Sábado, 27 de abril de 2024

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Clases de compunción o arrepentimiento

por El Blog de Juan del Carmelo

           En la confesión hay unos elementos básicos, para obtener la absolución de los pecados. Uno es la compunción o dolor de haber ofendido al Señor y el otro es el propósito de la enmienda. Existe una confusión entre los términos compunción y arrepentimiento y son cosas distintas, aunque ambas necesarias. Una  persona puede producirle un mal a otra y arrepentirse de haberlo hecho, pero no sentir dolor o compunción. El dolor o compunción conlleva siempre el arrepentimiento, pero este puede darse sin sentir dolor del mal causado, es el caso del que se arrepiente por el temor a las consecuencias de mal causado pero no siente dolor por haberlo ejecutado.

 

            En el parágrafo 1.431 del Catecismo de la Iglesia católica, se nos dice los siguiente: “La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron "animi cruciatus" (aflicción del espíritu), "compunctio cordis" (arrepentimiento del corazón) (Cc. de Trento: DS 16761678; 1705; Catech. R. 2 5,4).”.

 

            Además para que haya una absolución en el sacramento de la penitencia y se generen las gracias sacramentales que nacen como que nacen como consecuencia de este sacramento, es necesario que además de lo ya dicho, haya un perfecto propósito de enmienda y un cumplimiento de la penitencia, además de una restitución del mal causado hasta donde este sea posible reparar.

 

            La realidad es que este sacramento no está muy de moda, ni entre los fieles ni entre los clérigos que le temen al confesionario, con la excepción de mi admirado obispo Mons. Gea Escolano, obispo emérito de Mondoñedo, que cumplida su edad de renuncia y aceptada esta por Su Santidad, se marchó a Perú a misionar y confesar, con el entusiasmo de un catecúmeno a pesar de su edad.

             

            Los penitentes de se acercan al confesionario, a mi juicio responden a tres categorías vinculadas al nivel de la vida espiritual del penitente: Los que aún andan atados al nivel de pecados mortales; los que ya hace tiempo salieron del nivel de los pecados mortales y están enrollados en los veniales y aquellos más perfectos que se preocupan más de sus imperfecciones y es raro que cometan un pecado venial y por supuesto hace decenas de años que salieron del nivel de los pecados mortales. El problema que tienen los pecados mortales es que hay muchos que piensan que si no pecan por lujuria,  no roban, ni matan ya están libres de pecados mortales y se olvidad de la soberbia, de la avaricia, de la envidia, de la ira, de la gula y de la pereza. No solo la lujuria mata el alma y la aparta de Dios, sino muchas más cosas.

 

            De todas formas es más noble y mejor penitente, el que confiesa pecados capitales, pues aunque vuelva a caer, al menos cuando acude a confesarse suele tener una sincera compunción y un deseo de enmienda, porque si no los tuviese ni se habría molestado en ir a confesarse. Me contaba un fraile que en Colombia, donde el superior de su orden lo envío por unos cuantos años, que allí tuvo conocimiento de un hombre ya bastante maduro, y de una vida muy metida en faldas durante muchos años, que desde que hizo la primera comunión no se había confesado y por presiones familiares y quizás el miedo a una enfermedad incurable, le llevó al confesionario. Empezó la confesión y le dijo al sacerdote que había pecado de adulterio. El sacerdote siguiendo esa antigua costumbre, ahora muy abandonada ya, le preguntó: ¿cuantas veces hijo mío? El penitente se levantó indignado del confesionario y le dijo al sacerdote: Mire Vd. padre, yo he venido aquí a confesarme mis pecados, pero no a gloriarme de ellos.

 

            En cuanto a la segunda clase de penitentes Thomás Mertón tiene duras palabras para alguno de ellos y dice: “En verdad no se concederá la contemplación a aquellos que voluntariamente se alejen de Dios, que reduzcan toda su vida interior a cumplir con rutina unos cuantos ejercicios de piedad y actos externos de adoración y servicio, llevados a cabo como un deber. Estas personas procuran evitar el pecado y respetan a Dios como a un amo, pero su corazón no le pertenece, pues no está realmente interesado en él si no es con la intención de asegurar el cielo y evitar el infierno, pero en la realidad de los hechos sus mentes y sus corazones están absorbidos en sus propias ambiciones, preocupaciones, comodidades, en sus placeres y en todos sus intereses, ansiedades y temores mundanos. Invitan a Dios a entrar en sus interioridades confortables solo para que les resuelva las dificultades y les otorgue sus recompensas”.

 

            Son penitentes que solo se confiesa de pecados veniales y estos siempre son los mismos: Padre he cometido pequeñas mentiras, he criticado y no he guardado la vigilia…. Son penitentes que siempre están en el mismo rollo, como diría un joven de hoy en día, carecen de auténtica compunción y desde luego no se plantean en serio un decidido propósito de la enmienda. Son el terror de los confesores que se santifican escuchando unas confesiones que ponen a prueba su paciencia, pues han de escuchar una larga e innecesaria justificación, del porqué cometió el pecado, que posiblemente sea de crítica a una persona que a su juicio se la merecía. Es difícil que esta clase de penitentes obtengan gracias sacramentales en sus confesiones, por alta de auténtica compunción y propósito de enmienda y muy posiblemente estén atascados en el desarrollo de su vida espiritual.

 

            En el tercer grupo se encuentran esa clase de almas, que aun cayendo en pecados veniales, no en mortales y la mayoría de las veces por no decir todas, caen sin malicia. A estas personas lo que mas les preocupa son sus malos hábitos e imperfecciones que saben que le alejan del fuego del amor a Dios, que es su verdadera obsesión.  Nunca buscan para confesarse un P. Topete, o sea el primero desconocido con el que se topa. Generalmente tienen un confesor fijo que muchas veces más que confesor es maestro espiritual, que le conoce y le aconseja.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro. CONOCIMIENTO DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461179107

-        Libro. RELACIONARSE CON DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461220588

-        Yo me confieso directamente con Dios. Glosa del 06-07-09

-        Ir al confesionario. Glosa del 30-09-09

-        A vueltas con la confesión. Glosa del 1711-09

-        Absolución general sin confesión           . Glosa del 28-08-09

-        Arrepentimiento, compunción y amor. Glosa del 101111

-        Contrición, compunción y atrición. Glosa del 28-09-09

-        ¿Existe ahora la atrición? Glosa del 261111

 

            Si se desea acceder a más glosas relacionadas con este tema u otros temas espirituales, existe un archivo Excel con una clasificada alfabética de temas, tratados en cada una de las glosas publicadas. Solicitar el archivo a: juandelcarmelo@gmail.com

 

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