Martes, 19 de marzo de 2024

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De la elección papal en los primeros tiempos de la Iglesia

por En cuerpo y alma

 
 
            La elección del Papa, asunto que afecta hoy día a un número de católicos que cabe estimar en torno a los mil trescientos millones de seres repartidos por todo el mundo y notablemente por Europa y América, contiene aspectos tan llamativos como el enclaustramiento de los cardenales electores en la Capilla Sixtina, la fumata blanca o negra que informa sobre si la votación ha conseguido papa o no, y otros que conocen católicos y no católicos. Ahora bien, es fácil imaginar que no siempre la ceremonia de elección papal fue tan vistosa. La pregunta es: ¿cómo se ha producido a lo largo de la Historia la elección de uno de los hombres más poderosos de la tierra y el que, con toda seguridad, representa a la institución más antigua que sobre ella existe al día de hoy?
 
            Se ha de distinguir para empezar, un caso singular: el del primer “papa”, el cual no necesitó más requisito para serlo, que la designación de la persona que tenía autoridad para ello, Jesús, el mismísimo fundador de la institución que estaba llamado a gobernar, su Iglesia, ceremonia que tuvo lugar con las conocidas palabras que recoge el evangelista Mateo y a las que ya nos hemos referido varias veces:

"Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". Perugino (1481)
 
“Yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia [...]. A tí te daré las llaves del Reino de los cielos y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt. 16, 18).
 
            Ahora bien, cuando Pedro muere y la institución busca a su nuevo titular que hallará en San Lino (67-76), Jesús ya no está ahí para nombrarlo. Cómo tuvo lugar ese nombramiento es algo que desconocemos, pues a duras penas conocemos el nombre de los once primeros sucesores de Pedro -y ello gracias a la nómina de la que nos provee San Ireneo de Lyon- y poco más. Así que nos movemos en el terreno de la especulación.
 
            Tres son los mecanismos de acuerdo con los cuales y de manera aleatoria a lo largo de la historia de la Iglesia, cabe suponer que se ha ido produciendo la elección de Papa.
 
            Según el primero, cada Obispo de Roma, -o mejor dicho, algunos de ellos-, designaría él mismo a su sucesor, y éste sería elevado por aclamación de los fieles. Es posible que este fuera el sistema más utilizado en los primeros tiempos, en los que una Iglesia, no sólo clandestina, sino furiosamente perseguida, no podía permitirse expresiones tan ostentosas como una gran asamblea de sus miembros principales para elegir nada menos que al jefe. Manifestaciones de dicha práctica o parecidas, nos las encontramos sin embargo, no sólo en los primeros tiempos de persecución, sino también en otros más avanzados. El historiador de la Iglesia Cesare Baronio (15381607), sostiene que San Gregorio VIII (10731085) habría tenido mucho que ver en la elección de su sucesor Víctor III (10861087), y éste en la del suyo Urbano II (10881099). La afirmación del canon Si transitus en el Corpus Iuris canonici “si la muerte del Papa tiene lugar tan inesperadamente que no pueda hacer un decreto acerca de la elección de su sucesor...”, da alas a la teoría.
 
Según el segundo, la elección del Obispo de Roma, no tendría porque diferir en mucho de la de cualquier otro obispo de cualquier otra iglesia, cuyo mecanismo sí que conocemos, la cual efectuarían los titulares de las diócesis colindantes y el clero y los fieles de Roma, tanto laicos como eclesiásticos. Así debieron de producirse la gran mayoría de las elecciones papales hasta que en el s. V empezaron a producirse engorrosas intromisiones exteriores, y posiblemente incluso después, hasta que en el s. XI el procedimiento se regula con mayor rigor.
 
Un tercer mecanismo implicaría la existencia un colegio de electores formado probablemente por presbíteros y diáconos. Un concilio (no ecuménico) celebrado en Letrán (769) establece que sólo el clero puede participar en la elección del Obispo de Roma, -lo que por otro lado implica a sensu contrario que hasta la fecha también los laicos participaban en la elección- si bien otro concilio en 862, restaura el derecho de elección de los nobles romanos.
 
 
            ©L.A.
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