado sobre los Misterios 55) 

¿Cómo hacer presente el misterio en pleno siglo XXI? No nos queda más que una vía, que es la que San Ambrosio proponía en pleno siglo IV: que sea nuestro testimonio vital que muestre a los demás que hay más que mitos e imaginaciones en los sacramentos. Los sacramentos son caminos de comunicación de la gracia de Dios y por ello son herramientas de conversión de nuestra naturaleza. Lo triste es que los católicos ignoremos que esto es así y entendamos que la misa es un acto social que termina en un simulacro de banquete compartido. Estamos olvidando la importancia de los sacramentos en nuestra vida.

Estamos en el año de la fe y es un momento especialmente propicio para recodar las verdades de la fe y las razones que sustentan estas verdades.

 

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