Viernes, 19 de abril de 2024

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Manifestación de la gloria de Dios

por Juan del Carmelo

         La gloria de Dios es la expresión, es la manifestación de su tremenda grandeza. Todo lo que nos rodea nos habla de la grandeza divina.

           Así en el Salterio puede leerse: “Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento la obra de sus manos”. (Sal 18,2). Toda la grandeza de la tierra, la belleza, dulzura y feminidad de las mujeres, la nobleza, fidelidad y gallardía varonil de los hombres, el amor que nos mueve a ambos, el esplendor de la vegetación, la belleza los bosques, los animales salvajes, la lealtad de los domésticos, la hermosura y verdura de los prados, y de los montes, los picos nevados, los glaciares, los ríos caudalosos e inclusive los que soportan el estío, los arroyos, la inmensidad de los océanos, la hermosura de las flores el trino de los pájaros, todo ellos nos habla de Dios.  El universo entero es un gran sacramento, que continuamente, nos lleva a meditar sobre el Señor. Todo es y debe de ser un escalón hacia Dios. Todos son escalones que tenemos que se nos ofrecen para meditar y así llegar a Dios.

 

          Escribe el obispo Sheen: “El ser humano, realiza su salvación a través de la sacramentalización de todo el universo; pecamos al renunciar a sacramentizarlo, o en otras palabras, usando de las criaturas y de los elementos del mundo con fines egoístas, más que como medios hacia Dios. Sacramentalizar el universo ennoblece al universo, porque le confiere una especie de transparencia que le permite la visión de lo espiritual más allá de lo material”.

  

          Y si miramos fuera de la tierra, nuestra visión es más impresionante, porque la dimensión de la tierra es diminuta en comparación con los demás astros y planetas de universo. No hay ciencia que más nos acerque a comprender la grandeza y gloria de Dios que la Astronomía. Cualquier dato astronómico si lo meditamos nos hace ver la pequeñez de los que somos y representamos. La Tierra es uno de los 9 planetas alrededor de la estrella Sol. Por su parte, el Sol es una de las 100.000 millones de estrellas que forman la Vía Láctea. Y, por último, al alcance de nuestros telescopios, hay unas 100.000 millones de Vías Lácteas.

 

          Carlo Carreto eremita en el Sahara, escribía: “Esta arena que toco con las manos, que se escurre entre mis dedos, pertenece al Primario. Algún geólogo me dice: 350 millones de años. Los grandes reptiles que poblaron estos lugares y cuyos restos he visto en las exploraciones saharianas pertenecen al secundario, 130 millones de años. Estos camellos que llevan la sal al Níger y que pasan por delante de mí, en largas y elegantes caravanas, ponen a sus progenitores en el lejano terciario 70 millones de años. Y el hombre, este pequeño tan grande y al mismo tiempo tan pequeño, ¡con que lentitud camina sobre los cementerios de animales que le han precedido! Es del cuaternario, de ayer: 500.000 años. Dios no tiene prisa para hacer las cosas y el tiempo es suyo y no mío”.

 

          Y más adelante continuaba diciendo: “Vuelvo los ojos sobre Andrómeda y la noche está tan clara, que empiezo a descubrir la nebulosa que lleva el nombre de la constelación. Es el cuerpo celeste más alejado de la tierra visible a simple vista: 800.000 años luz, Entre aquella enorme distancia y la más pequeña -cuatro años de luz de Próxima, que aparecerá dentro de dos meses en la constelación del Centauro- existen las distancias de todo ese cúmulo de 40 billones de estrellas que tiene la galaxia a la que pertenecemos nosotros pequeño grano de arena, llamado Tierra. Y más allá de la nebulosa de Andrómeda, otros millones de nebulosas y millones y millones de estrellas que mis ojos no ven, pero que Dios ha creado”.

 

           “La estrella más cercana a nosotros es el Alfa del Centauro. No se ve en Europa pero si en América; está en el otro hemisferio. Es nuestra vecina y sin embargo, dista de nosotros cuatro años luz. Si tuviésemos que recorrer esta distancia en un avión a 1.000 k/hora, tardaríamos en llegar cerca de cinco millones de años. Hay estrellas que distan de nosotros varios millones de años luz, a las que para llegar en avión, necesitaríamos millonadas de siglos. ¡Qué grandeza, que inmensidad la de Dios! Que desde el principio de la creación viene sosteniendo y gobernando esos mundos inmensos sin cansancio ni menoscabo de su brazo omnipotente”.

