Miércoles, 17 de abril de 2024

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De San Celestino V, el Papa que dimitió, en el día de su fiesta

por En cuerpo y alma

 
Celestino V
            Tal día como hoy, 716 aniversario de su muerte un 19 de mayo de 1296, celebramos la onomástica correspondiente a Celestino V, el Papa santo que pasa a la historia precisamente por haber “dimitido” según se acostumbra a decir. En realidad, por haber abdicado, que tal es la palabra correcta, ya que desde este punto de vista, los papas lo hacen todo como los reyes: son coronados, reinan, abdican…
 
            Pietro de Murrone, que tal era su nombre de pila, nace en 1215, en la ciudad de Molina (Nápoles) en una familia humilde, undécimo hijo de Angelo Angelerio y de María Leone. A los 17 años ingresa en la orden benedictina y es ordenado sacerdote. Desde el primer momento, siente la llamada del ascetismo, viviendo, como si de un nuevo Juan Bautista se tratara, con austeros ropajes, entre severos ayunos, consagrado a la oración y al trabajo, en las grutas del monte Murrone primero, y en el monte Majella después.
 
            De hecho, su modo de vivir el monacato servirá de modelo a una orden nueva, los benedictinos celestinos, que a su muerte, contaban ya con 36 monasterios y 600 religiosos que él mismo fundó y dirigió, si bien, en 1284, con sesenta y nueve años de edad, Pietro abandonaba el gobierno de su orden y se entregaba de nuevo a lo que constituye su más profunda vocación, la soledad de una gruta.
 
            En tal situación se hallaba cuando en julio de 1294 se produce una situación inaudita: tres altos dignatarios eclesiásticos acompañados de una larga procesión de personas, se llega adonde Pietro para anunciarle que ha sido escogido para ocupar una silla papal vacante durante dos años y tres meses desde la muerte de de Nicolás IV el 4 de Abril de 1292, en un ambiente irrespirable de luchas entre güelfos y gibelinos, entre orsinis y colonnas, todo lo cual unido a las tensiones derivadas de la alta política europea y en el Sacro Imperio Romano Germánico.
 
            Pietro escucha su nombramiento con nulo entusiasmo, pero el vulgo le obliga a aceptarlo. La coronación tiene lugar en Nápoles, adonde Pietro, que decide reinar con el nombre de Celestino V, entra a lomos de un borriquillo, como Jesús en Jerusalén, y donde coloca su corte, probablemente temeroso de hacerlo en la peligrosa Roma.
 
            El pobre Celestino se desenvolverá con mucha dificultad en el nido de serpientes que era la Italia de su época, rompiendo todos los delicados equilibrios existentes en torno a la vulnerable silla de Pedro. En Nápoles se hará construir una celda de monje, igual a la que disfrutaba en Abruzzo, dedicando cada vez menos tiempo a los aburridos asuntos de gobierno. Pronto comenzó a rondarle por la cabeza la idea de abdicar, una idea que rondaba al unísono por la de muchos de los cardenales que le habían elegido, aunque planteara serias dificultades de tipo “técnico” pues ¿acaso puede un Papa “dimitir”?

            El problema fue resuelto por el Cardenal Caetani, reconocido conocedor del derecho canónico, quien pergeña la siguiente fórmula:
 
            “Depende del Romano Pontífice, renunciar al papado con honor, especialmente cuando se reconoce el mismo incapaz de regir la Iglesia Católica Universal y considerando la carga que esto supone para el Sumo Pontífice. El Papa Celestino V, [...] deseando acabar con toda indecision acerca del asunto de la renuncia, y habiendo deliberado con sus hermanos de comunidad, los Cardenales de la Iglesia Romana, quiénes son uno, y con el visto bueno y asentimiento de todos nosotros y por la autoridad Apostólica establecida, ha decretado que el Romano Pontífice puede libremente renunciar.”
 
            La noticia produjo gran tensión en Nápoles, oponiéndose el Rey Carlos y multitud de clérigos y monjes, así como el pueblo en general. Pero la resolución de Celestino era firme y el 13 de diciembre de 1294, leía la constitución y anunciaba su abdicación. Sólo nueve días después, con inusitada prontitud esta vez, Benedicto Caetani, el mismo que había legitimado, ¡oh casualidad!, la renuncia de Celestino, era proclamado Papa con el nombre de Bonifacio VIII.
 
            Después de revocar los cambios realizados por su antecesor en su brevísimo pontificado de cinco meses, Bonifacio llama a Celestino a Roma, pero éste escapa primero a Abruzzi y luego a San Germano. En el trance de intentar cruzar a Grecia, es capturado y devuelto a Roma, donde Bonifacio lo confina en una estrecha celda en el Castillo de Fumone. En ella, apenas nueve meses después, en medio de ascéticos ayunos y muchas oraciones, le llegó la muerte a Celestino V, a la edad de ochenta y un años, el 19 de Mayo de 1296.

Tumba de Celestino V
 
            Aunque circularon rumores de asesinato por Bonifacio VIII, es improbable que haya ocurrido así. El Papa Clemente V lo canonizará muy pocos años después, en 1313, y poco más tarde, sus restos serán trasladados de Ferentino a la iglesia de su orden en Aquila, donde serán objeto de gran veneración y donde han sido visitados por muchos papas de todas las épocas, la práctica totalidad de los contemporáneos.
 
 
            L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
 
 
 
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