Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Lo hace por fe, no por solidaridad humana

Un misionero sobrevive a un secuestro y a las fiebres tifoideas y, aún así, vuelve a Sierra Leona

Asegura que después de las malarias la solidaridad se acaba. José Luis Garayoa marchó al país africano a anunciar la Buena Nueva y la realidad del día a día le ha hecho perder el miedo a la muerte.

Pablo J. Ginés/ ReL

El misionero también ejerce de ginecólogo
El misionero también ejerce de ginecólogo
Fue durante su etapa de profesor en el colegio agustino de Valladolid cuando llegó al centro una carta pidiendo voluntarios para ser misioneros en Sierra Leona, territorio ensangrentado por la guerra y la miseria. «Yo tenía entonces 45 años. La prudencia me decía ¿ya no tienes edad¿, pero ¡la pasión de la misión es tan fuerte! Escribí mi petición de puño y letra a las dos de la mañana, con miedo de que aceptasen por mi experiencia, y deseándolo también. Me aceptaron. Hice un curso intensivo de 3 meses de inglés y me fui a África sin esperar el periodo de aclimatación ni nada», rememora.

Secuestrado casi al llegar
Cuando llegó a Sierra Leona en enero de 1998, «enseguida caí con fiebres tifoideas». Secuestrado «Estaba recuperándome en el hospital de los Hermanos de San Juan de Dios en Mabesseneh cuando los rebeldes atacaron el centro y nos llevaron como rehenes a tres religiosos, a un cooperante español y a mí», prosigue. Las televisiones y los diarios españoles se volcaron durante dos semanas en los misioneros secuestrados. «Cada día yo celebraba la misa con mis compañeros, sentados en el suelo, con una cruz de madera; partíamos un poquito de pan y chupábamos las migas. Di la absolución general dos veces. El 25 de febrero nos querían fusilar a las 2 de la mañana. Nos abrazamos, nos despedimos, ¡y a morir por Dios! Yo no tenía miedo. Te fías de la misericordia de Dios», asegura.

Tres días después fueron liberados por fuerzas de la ONU. Garayoa fue enviado entonces a Nuevo México y a Texas, a mejorar su inglés. Durante 8 años trabajó con inmigrantes hispanos, «gente sencilla que se estrellaba con una realidad dura». Después, con 53 años, le ofrecieron volver a Sierra Leona. «¡Estás gordo y viejo!», le decía la familia. Pero África llama con la voz de Dios. «Estoy allí desde la fe, no por mera solidaridad humana. Después de tres malarias, la solidaridad se acaba. Pero yo en tres años llevo 10 malarias y tres tifoideas, y aguanto por fe. Soy sacerdote, anuncio la Buena Nueva. En Sierra Leona atiendo partos e infecciones vaginales. ¡Soy ginecólogo autodidacta por fuerza!», añade.

Educar en el amor

Hay mucho sida, y las ONGs y el Gobierno sólo lo han combatido con condones, con poco éxito. «Nosotros, por primera vez, queremos dar formación, explicar qué es el amor cristiano, la fidelidad, la relación de pareja, formar a las mujeres... «Es que cuesta menos dar un condón que educar», dice Garayoa.
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