 

          Hay exégetas como Leo Trese, que afirman que Dios creó el universo para manifestar su infinita grandeza. Pero si resulta que solo nosotros seres visibles habitamos el universo, tal como parece ser, después de tantos fracasos en encontrar vida en otros planetas, es indudable que Dios desea que miremos al universo para que comprendamos el abismo de distancia que media entre el Creador y el hombre. Y siendo esto así, a mí personalmente y creo que a muchos, nos resulta incomprensible ese desmesurado amor que Dios nos tiene a nosotros, viles criaturas que utilizamos continuamente el libre albedrío que nos regaló al crearnos, para ofenderlo.

 

          Pero aún siendo impresionante las magnitudes del universo y los billones de estrella que en él hay, todo esto es solo un algo, que siendo perfecto a nuestros ojos en todas sus manifestaciones, es una pura imperfección en relación a su Creador, que es la esencia de la perfección que carece de límite alguno. Y esta maravilla de Amor, omnipotencia y omnisciencia  que es Dios, está a nuestro alcance y puede llegar a ser poseída por nosotros que a su vez también somos una expresión más de la gloria de Dios.  

 

          Pero no solo lo las maravillas que nos rodean que son expresión de la grandeza del Señor, nos hablan de su  gloria, sino nosotros mismos porque somos una pura expresión de la gloria de Dios. Somos y tenemos que ser conscientes y darnos cuenta, que nosotros mismos somos una excelsa manifestación de la gloria de nuestro Creador. En el Génesis se puede leer: Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices el aliento de la vida y resultó el hombre un ser viviente”. (Gn 2,7).

 

          A este respecto Nouwen escribe: “Vivimos porque compartimos el aliento de Dios, la vida de Dios, la gloria de Dios. La pregunta no es tanto ¿cómo vivir para la gloria de Dios? sino ¿cómo vivir lo que somos?, cómo hacer verdadero nuestro ser ya que hemos siempre de tener presente que: Yo soy la gloria de Dios”. Haz de este pensamiento el centro de tu meditación, para que lentamente se convierta no solo en idea sino en realidad viva. Tú eres el lugar en que Dios eligió habitar... y la vida espiritual no es otra cosa que permitir que exista dentro de tu ser, el espacio en que Dios pueda morar en ti, crear el espacio en que su gloria pueda manifestarse en ti.

 

          “La gloria de Dios, escribe Marie-Dominique, es la irradiación de su amor, la comunicación de su amor, la victoria de su amor. Por eso después del milagro de Canaá, que es el primer momento de la vida apostólica de Jesús, se nos dice enseguida: “Manifestó su gloria”. Pero la gloria de Cristo es manifestada sobre todo en la Cruz, pues  ahí, Él es la fuente del amor. Por eso por la cruz el glorifica al Padre y él mismo es glorificado por el Padre, para usar la misma expresión de San Juan”. Él es la gloria del Padre por su obediencia a absoluta a todo lo que el Padre dispone. Él no hace ni dice nada por su propia iniciativa. La gloria del Padre no encuentra en Él ningún obstáculo para su manifestación. La obediencia del Señor, es el área en la cual la gloria del Padre se manifiesta integralmente. Por ello el acto perfecto de la obediencia al Padre, es su aceptación, en la oración del Huerto en Getsemaní, de su pasión y muerte en la cruz que constituye la suprema glorificación del Padre y de Él mismo.

 

            El ser humano encuentra y logra su fin último personal y su felicidad terrena y eterna buscando siempre la gloria de Dios, por ello San Pablo nos dejó dicho: “Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”. (1Co 10,31). Todo lo que tenemos y hacemos, debe de estar ordenado, para alcanzar nuestro fin último que es la gloria de Dios y nuestra salvación, por eso en el uso de las cosas, el hombre ha de usar de ellas en cuanto le ayudan para su fin, y ha de privarse de ellas cuanto ellas le impidan alcanzar su fin. La preocupación fundamental del hombre a lo largo de su vida, ha de ser la de glorificar a Dios, santificar el nombre adorable y sublime de Dios. Porque tal como el Señor nos dejó dicho: “La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos. Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado”. (Jn 15, 8-11).

 

          Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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