Jueves, 25 de abril de 2024

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Nuestra cultura, mirada desde la fe

por Déjame pensar

La historia de occidente es una única historia que va de la metafísica a la ciencia y, de la ciencia, a la técnica.
Ciencia y la técnica, sobre todo a partir del siglo XIX, no ocultan sus ambiciones totalizadoras. Todo cae bajo su análisis y todo lo juzgan según su utilidad. Se presentan con las credenciales de ser las únicas actividades racionales dignas de tal nombre.

Una consecuencia de ese “imperialismo” aplicado al hombre –como explica un filósofo nuestro: Garrido Zaragoza- es que produce su “naturalización”. En el hombre, se dice, nada trasciende lo puramente natural o biológico. Sus rasgos distintivos y propios (autoconciencia, capacidad de pensamiento abstracto, libertad creadora) no le dan un lugar especial en el cosmos.

A partir de estas premisas, el hombre está expuesto a cualquier horror. En resumen, cuando el hombre pretende pensarse a sí mismo como Dios no lo pensó, acaba aniquilándose a sí mismo, como tal hombre, y destruyendo al prójimo. Quizás esto lo experimentemos en ciertas leyes que en nuestra patria y en otros países de occidente han ido surgiendo...

“Quizá una de las más vistosas debilidades de la civilización actual esté en una inadecuada visión de hombre”, dijo Juan Pablo II. “Porque carece de auténtica “sabiduría” en el uso de sus capacidades, el hombre se siente amenazado en su existencia biológica por una contaminación irreparable, por manipulaciones genéticas, por la supresión de la vida que aún no ha nacido. Su ser moral puede ser convertido en presa del hedonismo nihilista, del consumismo indiscriminado y de la erosión del sentido de los valores”.

Para resumir el panorama actual me útil la siguiente expresión de Kolakowski: “Contrariamente al cómodo mundo del ateísmo de la ilustración, protegido por la naturaleza amable y bondadosa, el mundo ateo e hoy se percibe como un perpetuo y agobiante caos. Desde que Nietzsche anunciara la muerte de Dios, apenas se ve ya ateos joviales. La ausencis de Dios se ha convertido en la herida siempre abierta del espíritu europeo, por mucho que se intente olvidar mediante estupefacientes artificiales. El flamante orden del nuevo antropocentrismo, que debía construirse en lugar del Dios desaparecido, nunca ha llegado”.

Es que la negación del estado de criatura –relación filial con Dios- es algo así como el principio del pecado: ser rebelde contra la realidad de la propia existencia y contra el Señor de la vida.
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